23 abril 2010

Noja y el día del libro

Permanecer al atardecer sentados al borde del acantilado, leyendo un interesante libro o contemplando la inmensidad del mar, es algo que cada vez hacemos con mayor frecuencia.

La brisa nos saluda con el olor a mar y nos envuelve con su frescor. Las gaviotas sobrevuelan el acantilado buscando su alimento diario. Peña Pombera, que como una madre las acoge a todas, soporta estoica la locura que producen con su griterío descomunal.

Un barco de vela cruza suavemente, al rozar el mar lo cosquillea y nos contagia la alegría con esa amplia sonrisa que le deja.

Los días de cielo azul, el mar en calma quiere que bajemos a disfrutar con él. No para de salpicarnos juguetón al chocar contra el acantilado para que dejemos el libro. A veces lo consigue. Es un placer sentir la ligereza de nuestro cuerpo mientras la mente se libera. Salimos como flotando, siempre riéndonos y muy satisfechos. Volvemos a casa cargados de energía positiva.

Nos despedimos del sol que ya se tiene que ir. Cuando está más cerca de hacerlo, se engrandece y nos regala su explosión de colores naranjas, dorados y violetas con los que nos envuelve y nos hipnotiza.

Todo un regalo de la naturaleza.

© María Pilar

16 abril 2010

Capsulitis Adhesiva - Hombro Congelado

Capsulitis adhesiva es el término médico para el Hombro Congelado. Se trata de una condición que afecta a la capacidad de mover el hombro. Se piensa que muchos de los síntomas son debidos a que la cápsula se va inflamando y adhiriendo, convirtiéndose en una articulación rígida y difícil de moverse. El origen de la lesión es diverso, a mí me vino por una tendinitis producida por una mala postura en el gimnasio. Se requiere aguante, paciencia, tiempo y practicar unos ejercicios para despegar el tejido cicatrizal en el hombro. Yo he necesitado un fisioterapeuta que me ha hecho ver las estrellas, pero…  
¡Lo he conseguido!

Cuando miro hacia atrás
Veo unas manos firmes
Manipulan el área dañada
Dedos que saben de oficio.


Son veinte minutos eternos
Hombro hecho mano inválida
Del dolor las lágrimas afloran
Lentamente se filtra la vida
No a borbotones enardecida.

Manos que entran a saco
Sudor de la hoja recién cortada
Del dolor el grito se ahoga
La noche se hace presente
Triunfa la desesperanza.

Descomunal fuerza que aplasta
Manos que dan salud y vida
Veinte minutos de infierno
Todo gira, se tambalea y surge
El aliento y la esperanza recuperada

Fuiste el dolor no esperado
De los gemidos las huellas pasan
Me regocija en el desvelo de la noche
Palpar mi realidad recién estrenada.

13 abril 2010

Bodegas de Villamediana


Una figura de un señor mayor, empequeñecida por la distancia, camina de manera cansina por una carretera que, aunque despejada de árbol alguno, está bordeada de mieses doradas que cubren los campos con sus tallos delgados, agotados por el sol. Un perro joven, negro, alegre y juguetón va a su lado adelantándose a veces, parándose otras, para ver el camino que elige su dueño. Forman una estampa inconfundible, cercana, familiar. La pequeñez de la lejanía se une a una sensación de soledad frente ese ancho campo castellano. 

Se detiene un momento ante un chozo de piedra al lado de la carretera, vestigio del quehacer pastoril de los antepasados por estas tierras. La carretera sigue con numerosos badenes para salvar las ondulaciones del terreno hasta la línea del horizonte. En las cunetas algunos brotes verdes recuerdan los frondosos y señoriales olmos que en otros tiempos sombreaban la zona, ahora el esfuerzo humano se empeña en aniquilar. La maquinaria agrícola tiene preferencia. Muy cerca, cruza un camino de parcelaria, hoy lo elige para que el paseo no se haga tan largo y el polvo, que ventea la cosechadora cercana, no le dé de cara. Algunos agricultores han empezado a cosechar, los más adelantados ya tienen el grano amontonado en las eras donde el sol lo convierte en oro al atardecer. Montones que, en otra estación, son de remolacha, entonces lanzan destellos cristalinos por las heladas que convierten al viento en frío y cortante. 

El señor mayor llega a una nueva carretera de entrada al pueblo. Unas mujeres, que han salido a andar al atardecer, lo saludan al cruzarse. A la izquierda, algunos prunos y otros árboles, recién plantados, luchan por sobrevivir. Es obra del alguacil del pueblo empeñado en ajardinarlo y convertir en una mancha verde, un entorno árido, seco y pajizo. Así, ese solar entre el arroyo y la carretera, durante tantos años abandonado, con el tiempo será un bonito parque a la entrada del pueblo. 

El anciano levanta la vista al frente y ve el alto en el que se abren las bocas de las bodegas excavadas en el mismo terreno arcilloso. Como un montón de ojos en la atalaya, miran al horizonte sin ver, protegiéndose una con otra en un equilibrio que supera las leyes de la física. Así ha sido a lo largo de los años hasta que llegó la modernidad y con ella las obras y la gran aflicción. En primer lugar, está la suya y por encima la que se levanta con jardín y parterre rompiendo toda la estética del lugar. ¡Es un forastero! La mirada fija, de ojos azules empequeñecidos, bajo unas pobladas cejas blancas, se acentúa con un gesto iracundo al ver cómo el agua del riego del jardín del parterre corre por la tierra arcillosa, erosionando y filtrándose en su propia bodega. ¡Es el signo de una amenaza terrible! Irónicamente, los gladiolos bailan en una mueca burlesca al ritmo del viento. Él se olvida del cansancio y los achaques que le han ido haciendo mella a lo largo de los años y un vigoroso brío resurge en su interior. Le anima a trabajar y luchar contra el mal llamado progreso para que el entorno vuelva a su naturaleza con el equilibrio de siempre. 

Esto es lo que más conmueve y asombra. El contraste de la merma de sus muchos años y a la vez esa fuerza interior que lo arrastra a sacar el agua de su bodega con sus propias manos, sosteniendo con su espalda lo que el destino, provocado por el vecino, se empeña en derribar.