28 diciembre 2022

Intuición lectora


Soy «gamer», los videojuegos me fascinan. Hace un mes, la profe me pilló con la consola y me la quitó. Dijo que para devolvérmela tenía que leer un libro y después contarle la historia. Se titulaba: Pedida de mano en Nochevieja

Iba de una familia que celebraba la cena de Nochevieja. Con el papeo y buen vino se les iba soltando la lengua. La joven Julia era la más excitada, no dejaba de mirarse en el gran espejo del salón y a la vez cuestionaba a su madre con la mirada. Sí, estaba preciosa. Al llegar a los postres se les veía nerviosos. Cuando la tía Alejandra susurraba a los de su alrededor que Julia se casaba de penalti, apareció él. Y con él llegó el acontecimiento de peso que estaban esperando. 

—Hola, Andrew —dijeron todos. 

Con aquel sombrero de copa y el abrigo negro hasta los tobillos, me pareció un ser siniestro. Ni para saludar se lo quitó. Ellos no lo tomaron como un gesto de desdén, más bien lo achacaron al aturdimiento momentáneo. A mí no me engañaba, me lo decía mi intuición lectora, aunque este fuera mi primer libro: Andrew, de Androide, estaba claro. Nos estaban invadiendo. De entrada, sus pupilas inquietas lo grababan todo. Era un robot programado para ejecutar órdenes. Y todo aquel ropaje, el disfraz para ocultar su verdadera identidad. 

La familia, encantada por casar a la niña, opinaba que sus pestañeos repetidos acusaban el nerviosismo y el enredo mental que tenía el pobre. Solo cuando sus ojos se clavaron en Julia encontró la valentía necesaria para soltarse. 

 ¡Aaaah! ¡Qué horror! Las pupilas saliendo de sus órbitas y como agujas clavándose en la víctima elegida. Se me estaba revolviendo el estómago. ¡Era un androide asesino!

Que no era políglota ya había quedado claro, pero con pocas palabras demostró su crueldad. Pidió al padre la mano de su hija y este, muy dichoso, se la concedió. Hasta se levantó para hacer un brindis con la copa de cava. La joven, trémula por el descuartizamiento que iba a sufrir, agachó la cabeza ruborizada. 

La mano saltaría por un lado, y la copa hecha añicos por el otro. Al que escribió el libro se le olvidó decir cómo se la entregaron. Me imaginé que lo harían en bandeja de plata. ¡Qué desagradable el sanguinolento muñón colgando!

Julia, tras un leve ruido ahogado, como un acezo, le dijo, enloquecida de dolor, “junto con mi mano que te ha entregado mi padre, yo te ofrezco mi corazón”. Andrew aceptó encantado y se unió a la fiesta como uno más. Entre brindis, aplausos y jolgorio, lo celebraron. ¡Una vergüenza! Tan solo yo me solidaricé con ella.  

No me pidáis que os explique los detalles al extraerle el corazón. El comedor se convirtió en una carnicería. ¡Qué horror! El hedor a sangre atrajo la primera mosca verde tras la que vinieron muchas más. Empecé a dar manotazos a diestro y siniestro. La cabeza me daba vueltas y caí desmayado. 

El psicólogo dijo que habituado a los juegos virtuales donde él tiene el mando para neutralizar monstruos, ante el libro se sintió impotente frente a su imaginación.

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21 diciembre 2022

No me cuentes cuentos

#CuentosdeNavidad

Una mañana de frío invierno, durante el tiempo que tardó en hacer la ronda, el soldado descubrió que la lavandera había desaparecido. Sí, la joven de ojos negros de mirar profundo y pómulos arrebolados. A la que un mechón de pelo se le salía del pañuelo y le caía en un lado de la cara. La que no quería vivir la vida de las princesas de los cuentos porque le gustaba comer las manzanas a mordiscos, dormir a pierna suelta y mirarse cada mañana en el espejo claro de las aguas del río que le susurraban un futuro que ella iría construyendo día a día. 

«¡Qué extraño!», pensó el soldado confuso. No podía haberse ido por su propia voluntad porque ella nunca dejaría la ropa allí tirada. El barreño estaba volcado y las prendas recién lavadas se mezclaban entre el barro de la orilla. Dejó la vigilancia a un compañero, bajó corriendo del torreón, cruzó el puente y se acercó al río. Revisó con detenimiento el lugar. Severas arrugas de preocupación le surcaban la frente. Había sido arrancada con violencia. Con la mandíbula en tensión, apretó los labios, miró al cielo y se tragó el grito de rabia e impotencia que quería salir de su garganta. Una babucha de las que calzaba la joven había quedado allí abandonada. La recogió con sumo cuidado y la metió en la bolsa de cuero que siempre llevaba con él. 

Recorrió el laberinto de callejuelas del pueblo hasta llegar al mercado de la plaza. Dio la voz de alarma y muchos partieron con él a buscarla. Atrás dejaron gemidos y llantos de los que tanto la querían; otros, los menos, aseguraban que se había ido con algún juglar de los que habían llegado como avanzadilla de la cabalgata de los Reyes Magos. 

Se adentraron río arriba, donde el terreno se hacía más empinado y difícil de transitar. El viento frío que les daba de cara parecía anunciarles que la tragedia ya se había consumado. Encajonados, habían perdido la vista del pueblo. Las torres del palacio ya apenas despuntaban cuando se encontraron con un hundimiento del terreno de algunos metros de profundidad. Hasta el sol temía pasar por aquel lugar dejándolo en penumbra. 

Allí la habían arrojado precipitadamente, con las ropas arrancadas, ensangrentadas, golpeada con brutalidad hasta quedar desfigurada. Todo enmudeció a su alrededor. El soldado se quitó la capa para cubrirla. 

—Nadie nos moverá de aquí, hasta que se recupere y la podamos trasladar en unas angarillas. Y que no se le ocurra al causante de esto asomarse por estas tierras. Es más, nosotros lo sacaremos, como la sabandija que es, de la grieta en la que se esconda. No pararemos hasta que pague por lo que ha hecho. 

Habían pasado varias lunas. Un día que lucía un sol espléndido primaveral, la lavandera echó mano a la daga que llevaba en la cintura ante el ruido de unas pisadas que se acercaban. Al mirar de refilón vio las botas ajadas de un hombre. Quizá fuera un aldeano que venía a refrescarse la cara y las manos en el río. El hecho la sobresaltó, dejó su faena, e, instintivamente, metió bajo el pañuelo la guedeja de pelo que le caía por la cara. 

—Deberías dejarlo suelto.

Ella se estremeció al conocer la voz. 
Él no le dijo si tú quieres ser mi mujer, yo seré tu marido para siempre. No, no habló de mío y tuyo. Simplemente, la abrazó y abrazados se fundieron en uno los dos.

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16 diciembre 2022

Desmontando mitos



En una imagen etrusca, el minotauro bebé está en brazos de su madre antes de que el mito lo convirtiera en monstruo. 

Pasífae lo acuna en su regazo. Ha terminado de amamantarlo, se ha ajustado la saya para cubrir sus pechos y espera que el niño eructe. Parece querer darle, suavemente, golpecitos en la espalda para ayudarlo, pero la mano se detiene en el aire y le está diciendo adiós. La entrega no le deja pensar. El bebé, mientras, está tranquilo en sus brazos, como nunca más lo estará en su vida. Y, aunque la noche es oscura, no llora. Todavía no. 

La madre siente en las losas las pisadas que se acercan. Los hombres de su marido vienen a buscarlo. Por lo demás, el palacio está mudo. Las paredes no opinan. Aunque en el ambiente se respira una gran preocupación. Ocurrirá esa noche. En ese momento. Así lo ha dicho Minos, y así se cumplirá. Madre e hijo, por última vez juntos, bañados en soledad. 

Dedos como garras se lo arrancarán de los brazos. Ni las ropas del bebé querrán llevarse. Ella no pondrá resistencia. Son órdenes del rey que ya ha tomado la decisión de encerrarlo en el laberinto. Su hijo es una criatura marcada y debe ocultarla al mundo.


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11 diciembre 2022

La casa de arena


En formato papel y en ebook.
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Estas fiestas navideñas regálate un libro, regálate tiempo para leer, para disfrutar viviendo sus aventuras, conociendo otros lugares, saludando a sus gentes. Regálate La casa de arena. 
Un libro en el que el mundo rural cobra el protagonismo, en especial un pueblo muy pequeño que define el universo de los personajes. Con ellos vivirás historias de distintos géneros en las que destaca el realismo mágico, donde encontramos elementos fantásticos formando parte de lo cotidiano. 
Pone el punto de mira en la España vaciada, pero si os adentráis en su lectura, veréis que de vacío nada, hay mucha vida, desconocida y olvidada.

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01 diciembre 2022

Las lealtades de Delphine de Vigan




Título: Las lealtades 
Autora: Delphine de Vigan 
Traductor: Javier Albiñana Serraín 
Editorial: Anagrama 
Año de publicación: 2019 
Nº de páginas: 208




Descubrí a Delphine de Vigan con su novela corta Los días sin hambre. Ahora constato en Las lealtades que las historias que nos cuenta esta autora son dramas intensos muy pegados a los problemas de la realidad actual. 

Más que la historia, que también, me ha gustado mucho esa manera de contar tan singular, hace que no puedas dejar el libro hasta el final. De lectura fácil y rápida, nos atrapa con el ritmo ágil de su prosa directa, y clara, sin artificios, con la que nos va metiendo en la cruda realidad que viven los personajes. Sin esconder el dolor, la culpa o la soledad, porque no juzga, ni entra en lo moral o inmoral de los actos. Los presenta, sin más, desde su observación, para que el lector los conozca. 

Son cuatro los personajes que nos van contando la historia. Cuatro voces que se van intercalando en capítulos cortos. Dos preadolescentes muy distintos: Thèo y Mathis, sienten la soledad que les pesa y es lo que les une como amigos. Para ellos la autora elige la tercera persona, un narrador, que observa desde cierta distancia. Y dos mujeres: Helèlene, la profesora de los chicos, y Cècile, la madre de Mathis, ambas hablan en primera persona. 

El tema que trata es el alcoholismo adolescente. El protagonista, Théo, se refugia en el alcohol para escapar de la cruda realidad en la que vive. Está dividido entre dos mundos. Hijo de padres separados, alterna las semanas en casa del padre o de la madre. El padre está sumido en una depresión. La angustia que padece Thèo, al verlo, no la puede compartir con nadie por la lealtad que siente hacia su padre. Para colmo, la madre, llena de odio hacia su exmarido, lo proyecta sobre el hijo cada vez que viene de la casa del padre a la suya.

Las lealtades, como el título indica, son la línea transversal en toda la novela. Esos pactos tácitos que marcan con tanta fuerza las relaciones humana, lo que se puede decir y lo que no. En ello está en juego la pertenencia al grupo o el ostracismo. Aunque muchas veces uno no esté del todo de acuerdo, como le pasa a Mathis en su relación con Thèo, es capaz de mentir como un bellaco a su propia madre para mantenerse leal al amigo. 

La autora nos demuestra cómo las lealtades son monedas de doble cara, pueden crear lazos de unión y comunicación fluida, pero también pueden esconder los silencios más amargos que nos ahogan o un infierno de vida que nos puede marcar el pozo por el que descender. Todo ello nos lleva a pensar en casos reales, muy duros y dolorosos que hemos conocido en los noticiarios. Leyendo la historia, las emociones afloran por los personajes a los que vas cogiendo cariño y deseas que alguien rompa el angustiante silencio. Deseo que de Vigan nos ofrece al final, cuando uno de los personajes decide quebrantar la lealtad porque comprende que es la única forma de salvar al otro.