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Por el mar Adriático

Conduzco el coche siguiendo la sinuosa carretera de costa que desciende al Adriático. El sol de poniente me obliga a entrecerrar los ojos para poder ver bien las curvas encadenadas al borde del acantilado. Abajo, un mar cristalino se extiende entre islas con una quietud de espejo. El crucero avanza abriendo una vía por las serenas aguas color turquesa que ocultan su profundidad tras el reflejo de los acantilados verdes. Así y todo me divierte una nereida engalanada con sus flores de nácar. Pronto me siento, a su vez, observada. Son los tritones con sus ojos coléricos los que recriminan mi intromisión en su mundo bajo el mar donde viven en palacios decorados con los restos de los naufragios. Con disimulo levanto la vista de las profundidades por el temor que me causa afrontarlos. El barco sortea con dominio los islotes que salen a nuestro encuentro y deja atrás la Perla del Adriático con su imponente muralla y sus tejados rojos que delatan su reciente reconstrucción. En Dubrovnik se p