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Un ramito de violetas

Ya sabes, Julián, lo brutos que son los del pueblo. Te llevaron a las bodegas, dispuestos a seguir la farra que habían empezado en los bares: «Veréis qué pronto le quitamos esos aires de señorito de ciudad», decían.  Era noche cerrada, cuando volvíamos. Tus andares, haciendo eses, te retrasaron del grupo y nadie se dio cuenta de que me quedé contigo, para acompañarte. Por nada del mundo quería que los padres de tus alumnos te vieran en aquel estado. Es que yo ya me había fijado en ti, ¿sabes? Tan alto y despistado; con esa mirada tan bonita de miope que me embobaba. En el reducido habitáculo de la bodega, logré abrir un espacio para estar a tu lado con el corazón latiéndome a mil. ¡Cómo me gustabas!  Nos detuvimos en la zona de El mirador. Te hacía bien el aire fresco. Y allí, invisibles, en la oscuridad que sonorizó nuestros gemidos, ocurrió lo nuestro. ¡Las veces que te lo he contado! Cuando te preguntaba si te acordabas, siempre me contestabas: «Que sí, mujer». Siempre, menos la pri