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Mostrando entradas de febrero, 2018

El grafitero

Era un joven diseñador gráfico en paro. Se creía con carisma de artista y esperaba que un día los demás también lo reconocieran como tal. Con su aspecto bohemio, estaba sentado en un banco de la estación cuando lo vio entrar. «Es él», se dijo. Con el idealismo que lo caracterizaba, entendió que era su oportunidad y no la podía dejar pasar. Su objetivo era conseguir una obra que fuera admirada por los entendidos, los que sabían de qué iba aquello. Los mismos para los que, si resultaba un fiasco, le darían la espalda y por añadidura lo reducirían a escoria. De eso ya sabía un poco. Plasmarlo le llevaría toda la noche. Se cubrió la cabeza con la capucha, fue sacando los aerosoles de diferentes colores de la mochila y se puso manos a la obra. Al principio su trazado titubeaba, pero muy pronto se dejó llevar por la pasión que lo llenaba por dentro y proyectó al exterior una explosión de colores como nunca antes lo había hecho. El impulso de la inspiración hacía que sus muñecas bailaran a

Cuando yo me vaya

Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate en silencio, sin decir palabras, y vive recuerdos, reconforta el alma. Cuando yo me duerma, respeta mi sueño, por algo me duermo; por algo me he ido. Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada, y casi en el aire, con paso muy fino, búscame en mi casa, búscame en mis libros, búscame en mis cartas, y entre los papeles que he escrito apurado. Ponte mis camisas, mi sweater, mi saco y puedes usar todos mis zapatos. Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama, y cuando haga frío, ponte mis bufandas. Te puedes comer todo el chocolate y beberte el vino que dejé guardado. Escucha ese tema que a mí me gustaba, usa mi perfume y riega mis plantas. Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima, corre hacia el espacio, libera tu alma, palpa la poesía, la música, el canto y deja que el viento juegue con tu cara. Besa bien la tierra, toma toda el agua y aprende el idioma vivo de los pájaros. Si me extrañas mucho, disimula el acto, búscame en los

Y la llamaban loca

—Sr. Director, perdone las molestias, quería llevarme a mi mujer. —Si hace apenas dos meses que la trajo con un cuadro agudo de ansiedad —respondió el doctor sentado tras la mesa del despacho. —Y que no hablaba, ¿se acuerda? —El director asintió—. La culpa de todo la tuvo el gato. —¿El gato? En el informe de ingreso no mencionó ningún gato. —Sí, el odioso gato. Propiedad de nadie y rico en piojos y pulgas. Me contó que anochecía cuando lo vio como a diez minutos de nuestra casa. Estaba hurgando entre bolsas de basura que la gente no había metido en los contenedores. Levantó la cabeza y dos luceros en medio de la penumbra se clavaron en ella. La siguió. Al principio, venía, comía y desaparecía. Después se quedó. Se le enredaba entre las piernas y ella le acariciaba el lomo con su pie descalzo. Tenía que ver cómo respondía zalamero a las carantoñas con sus ronroneos. Parecía una relación de pareja o más bien materno filial. Claro, como no tenemos hijos. Para qué , le decía yo.

¿Por qué escribes?

"A esta isla que soy si alguien llega Que se encuentre con algo es mi deseo Manantiales de versos encendidos Y cascadas de paz es lo que tengo" (Gloria Fuertes) ¿Por qué escribes? Me pregunta mi hija. ¿Por qué escribes? Me pregunto yo. Porque me gusta, por el placer de contar historias, porque siento una necesidad imperiosa de juntar palabras con las que liberar mi pensamiento. Comencé a escribir en mi adolescencia para dejar volar mi imaginación; bueno, más bien, para aclarar embrollos conmigo misma. Pasados los años me ha servido de confidente y rincón donde reflejar todo lo que se me ocurre: vivencias, sentimientos... Como dice Jaime Sabine: "...me recojo a pedazos, a trechos en el basurero de la memoria y trato de reconstruirme..." Por tanto escribo para mí. “Escribir, para mí, es tener ganas de escribir. Ganas de que haya algo donde antes no había nada. Ganas de llenar un hueco. De cubrir un vacío. De salvar del olvido algo, algo pequeño,

Para Vero

En las alas de los sueños  Planea la música  Brisa sonora del mar  Nos llega con el viento  ¡Qué dulce canción!  Huella deja al pasar  La fuerza del imán  De sombras la noche barre  Dar para ella es arte  El regalo de su amistad  No le pregunten al viento  Si es feliz  Sus claros ojos dicen  Todo lo que quieren oír  ¡Sus grandes sueños!  Pintan risas en el alma  Y rompen miedos  De música vestida contagia  Unas ganas de vivir  Que detienen el tiempo

El día de los milagros

—¿Dónde está San Antonio? ¿Y Juana de Arco?—murmuró ensombrecida la anciana tía abuela paseando la mirada por los muros vacíos de la iglesia—. Ya no quedan altares, ni santos. ¡Cielo santo! Vivir para ver. Se santiguó tres veces. Guardó silencio. Quizá en ese momento empezó a fermentar en su mente el castigo que merecían los causantes de tanta ruina moral porque pronto añadió: —Los ministros de la iglesia… Arderán en el infierno por esta iconoclasia. —Tía, por favor, estás perdiendo el tren de la vida —le susurré —. Los tiempos han cambiado. Un centenar de personas, elegantemente vestidas, ya estaban sentadas en los bancos. Esperaban que comenzase la ceremonia del bautizo de las gemelas Beatriz y Laura. Sobrinas bisnietas de mi tía. —Ahí vienen —dijo una voz a nuestras espaldas. Todos rebulleron en sus asientos. Los móviles quemaban las baterías: fotos y más fotos. —Esto ni es bautizo ni es nada —gruñó taciturna. Los padres caminaban por el pasillo central adaptándose al p