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Mi amiga es una okupa

Hoy hace un año que una okupa se instaló en mi casa. Compartimos habitación. Ella, con tal de tener su pequeño espacio, se conformaba. No la oí llegar. Tal vez para pasar al lado de mi cama, se quitó los zapatos. Cuando me levanté, al estirarme bostezando, la descubrí. Me acerqué. Me miraba. —Saludos —dijo —¿Saludos? Ella estaba en un lugar desconocido y yo no sabía de sus mañas.  Había colocado en la pared un delicado encaje de seda, a modo de hamaca. Se columpiaba. Me hizo una caída de párpados como avergonzada. —Saludos, es mi forma de decir: “Hola, ¿qué tal?” Me encantó. Le sonreí.  Todos los días, cuando me levantaba ella ya tenía arreglada su cama y se estaba limando las uñas para que no se le enganchasen en las finas mallas. Más de una vez la sorprendí mirándose coqueta en una gota de rocío de las que perlaban su hamaca. A veces observaba tras la ventana con una mirada cargada de añoranza. Tal vez un viejo amor la reclamaba. —Me gusta que seamos amigas le d