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Un amor imposible

Urjauzi y Otsoa eran pastores de la zona del Gorbea y grandes amigos desde la infancia. Sucedió que cierto día Urjauzi oyó de pronto un dulcísimo canto mientras pastoreaba su rebaño por las campas de Gujuli. Se sintió tan atraído por aquella maravillosa melodía que se olvidó del ganado y raudo se adentró en la espesura del bosque. El sonido de sus pisadas sobre las hojas caídas que rezumaban humedad rompía el silencio y tapaba otros ruidos apenas perceptibles que hacían pensar en seres del bosque que lo observaban sorprendidos con los ojos bien abiertos. Los troncos de los robles centenarios adquirieron rasgos de monstruos como en los cuentos, el olor a tierra húmeda hacía irrespirable el lugar y la espesura lo envolvía todo con su misterio, pero Urjauzi no fue consciente de esas señales. Al acabar una pronunciada bajada, separó unas ramas de sauce y pudo contemplar la quietud de las aguas de la laguna de Lamioxin de la que procedía el canto que lo encandilaba. Sentada en una roca, con