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Las cinco hermanas

Antes del amanecer, cuando los gallos aún dormían, un hermano lego del monasterio de San Millán de la Cogolla oyó un balbuceo de bebé. Ávido por saber qué era aquello, siguió aquel sonido y lo llevó a un bulto que se movía envuelto en una manta de arpillera. Eran cinco niñas recién nacidas que alguien había dejado abandonadas en la puerta. Se dejó llevar por su intuición de protección y las introdujo en el convento sin pensar que las mujeres lo tenían prohibido. “En el chamizo de la huerta, junto a la chimenea, estarán calentitas”, se dijo. Ordeñó una vaca con las manos y empapó un trozo de tela en la leche diluida en agua que les fue dando a chupar a las criaturas. El secreto era difícil de guardar por lo que muy pronto la comunidad entera estaba alborotada con la noticia. Todos los monjes corrieron a verlas y entre exclamaciones se santiguaban. Sus caras adustas y serias se suavizaban y sonreían por la ternura que les inspiraban, aunque sus palabras contradecían esa expresión al h