26 abril 2014

Objetivo Guernica

El Guernica de Picasso
Picasso volvió a Francia dejando el cuadro en América. En París, en 1940, se topó con el ejército nazi que había ocupado gran parte del país. Según se cuenta, un oficial alemán le preguntó a Picasso ante una foto del cuadro de Guernica:
—¿Ha hecho usted esto?
—No, han sido ustedes.

El Hotel Frontón de Vitoria-Gasteiz situado en el corazón del ensanche era un referente en aquellos años 20.
Aparte de artistas, toreros y famosos, la mayor parte de clientes eran familias de Madrid y sobre todo de Andalucía que en Vitoria buscaban “los espléndidos veranos del norte”.
El servicio que los atendía era de lo más selecto, a las camareras se les exigía 1,70 de estatura y tenían fama de ser guapísimas, aunque el gran atractivo del hotel estaba en los deliciosos aromas y ricos sabores de su cocina que traspasaban los límites de la provincia.
Para los vitorianos era todo un acontecimiento ver al comienzo del verano cómo enfilaban los flamantes coches de lujo conducidos por sus respectivos chóferes uniformados camino del hotel. El rugir de los motores, el sonido de los cláxones y las voces con acento sureño atraía a buena parte de los vitorianos que se arremolinaban para no perderse detalle. El trasiego de idas y venidas al hotel aportaba vida y “famoseo” a una ciudad que apenas contaba con 50.000 habitantes.
Llegó la guerra y pasaron como testigos mudos los ecos de sociedad.
El hotel Frontón ya no se despertaba a la vida todas las mañanas aireando su interior con ese viento norteño que le llegaba desde el Gorbea, ahora sus ventanas y puertas ocultaban secretos que lo hacían irrespirable. Los sofás chéster capitoné, las arañas de cristal, las molduras decoradas… Todo estaba en su sitio, pero como si le hubieran absorbido el alma empezó a envejecer y a parecer cansado.
Llegó la guerra y se llenó el hotel con la presencia de los oficiales alemanes de la Legión Cóndor y los uniformes de la Aviación Legionaria italiana.
El Coronel Wolfram von Richthofen jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor se alojó en una suite del piso superior. En la mesilla de noche guardó una edición de EL Dominio del Aire de Giulio Douhet en cuyas páginas podía leerse: "el mejor modo de romper la resistencia del enemigo es lanzar ataques aéreos muy detrás de la línea del frente, incluso contra la propia población civil".
El 26 de abril de 1937 amaneció sereno y claro. En Guernica había mercado y algunos carros animados por el buen tiempo o simplemente movidos por la inercia se arrastraban por las calles hasta la zona de costumbre. Latía la vida entre regateos y compras de las escasas verduras y la carne de conejo se decía; otros, sin recursos, se limitaban a comer con los ojos. Susurros sobre las últimas noticias de la guerra contaban que el enemigo en pocos días podría llegar. Algunos esperaban que la Ciudad del Árbol no fuera atacada.
El 26 de abril de 1937 el Coronel Wolfram von Richthofen reunió a su gente en la mesa del hall del hotel junto con los colaboradores italianos de la Formación Legionaria de Mussolini. De forma educada pero con aplomo y de manera implacable, con las palabras justas y la gestualidad precisa, les dio las órdenes del bombardeo sobre un plano. Al despegar del aeródromo de Vitoria debían rebasar el litoral y luego dando media vuelta atacar Guernica de Norte a Sur.
Algo rápido y limpio desde las alturas. Su misión era ultra secreta y la Legión Cóndor oficialmente no estaba en España, por lo que dejó en el buzón antes de salir camino del aeropuerto de Vitoria una carta para su mujer a una dirección desde la que se la harían llegar.
Eran las 16,30 cuando un fogonazo de luz profanó los cielos de Guernica y el estruendo lo levantó todo por los aires. Por la villa desolada se arrastró el terror.
El árbol se secó, el viento se convirtió en cenizas y la muerte adelantó la negrura de la noche. Ese día La villa de Guernica quedó convertida en un símbolo y memoria del horror.
Por la noche los pilotos se reunieron contentos y eufóricos en el hotel para evaluar la misión. No habían registrado nada en especial salvo que el humo y el polvo sobre la ciudad resultaron muy molestos.
Solo el hotel, donde se celebró una fiesta para celebrar el acontecimiento, iluminaba la negra noche vitoriana. Las estrellas, que avergonzadas se escondieron, fueron sustituidas por las arañas de cristal que brillaron con una energía espléndida sostenida por los comentarios jocosos de los participantes.
Al brillo de la fiesta se sumaron las doradas burbujas del champán, la música de Wagner y el perfume de las cortesanas del prostíbulo especialmente creado para la Legión Cóndor. El cuarto de hora con una chica española costaba cien pesetas, el precio incluía una latita de aluminio con dos preservativos y el uso de dos grandes toallas.
Cuatro días después, mientras las tropas nacionales ocupaban Guernica, Wolfram von Richthofen apuntaba en su diario de guerra: “Guernica, ciudad de 5.000 habitantes, prácticamente arrasada. Cuando llegaron los primeros Junkers ya había humo por todas partes, nadie era capaz de distinguir los objetivos carretera, puente, arrabal. Habitantes en gran parte fuera de la ciudad por una fiesta, la mayor parte del resto la abandonó ya al principio. Una pequeña parte murió en refugios por los impactos. Todavía visibles los agujeros que las bombas han dejado en las calles. Simplemente fantástico”.
© María Pilar

23 abril 2014

Día del libro 23 de abril

Un día alguien vino a visitarme para regalarme los oídos con el mejor piropo que me han dicho en mi vida: "tú eres la culpable de que haya leído mi 1º libro, las horas en el calabozo se me hicieron más cortas y además, el libro me gustó"
¡Felicidades a todos los que leen! 

©María Pilar

'Don Libro está helado'
Estaba el señor don Libro
Sentadito en su sillón,
con un ojo pasaba la hoja
con el otro ve televisión.
Estaba el señor don Libro
Aburrido en su sillón,
Esperando a que viniera... (a leerle)
Algún pequeño lector.
Don Libro era un tío sabio,
que sabía de luna y de sol,
que sabía de tierras y mares,
de historias y aves,
de peces de todo color.
Estaba el señor don Libro,
tiritando de frío en su sillón,
vino un niño, lo cogió en sus manos
y el libro entró en calor.
Gloria Fuertes.

16 abril 2014

Día Internacional contra la Esclavitud Infantil

En la Plaza de Correos de la ciudad de Vitoria-Gasteiz encontramos la escultura “El Pensador Niño” de Casto Solano en homenaje a Iqbal. El propio autor nos dice: "En cada lugar su tiempo, en cada tiempo un lugar. El tiempo del niño es breve y su lugar es jugar. Si robas el tiempo a un niño le estás robando algo más".
La pequeña figura de bronce, ubicada sobre un pedestal de piedra, presenta un niño desnudo, moreno, de triste mirada. Es su actitud pensante, abrazado sobre sí mismo, la que hace que nos preguntemos: ¿Qué le pasa a este niño? Parece que la preocupación que lo embarga fuera superior a lo que un niño puede soportar. Su actitud lleva al límite nuestra emoción. Se le ve tan abrumado…, te dan ganas de acercarte para hacerle sentir un cálido abrazo.
Era el 1 de mayo de 1995.
La iniciativa para erigir este monumento en recuerdo de Iqbal y como símbolo de todos los niños maltratados del mundo, fue impulsada por el alcalde de la ciudad en ese momento. Los centros de primaria, a los que se les cursó una invitación especial, la aplaudieron y se sumaron a ella sabedores de que la Educación en Valores es una tarea de la sociedad en su conjunto. Entre los niños reinaba la excitación ese día, orgullosos participaban en un acto de solidaridad con los millones de niños que sufren en el mundo alguna clase de abuso.
El alcalde, los concejales y muchos ciudadanos que estuvieron presentes, se mantuvieron en una actitud discreta para que los auténticos protagonistas fueran los niños y niñas de la ciudad y que con su voz se dirigiesen a esos millones de chicos de su misma edad que viven en las terribles condiciones que son obligados a trabajar.
La niña que leyó la carta que había escrito a Iqbal con convicción y entusiasmo proclamaba: "…Me dicen los mayores, ¡ya sabes! que tengo mucha imaginación y que ya estás muerto, ¡pobres! No se dan cuenta que es su falta de imaginación la que hace que yo y muchos niños de Vitoria y del mundo imaginemos ser de tu panda porque no nos gusta lo que están haciendo. Esa gran panda que tú capitaneas formada por los de nuestra edad…Ya somos mayoría los que queremos un mundo en el que las palomas, los árboles y los niños jueguen en paz. Los mayores piensan que te proteges de los castigos que te dieron, pero nosotros sabemos que te encoges porque observas nuestros sueños para proteger nuestro secreto. Si queremos arreglar la vida tenemos que hacerlo nosotros y trabajar hasta que las alfombras vuelvan a ser el vehículo mágico de nuestros sueños y no el trabajo forzado que encadene nuestros juegos…".
Aquel día se oyó en la ciudad de Vitoria el “Agur Jaunak” interpretado con txistu y tamboril por un grupo de niños mientras otros levantaban la bandera de la ciudad para descubrir, en una de las plazas más céntricas de Vitoria, el Pensador Niño en homenaje a Iqbal Masih. Sonaron los aplausos en su honor, le obsequiaron con claveles blancos y todos a una cantaron el “Himno a la Alegría – Miguel Ríos” sintiéndose portadores de la antorcha por la que él luchó. Allí pudieron observar, reflexionar, preguntar e indignarse sobre una causa que no les quedaba tan lejana al llegar a descubrir por ellos mismos esa realidad; bastaba palpar la ropa que llevaban puesta. ¿Quién, cómo y dónde se confeccionó? Iqbal, con tan solo 12 años, había sido asesinado quince días antes —el 16 de abril— por dos mercenarios contratados por la mafia de la industria alfombrera de su país, Pakistán. Se había convertido en un líder de los niños pakistaníes que trabajan en condiciones de esclavitud haciendo esas maravillosas alfombras que pisamos en nuestras casas, pero manchadas con la sangre de esos niños que son víctimas de todo tipo de abusos. En su recuerdo se ha elegido el 16 de abril como el día mundial contra la esclavitud infantil.
Cuando volvieron a casa, estos niños de primaria no habían ganado dinero, pero sí habían crecido como personas.
© María Pilar

02 abril 2014

Por el mar Adriático

Conduzco el coche siguiendo la sinuosa carretera de costa que desciende al Adriático. El sol de poniente me obliga a entrecerrar los ojos para poder ver bien las curvas encadenadas al borde del acantilado. Abajo, un mar cristalino se extiende entre islas con una quietud de espejo.
El crucero avanza abriendo una vía por las serenas aguas color turquesa que ocultan su profundidad tras el reflejo de los acantilados verdes. Así y todo me divierte una nereida engalanada con sus flores de nácar. Pronto me siento, a su vez, observada. Son los tritones con sus ojos coléricos los que recriminan mi intromisión en su mundo bajo el mar donde viven en palacios decorados con los restos de los naufragios. Con disimulo levanto la vista de las profundidades por el temor que me causa afrontarlos.
El barco sortea con dominio los islotes que salen a nuestro encuentro y deja atrás la Perla del Adriático con su imponente muralla y sus tejados rojos que delatan su reciente reconstrucción. En Dubrovnik se palpan las ganas de una nueva generación por pasar página de la guerra y dedicarse a vivir en libertad la independencia recién estrenada.
El perfil de la isla a la que vamos se va acercando por estribor con total precisión. Es una entre las muchas que sestean a esa hora bajo la vertical del sol; la convierte en especial el ser la elegida para hacer aquella parada. Cuando el motor se para al atracar en el pequeño embarcadero, sentimos el descanso del silencio. La brisa fresca que nos recibe nos hace respirar a pleno pulmón el olor a mar y naturaleza. 
Por el estrecho camino que sube entre pinos, crujen las hojas secas bajo nuestros pasos hasta llegar a una iglesia abandonada, testigo de que en un pasado la isla estuvo habitada. Tal vez su torre fue un día faro para indicar a los pequeños barcos el camino de vuelta. Una multitud de cigarras tiene la desvergüenza de ofrecernos un canto chillón y monocorde que nos aturde. Acaso sean las mismas que recibían a los marineros de los barcos rasgando las telarañas del aire en su honor.
La desdibujada vereda nos baja a una pequeña concavidad excavada en la base del acantilado que, a falta de playa, nos facilita el encuentro con el mar. Los rojizos del crepúsculo sacan destellos dorados a las aguas que envuelven nuestros cuerpos desnudos mientras disfrutamos de un baño placentero. 
La luna llena con actitud displicente comparece por encima del pinar y, aunque yo creo que nos ve encendidos de pasión entre los pinos, hace caso omiso de nuestra presencia. Porque eso de que la luna mira recelosa a los enamorados por no tener un amor igual, no es verdad. Se desliza en su barco de plata y el mar vestido de gala la recibe radiante en un mágico juego de luz y espejos que paralizan el mundo.

© María Pilar