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Mostrando entradas de febrero, 2011

El espantapájaros

¡El espantapájaros! Recuerdos de infancia, aplausos infantiles, miradas temerosas. Los lugareños cachiporra en mano, hartos de que los intrusos visitantes alados les devorasen las frutas, decidieron declararles la guerra y no cejar hasta acabar con ellos o que pactasen una retirada en desbandada. El revoloteo, gorjeo y trinos, exasperaba aún más a los del bastón que enfurecidos arreciaban contra las alegres aves cantarinas. Éstas, cual imán, se sentían atraídas más y más por las rojas y carnosas cerezas. Reunidos en asamblea pequeños gorriones, negros tordos, coloridos petirrojos, cantarines canarios, camuflados mirlos y vencejos revoloteando, decidieron copiar el mimetismo del lugar y pasar desapercibidos ante el ojo humano. Con la tranquilidad y el silencio, los lugareños dormitaban la siesta, lo que era aprovechado por las ágiles y astutas aves para hacerse con el fruto. Al límite de su paciencia, los hombres crearon, cual dioses supremos, un ser a su imagen y semejanza, un ser

El abuelo cumple 90 años

El álbum de la vida Las huellas que se dejan al andar Como tejas viejas De aquella casa solariega Con tantas historias que contar. Cabello blanco, es recuerdo Un sin fin de vida Es el guardián de un tesoro De memoria y sabiduría

Rosa - la del Escaparate -

Cuando un día harta de los códigos HTML imposibles y respondones y de los widgets insolentes y escurridizos escribí mi primer e-mail a Rosa – El Escaparate -, me surgió una gran duda: ¿Cómo una de las mejores en el arte de crear plantillas de blogs, ocupadísima en atender a tantos seguidores como tenía, iba a interesarse de una intrusa como era yo en ese momento?  ¡Qué grata sorpresa me dio! Tres días más tarde tenía la respuesta.  Por eso, cuando pienso en ella, recuerdo su agradable acogida. Hacía que te sintieras bien. Parecía estar dispuesta siempre para los demás. Tenía el SABER, era una experta; el QUERER, lo compartía todo con los demás y el HACER, esa manera suya tan generosa, sin escatimar tiempo, aclarando con todo detalle y a la vez con precisión donde tenía que ir cada código del enrevesado lenguaje de la edición HTML y, además, transmitia alegría en el empeño.¡  ¡Qué arte tenía en hacer fácil lo difícil! Estoy segura de que en esta actitud suya tan generosa, está, por un

Los quinquilleros

Caras Ionut Llegaban envueltos en una nube de polvo que levantaban sus pesadas carretas y al son de un tintineo que producían todos los objetos metálicos que colgaban en los laterales. —¡Ya están aquí los quinquilleros!—decían en el pueblo. Una columna de humo nos indicaba dónde se asentaban. Los chicos los mirábamos semiescondidos desde la distancia. Desprendían olor a humo, y los niños iban descalzos. Eran diferentes. Entre ellos y nosotros se establecía una barrera de incomunicación. Las mujeres vestían faldas largas de colores y llevaban puesto un pañuelo en la cabeza dejando ver por detrás sus largas melenas. Eran jóvenes y muy guapas, con grandes ojos negros y unos pendientes muy largos. Con la carga de algún bebé a sus espaldas iban por las casas para que les dieran utensilios de metal, porcelana o loza para arreglar. Lo más curioso es que ponían unas grapas enormes en los platos rotos de cerámica o loza y no se les resquebrajaban. Un año se desgajó una pareja del gran

El madrileño en el pueblo

Allí estaba, como un pasmarote larguirucho y estirado con su ropa nueva de verano y sus sandalias relucientes. Todo él parecía salido de la plancha. Ni un solo pelo se le movía de lo engominado que iba. Desde la acera de enfrente nos vigilaba y escuchaba lo que hablábamos. Al principio no le dimos importancia. La carretera era la línea divisoria y así seguimos con nuestros juegos y nuestra vida en la calle. No teníamos nada que ver con él. Vestidos con la ropa heredada de algún hermano mayor, con los rasponazos en las piernas, las zapatillas de color indefinido y sobre todo alegres y curtidos por el sol, lo nuestro era la vida de la calle. A pesar del acuerdo tácito de la carretera, la relación hostil se fue fraguando entre las dos aceras hasta que un día le oímos hablar por primera vez: ¡Paletos! ¡Paletos!  Su desfachatez nos enconó. Edu no tardó en escupir lo que nos pareció el peor insulto: ¡Madrileño! Y toda la panda, que éramos Edu, Luisito y yo, al grito de ¡Madrileño! nos

Soneto a un amor posesivo

cage-urban Gran amor posesivo y entregado Mordida manzana tiñe su cuna Frío dios altanero y bien plantado De suave tacto y sensual finura El brillo de sus ojos plateados Sin pudor a todo el mundo desnuda Su fogosidad te incendia encantado Sin necesidad de un claro de luna Este gran amor me achica e inquieta Me absorbe todas las horas del día Sin tiempo para mi afición de poeta Muy celoso cada vez más aprieta El día que agotó la batería Se hizo silencio, se acabó la fiesta (A mi smartphone - teléfono inteligente).