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Mostrando entradas de marzo, 2017

Y la vida sigue

Han tenido que pasar unos años para que se me deshiciese el nudo que me presionaba por dentro y poder escribir lo que pasó aquella aciaga noche.  Hacía unos días que se había celebrado la fiesta de la primavera. Las noches se acortaban y los días eran luminosos y floridos. Pero algo ocurrió la noche del 25 de marzo que rompió esa tendencia natural y se hizo larga, muy larga. Yo no dormía. Estaba contigo en la habitación 407 del hospital de Txagorritxu. A veces te movías inquieto y te preguntaba: ¿Tienes dolores? Y tú lo negabas. La tenue luz de emergencia recortaba con precisión tu espacio: la cama que te acogía y el gotero que te alimentaba; el resto de la habitación adquiría una tonalidad de penumbra donde los elementos, entre ellos el sillón en el que me encontraba, parecíamos testigos maniatados por el miedo esperando la llegada de algo cuyo nombre éramos incapaces de pronunciar. Te quedaste con los ojos cerrados y la mano del gotero sobre la sábana como un barquito varado. Yo oía

Día Mundial de la Poesía

Al hablar de libros especiales me viene a la memoria aquel que me llevó a mi primer gran encuentro con la Poesía. Entonces era joven y hoy al hojearlo he notado que las edades se han invertido, yo ya peino canas y él permanece. Hasta ese momento había leído poesía como el que contempla una fotografía de un lugar maravilloso, pero desconocido, y de pronto la vi de verdad. Mi mente se abría por primera vez a la Poesía, la que se escribe con mayúsculas: Esa belleza misteriosa que te muestra la realidad del mundo donde lo de menos es la métrica, la rima o la estrofa. Fue tan sorprendente que me quedé callada. Era una tarde gris y lluviosa de domingo. La tarde ideal para coger un libro, sentarme tranquila en un rincón y entregarme a ese momento íntimo que es la lectura. Me apetecía leer poesía y elegí las Rimas de Bécquer. En el primer verso que me fijé creí escuchar la voz del poeta y me fascinaba pensar que era a mí a la que hablaba: —/Si pudiera al oído contártelo a solas/ Sentía c

Regalo sorpresa

Encendidos de pasión tras las últimas notas de “Thinking out loud” que habían sonado en el salón de baile del Gran Hotel, subimos a la habitación. Esa canción era nuestra banda sonora desde el día que la oímos por primera vez mientras preparábamos nuestro viaje a la Ciudad de la Luz. — ¡Qué casualidad!—te dije gratamente sorprendida—la han elegido para cerrar el baile. Bajaron las luces y el pianista empezó a desgranar las primeras notas. Me miraste con tanta intensidad como nunca antes lo habías hecho. La voz del cantante irrumpió en el escenario y sentiste mi temblor al poner tus brazos en mi cintura y yo noté tu respirar entrecortado. A ritmo de baile, nuestros corazones nos hacían el eco perfectamente acompasados y tus labios me iban susurrando aquellos versos de los que ya nos habíamos apropiado. Al entrar en la suite quedé petrificada cuando encendí la luz del baño. Me vi rodeada de un ejército oscuro que formaba una alfombra movediza en el suelo de mármol blanco. El terror s

El almendro de Clara

Me llegó el olor de las lilas antes de verlas y de inmediato mi mente se trasladó al lugar de mis orígenes. En él, mi padre me acogió cuando una valenciana que vendía cerámica de Manises me puso en sus brazos. —Papá, ¿por qué a los niños los trae la cigüeña y a mí una valenciana? —Porque en esos tiempos nacían muchos niños y las cigüeñas necesitaban intermediarios. En honor a mi llegada mi padre plantó un almendro y mi madre escribió un libro de mi crecimiento. Me llamaron Clara y a mi gemelo: “El almendro de Clara". Toda mi vida se renueva en mi memoria solo con verlo. El abuelo fijó su silla bajo su sombra y al caer la tarde me cascaba almendras que saboreaba al aroma de las lilas que estaban cerca. El almendro se hizo todo brazos a la vez que mis formas corporales se fueron ondulando. Durante mis primeros años fue columpio con una cuerda entre sus ramas y mi lugar preferido para esconderme. Plantaba cara al crudo invierno y se vestía sus mejores galas cuajadas de flores bl

3 de marzo en Vitoria

—¿Alguna vez pensaste que esto fuera tan brutal? —me dijo Mikel con la mano en las lumbares doloridas por los golpes de la porra policial. —Esto... ¡Pero qué es esto! —le contesté enojada enfundada en mi pantalón de pata ancha y mi chaquetón de cuadros. Ese día de invierno nos vimos a la deriva ante un destino incierto. En los alrededores de la universidad los "grises" se habían ensañado y habían cargado con contundencia.  Más tarde, las fuerzas de orden público, parapetadas tras los escudos, se entregaban a fondo para disolver nuestra manifestación por la calle Francia en apoyo de la lucha obrera. El humo de los botes nos envolvía impidiéndonos respirar; el ruido de los disparos de los antidisturbios nos estallaban los tímpanos y el miedo nos alteraba el ritmo cardíaco. Las pelotas de goma, que caían por doquier, abatían a los que alcanzaban... Las toses y la irritación en los ojos hacían que buscásemos una salida y chocábamos con furgones policiales que cortaban las call