24 noviembre 2010

Ana Mª Matute premio Cervantes de Literatura 2010

Una buena noticia ha dado a conocer hoy la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde: la escritora Ana María Matute (Barcelona, 26 de julio de 1925) ha sido galardonada con el Premio Cervantes en reconocimiento a su obra compuesta, hasta el momento, por 13 novelas y varios volúmenes de cuentos. Se convierte así en la tercera mujer en obtenerlo tras María Zambrano y Dulce María Loynaz. 

En su momento también fue la tercera mujer en acceder a la Real Academia Española de la Lengua en la que ocupa el sillón K desde 1996. 

Conocí a Ana Mª Matute hace algunos años. Pasó por Vitoria para dar una charla. La vi frágil, pero con una energía increíble. Como si del salón de su casa se tratase, nos fue contando, con esa facilidad de palabra que tiene, su biografía enriquecida por sus obras, dejándonos ver su parte más humana aderezada de un humor tierno y socarrón a veces. Su infancia, la guerra, la posguerra…, le han hecho considerarse una superviviente por todo lo que ha tenido que luchar para ser la que hoy es a pesar de la época que le tocó vivir. 

El tema recurrente de la conferencia fue su infancia, que tanto le ha inspirado en sus obras. Nos manifestaba que se reconocía plenamente en la niña que fue. Guiñaba un ojo y en tono cómplice nos expresaba cómo se evadía cuando la encerraban en el cuarto oscuro de niña, dando rienda suelta a su fantasía. Se le pasaba el tiempo sin enterarse y es que le gustaba estar sola, crear su mundo y sus fantasías.  

¡Qué gran mujer! A pesar de haber tenido que pasar por el quirófano siete veces es capaz de decir: La risa alarga la vida y suaviza las enfermedades.

18 noviembre 2010

Una naranja al día


Alguien dijo que París bien valía una misa y el abuelo ha creado lo de «una naranja vale una vida». He empezado a hacerle caso y me he unido a su club. Es lógico que al principio le costara. Él no es de orilla del Mediterráneo, tampoco ha regentado nunca una frutería y el color naranja nunca le ha sido familiar. 

Todo empezó cuando se despertó aquel día en la cama de un hospital. Tras sus casi noventa años veía la luz del nuevo día que se filtraba por las rendijas de la persiana. Lo habían ingresado, luego debía estar muy mal. ¿Y si estaba muriéndose? Tenía que salir de allí cuanto antes porque de los hospitales no se puede esperar nada bueno. Retiró la ropa de la cama. Al ver que no tenía su pijama, apenas una bata azul anudada a la espalda, se preguntó: «¿Y mi ropa? ¿Dónde la han metido?» Le empezaban a entrar sudores de muerte, se estaba poniendo malísimo. Por suerte apareció su hija. 

—No tienes nada importante —le dijo. Le trajo su ropa, se vistió y salieron del hospital despidiéndose antes del control de enfermeras. 
Él iba andando despacio y cabizbajo. Sentía las pulsaciones de su corazón. Tenía una mano caliente y otra fría. En el coche, se sentó en el asiento del copiloto, su hija, y un «run-run» le martilleaba la cabeza. «Sí, esta vez puedo salir, pero me pasará en otra ocasión y me ingresarán y…» 

La mirada de su hija era tan profunda que le leía sus pensamientos. 
— Ya te he dicho muchas veces que conque comas una naranja todos los días, se arregla tu intestino y no necesitas médicos. 
Cansada de la noche en vela en el hospital y el día de trabajo que le esperaba, no dijo más. Puso en marcha el motor del coche, hizo la maniobra correspondiente y tomó la autovía de regreso a casa. Pero cuando le puso la comida en la mesa, le peló una naranja de postre, se la desgajó y él sin mucha confianza la fue cortando en trozos pequeños para poderla comer. 

¿Quién dijo que a los noventa no se puede cambiar de hábitos? Hoy tiene la naranja como parte importante en su dieta y se siente tan bien de salud que ha ido a decirle al médico que recete una naranja a todos los que le visiten porque es la mejor medicina.