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El día de los milagros

—¿Dónde está San Antonio? ¿Y Juana de Arco?—murmuró ensombrecida la anciana tía abuela paseando la mirada por los muros vacíos de la iglesia—. Ya no quedan altares, ni santos. ¡Cielo santo! Vivir para ver. Se santiguó tres veces. Guardó silencio. Quizá en ese momento empezó a fermentar en su mente el castigo que merecían los causantes de tanta ruina moral porque pronto añadió: —Los ministros de la iglesia… Arderán en el infierno por esta iconoclasia. —Tía, por favor, estás perdiendo el tren de la vida —le susurré —. Los tiempos han cambiado. Un centenar de personas, elegantemente vestidas, ya estaban sentadas en los bancos. Esperaban que comenzase la ceremonia del bautizo de las gemelas Beatriz y Laura. Sobrinas bisnietas de mi tía. —Ahí vienen —dijo una voz a nuestras espaldas. Todos rebulleron en sus asientos. Los móviles quemaban las baterías: fotos y más fotos. —Esto ni es bautizo ni es nada —gruñó taciturna. Los padres caminaban por el pasillo central adaptándose al p