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Ana Mato, la ministra de las tijeras

El día que miró por la ventana y vio que en su jardín había brotado un jaguar le pareció lo más normal del mundo. Era un día primaveral y el sol incidía en la chapa produciendo destellos de diamante. —Jaguar y diamantes—susurró y su sonrisa de satisfacción expresó la alegre convicción de lo que aún estaba por llegar. Se sabía favorecida por la magia y la magia no tiene límites. Los Elfos se divertían haciendo bien su trabajo para tener contento a su dueño y señor, el gran hombre que era su marido. Los Duendes no se quedaban atrás preparando las fantásticas fiestas para sus hijos. ¡Cómo disfrutaban ellos! y ¡cuánto le gustan a ella las fiestas!  Esa fantasía grácil y etérea como los globos de colores, le hacía retrotraerse a una infancia feliz de niña rica que tanto había anhelado. El juego de luces y colores que conseguía el gran gnomo con setas alucinógenas, le facilitaba la comunicación con una fluidez desconocida en ella. Y las hadas... Cómo envidiaba la belleza de las hadas