Este año se cumple el centenario del nacimiento de este gran
escritor del género fantástico y ciencia ficción. Uno de mis autores preferidos.
En la lista de mi blog sobre los mejores autores de relatos, lo tengo a él, claro, no podía faltar.
Estaba pensando escribir algo para conmemorar esta fecha cuando me he quedado pegada a la radio con la voz del periodista Jacinto Antón. Da gusto escucharlo. No solo tiene un profundo conocimiento del autor y su obra, lo vive, y te lo transmite a través de las ondas.
Ray Bradbury era un hombre con una gran capacidad de ternura, ingenuo, pero también tenía un lado muy sombrío, y esa mezcla de lo oscuro y lo inocente es lo que da valor a toda su obra. Para él era importante la belleza de la vida, pero también ese elemento perturbador de que todo se acaba. No nos predice el futuro, nos previene sobre él: nos alerta de la subordinación del ser humano a la hegemonía tecnológica, la pérdida de libertad individual, la destrucción del medioambiente, la muerte del libro como objeto físico, el ocaso de las bibliotecas y de las librerías y el receso de la libertad de expresión y creación.
Un tipo divertido e inquieto como él, siguió toda su vida sin perder la visión del niño que llevaba dentro, le daba miedo la oscuridad y los aviones; le encantaban los gatos, los cohetes y la zarzaparrilla.
A diferencia de otros autores de CF, su obra no corre el riesgo de ser obsoleta porque su fuerza narrativa no se centra en lo tecnológic, sino que pone su acento en lo humano. Siempre he intentado escribir mi propia historia. Pónganles la etiqueta que quieran, llámelas CF, fantasía, policial o western. En el fondo, todas las buenas historias son de una sola clase: la de la historia escrita por un individuo con una verdad propia (Ray Bradbury).
¡Qué fantástico cuento hubiera escrito sobre esta situación de pandemia por el covid-19! Al igual que en su novela distópica Fahrenheit 451, donde estaba prohibido leer, que ahora no podamos abrazarnos ni besarnos, sería materia para una de sus grandes historias. En su lápida está escrito: autor de Fahrenheit 451, su novela preferida. Yo me imagino que allá habrá montado una biblioteca y regalará libros a todos diciéndoles: Leed, leed siempre y como tienen todo el tiempo del mundo se lo pasarán divinamente leyendo.
Aunque parezca contradictorio, porque en sus obras llega a Marte y Venus, a él no le gustaba viajar porque no le gustaba volar ni conducir, nunca tuvo carnet para hacerlo. Pero sí estuvo una vez en Madrid para participar en unos cursos de El Escorial que daba María Kodama sobre Literatura Fantástica. Y allí, lo conoció Jacinto que asistía a aquellos cursos. ¡Cómo lo envidio! Desayunaban juntos todos los días, Bradbury daba charlas, asistía a otras y un
día, el periodista, le llevó todos los libros para que se los firmase. Desde siempre, era un fan del autor.
Cuenta que le dedicó su libro favorito, El vino del estío, con el dibujo de un diente de león, porque en la novela, que pasa durante el verano, preparan el vino que se hace con esa flor.
También le firmó las Crónicas marcianas, el libro fundamental del autor. Una colección de cuentos que fue a vender al principio de su carrera por separado y le dijeron que lo hiciera como novela porque todos tienen una línea que los une: la conquista de Marte, una conquista fantástica. Los marcianos tienen los ojos amarillos y una voz musical, tocan el arpa, es una civilización culta. Allí llegan los terrícolas con todo su poderío para colonizarlos al estilo de la conquista del oeste americano y la civilización marciana, tan mágica y maravillosa, desaparece dejando un rastro de canciones e historias.
En La
feria de las tinieblas, le escribió una frase muy bonita. Esta es una novela con una serie de misterios y terrores, pero también es la relación de un padre con su hijo, por eso, el periodista le pidió que se lo dedicara para su hija y cuando el autor le preguntó cuántos años tenía, le contestó que acababa de nacer.
En algún momento del futuro, nos encontraremos, le escribió Ray Bradbury.
¡Qué regalo tan estupendo!