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El día después de la tragedia

Pasada la tormenta, el mundo se silenció y llegó la calma, una calma siniestra que la luna de agosto iluminó reflejándose en la tumba de las aguas. Las primeras luces del alba empezaron a dibujar formas en la penumbra. Súbitamente, aparecía algo o alguien conocido que encogía el corazón de los vivos y era rápidamente engullido y arrastradoFatigados y exhaustos, atenazados por el rugir de la hecatombe y con los gritos que les perseguirían de por vida, rompieron las sombras y en silencio afrontaron los escombros, sin más medios que la fuerza de voluntad de que está dotada la naturaleza humana para sobrevivir. Entre los troncos, los derrumbes y el lodo, se encontraban con la cara de la amargura, la desesperación y la muerte. El arroyo, que se resistía a volver a su cauce, seguía recibiendo a su paso riachuelos que rodaban de forma tortuosa por las calles empinadas. Ese estrepitoso ruido del agua, producto de su furia tremebunda, era lo único que se oía en aquel valle: los pájaros d