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Los días perdidos de la abuela

Ese día Sofía se levantó muy temprano. Los nietos la habían invitado a la celebración de su 90 cumpleaños y por nada del mundo iba a perdérselo. Con las ganas que tenía de volver a sentir a su alrededor el bullicio y alboroto de la familia. En aquel barrio había calles con poco tráfico, setos bajos, flores y mucho silencio. Demasiado. El vestido de raso negro con manga francesa ya había perdido el olor a alcanfor. Se ahuecó el pelo corto y ralo con sus manos de abuela y dio unos pasos. Se sintió etérea a pesar de los kilos de más. Le hizo un guiño al espejo que tenía en la caja y este le devolvió un destello de complicidad. Sonrió. Tras la deliciosa tarta de cumpleaños, pura ambrosía, la nieta mayor se acercó al sillón de la abuela que presidía la mesa. La calidez de su mirada los envolvía a todos y sentían su acogida con alegría. —Tu regalo, abuela —le dijo a modo de isagoge—. En este libro hemos recogido las incidencias de la familia. Ya verás qué divertido. — Los días perd