Ir al contenido principal

Entradas

La flor del rododendro

A pesar de mi timidez, no pasaba desapercibido, al menos no tanto como me hubiera gustado. En el colegio dijeron que lo mío se llamaba dislexia. No era buen estudiante. Demasiado lento. Para hacer algo bien tenía que emplear mucho más tiempo que los demás. En consecuencia, fui un chico perdido en los estudios y me convertí en un muchacho problemático. Los compañeros me llamaban el Jumeras, por la cogorza que cogí en los carnavales cuando tenía doce años. La chivata de Teresa, cuya cojera era también centro burlas, quiso hacer méritos a mi costa y corrió la voz de que me había visto en el desfile a la altura de la cafetería Río. Allí me rodearon. Eran los cuatro matones de la clase. Se me acercaron riéndose a carcajadas, empezaron a darme empellones y me arrastraron tras las columnas de la Plaza Nueva. Sentí el impulso de abrirme un hueco y escapar. Forcejeé. Pero mientras unos me sujetaban, otros me tiraban del pelo para que mantuviera la cabeza hacia atrás y tragara a borbollone