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El color de tu piel

Unai era hijo único de una familia de la burguesía bilbaína. En sus astilleros se fabricaban barcos que navegaban por el ancho mundo. Hacía dos años se había casado con Begoña, una joven vizcaína de clase media y belleza deslumbrante. Ambos eran la imagen de la felicidad. Él la llevaba a los viajes de negocios y con orgullo la presentaba en las reuniones y fiestas a las que acudían. En uno de sus viajes a Nueva York, Begoña se puso de parto. Llegaba el primogénito, el ansiado heredero. Cuando Unai, ¡por fin!, pudo entrar en la habitación, lo hizo precedido de un mar de flores cuyo aroma lo inundaba todo y dificultaba la respiración. Su alegría se truncó en un rictus de desagrado al ver al precioso niño. ̶ ¿Qué broma es esta? —preguntó con la dureza del granito y el cruel sarcasmo. En los ojos le latía el fuego de la ira y apretaba los puños hasta hacerse daño —¡Es negro! ¡Hija de puta, me has engañado! Cuando se presentó solo en su casa familiar de Las Arenas, su padre le aclaró