25 febrero 2011

El espantapájaros

¡El espantapájaros! Recuerdos de infancia, aplausos infantiles, miradas temerosas.
Los lugareños cachiporra en mano, hartos de que los intrusos visitantes alados les devorasen las frutas, decidieron declararles la guerra y no cejar hasta acabar con ellos o que pactasen una retirada en desbandada.
El revoloteo, gorjeo y trinos, exasperaba aún más a los del bastón que enfurecidos arreciaban contra las alegres aves cantarinas. Éstas, cual imán, se sentían atraídas más y más por las rojas y carnosas cerezas.
Reunidos en asamblea pequeños gorriones, negros tordos, coloridos petirrojos, cantarines canarios, camuflados mirlos y vencejos revoloteando, decidieron copiar el mimetismo del lugar y pasar desapercibidos ante el ojo humano. Con la tranquilidad y el silencio, los lugareños dormitaban la siesta, lo que era aprovechado por las ágiles y astutas aves para hacerse con el fruto. Al límite de su paciencia, los hombres crearon, cual dioses supremos, un ser a su imagen y semejanza, un ser que con el soplo del viento pareciera tener vida y engañar así a los malvados pajarracos.
¡Apareció el espantapájaros!
Lucía una increíble sonrisa y unos ojos picarones de un azul intenso, le cubría la cabeza una boina negra de abuelo con un gran pompón rojo que le daba un aspecto cómico. Iba vestido como los granjeros: mono azul con peto. Relleno todo él de hierba seca y con el gesto amenazante de los brazos abiertos, parecía moverse por el campo zarandeado por el viento.
Aportaba una nota pintoresca al paisaje.
A veces aparentaba un ser siniestro y otras un divertido payaso con ganas de juego. Bastaba ver el gesto de un niño que lo observaba, su leve sonrisa dejaba claro que se adentraba en un mundo mágico proyectando en sus pupilas un ser grotesco que inspiraba ternura en plena actuación: brazos en cruz, manos de paja, amplia txapela y leves movimientos de perceptible temblor.
Pronto descubrieron su debilidad las aves y sin ningún miramiento se posaron encima y le pusieron perdido con sus excrementos.
El espantapájaros se quitó la txapela, la sacudió y la apretó con las dos manos contra su pecho; agachó la cabeza para disimular las lágrimas que desdibujaban los rasgos grotescos de su cara y con inmensa tristeza echó a andar. Su figura se perdió en el tiempo.
© María Pilar

23 febrero 2011

El abuelo cumple 90 años


El álbum de la vida
Las huellas que se dejan al andar
Como tejas viejas
De aquella casa solariega
Con tantas historias que contar.
Cabello blanco, es recuerdo
Un sin fin de vida
Es el guardián de un tesoro
De memoria y sabiduría

20 febrero 2011

Rosa - la del Escaparate -

Cuando un día harta de los códigos HTML imposibles y respondones y de los widgets insolentes y escurridizos escribí mi primer e-mail a Rosa – El Escaparate -, me surgió una gran duda: ¿Cómo una de las mejores en el arte de crear blogs, ocupadísima en atender a tantos seguidores como tenía, iba a interesarse de una intrusa como era yo en ese momento?
¡Qué grata sorpresa me dio!
Tres días más tarde tenía la respuesta.
Por eso cuando pienso en ella pienso en su agradable acogida. Hacía que te sintieras bien. Parecía estar dispuesta siempre para los demás. Tenía el SABER, era una experta; el QUERER, lo quería compartir con los demás y el HACER, esa manera suya tan generosa, sin escatimar tiempo, aclarando con todo detalle y a la vez con precisión donde tenía que ir cada código del enrevesado lenguaje de la edición HTML y, además, transmitia alegría en el empeño.
¡Qué arte tenía en hacer fácil lo difícil!
Estoy segura que en esta actitud suya tan generosa, está, por un lado, el secreto de su felicidad y por otro el inmenso cariño que tantos y tantos blogueros la tenemos.
Gracias Rosa por ser una maestra maravillosa, por tu gran corazón, por tu generosidad y por la herencia que nos has dejado.
© María Pilar

17 febrero 2011

Los quinquilleros

Caras Ionut
Llegaban envueltos en una nube de polvo que levantaban sus pesadas carretas y al son de un tintineo que producían todos los objetos metálicos que colgaban en los laterales.
—¡Ya están aquí los quinquilleros!—decían en el pueblo.
Una columna de humo nos indicaba dónde se asentaban. Los chicos los mirábamos semiescondidos desde la distancia. Desprendían olor a humo, y los niños iban descalzos. Eran diferentes. Entre ellos y nosotros se establecía una barrera de incomunicación.
Las mujeres vestían faldas largas de colores y llevaban puesto un pañuelo en la cabeza dejando ver por detrás sus largas melenas. Eran jóvenes y muy guapas, con grandes ojos negros y unos pendientes muy largos.
Con la carga de algún bebé a sus espaldas iban por las casas para que les dieran utensilios de metal, porcelana o loza para arreglar. Lo más curioso es que ponían unas grapas enormes en los platos rotos de cerámica o loza y no se les resquebrajaban.
Un año se desgajó una pareja del gran grupo. El crudo invierno se echaba encima y ella no podía seguir al resto porque estaba embarazada. Los termómetros cayeron en picado bajo cero y el viento helado traía las voces de la tragedia que se cernía sobre ellos.
Mi abuelo, serio y adusto, en apariencia nada propenso a la compasión, se acordó de la casa que tenía abandonada camino del cementerio. Allí nació el pequeño y allí vivió hasta que su joven madre estuvo en condiciones de vagar por los caminos.
Ese bebé hoy será un adulto de unos pocos años menos que yo. ¡Cómo me gustaría conocerlo!

© María Pilar

11 febrero 2011

El madrileño en el pueblo

Allí estaba, como un pasmarote larguirucho y estirado con su ropa nueva de verano y sus sandalias relucientes. Todo él parecía salido de la plancha. Ni un solo pelo se le movía de lo engominado que iba. Desde la acera de enfrente nos vigilaba y escuchaba lo que hablábamos.
Al principio no le dimos importancia. La carretera era la línea divisoria y así seguimos con nuestros juegos y nuestra vida en la calle. No teníamos nada que ver con él. Vestidos con la ropa heredada de algún hermano mayor, con los rasponazos en las piernas, las zapatillas de color indefinido y sobre todo alegres y curtidos por el sol, lo nuestro era la vida de la calle.
A pesar del acuerdo tácito de la carretera, la relación hostil se fue fraguando entre las dos aceras hasta que un día le oímos hablar por primera vez: ¡Paletos! ¡Paletos! 

Su desfachatez nos enconó. Edu no tardó en escupir lo que nos pareció el peor insulto: ¡Madrileño! Y toda la panda, que éramos Edu, Luisito y yo, al grito de ¡Madrileño! nos fuimos por él.
Echó a correr como el cobarde que huye, pero lo seguimos hasta alcanzarlo. Pude ver una chispa de terror en sus grandes ojos negros cuando comenzó la trifulca. Él sólo intentaba protegerse la cara con los brazos, era un blando y en ese plan no hay pelea que valga. Tras ser zarandeado logró escabullirse y lo dejamos marchar mientras nos reíamos porque iba dando trompicones.
No salió escarmentado. Al día siguiente ya estaba otra vez lanzándonos su grito de guerra; pero eso sí, a una prudente distancia para asegurarse la retirada.
© María Pilar

06 febrero 2011

Soneto a un amor posesivo

cage-urban
Gran amor posesivo y entregado
Mordida manzana tiñe su cuna
Frío dios altanero y bien plantado
De suave tacto y sensual finura

El brillo de sus ojos plateados
Sin pudor a todo el mundo desnuda
Su fogosidad te incendia encantado
Sin necesidad de un claro de luna

Este gran amor me achica e inquieta
Me absorbe todas las horas del día
Sin tiempo para mi afición de poeta

Muy celoso cada vez más aprieta
El día que agotó la batería
Se hizo silencio, se acabó la fiesta

(A mi smartphone - teléfono inteligente).