22 febrero 2013

Malala Nobel de la Paz

¿De dónde sacabas tanto valor, mi niña? ¿De dónde esa fuerza que te hacía mantener una fe ciega en el horizonte que estaba por venir? 

No hace mucho que te conozco, pero desde el principio sentí una conexión especial contigo y ¿quién no? Sentí que el sol brillaba más cuando nos llegaron noticias de que estabas mejorando de las agresiones que te ocasionó el que quiso matarte. Ese tiene que ser un día especial para ti porque has vuelto a nacer. Cosas malas ya las has vivido en tu corta vida, a partir de ahora encontrarás buenas y hermosas porque por fin se van a realizar tus sueños. 


Seguro que en todo el proceso que llevas, más de una lágrima se habrá deslizado por tu rostro destrozado y me duele tanto, pero estos días se tornarán en lágrimas de alegría y amor. Tu fuerza interior es la que ha hecho que volvieras a la vida y ésta seguro que saldrá fortalecida.


Es hermoso leer lo que escribías en tu blog en el que proyectabas tanta sinceridad y claridad de ideas que a mí me emocionaste desde la primera entrada. Con esa convicción impropia de una niña de 11 años te manifestabas tan preocupada por la escuela de niñas de tu pueblo y en contra del cierre decretado por los talibán, que me dejaste descolocada a la vez que te sentía como una voz que clamaba en un desierto. Así supe que pasaste miedo cuando se te acercó aquel talibán y te amenazó de muerte. "Tengo miedo. De camino a la escuela, oí a un hombre decirme: te voy a matar." Pero el miedo no te amedrentó, no te envolvió en el mutismo más absoluto como ellos hubieran deseado. A pesar del miedo no dejaste de ir a la escuela, te quitaste las ropas de colores propios de niñas para vestirte de negro cuando así lo exigieron y ocultaste los libros entre los velos; todo, con tal de poder acudir a la escuela a aprender. 


El día que el talibán paró el autobús del colegio y obligó a tus compañeras a que te señalasen para pegarte dos tiros y gritar a las demás que era una lección, me produce una rabia y un desasosiego difíciles de describir.

Tú me has demostrado que, a pesar del negro que te obligaban a llevar, tu interior estaba lleno de bellos colores con los que pintabas tus sueños por los que merecía la pena vivir con coraje y valor. Me has enseñado la lucha por la construcción de una vida mejor. Seguro que seguirás encontrando muy dentro de ti la intuición, la razón y el sentido para seguir viviendo esta tu segunda vida.


Quiero felicitarte por ser cómo eres y quiero decirte que las mujeres del mundo entero y muchos hombres estamos orgullosos de ti, que tu luz ha prendido y va a haber muchas Malalas en el mundo que se atrevan a luchar por los derechos fundamentales de las niñas.


Que esos tus ojos de sonrisa dulce sigan mirando sin orgullo ni rencor.
© María Pilar

09 febrero 2013

Diálogo interior

Intento cumplir —como cada año— con los buenos propósitos. He empezado a ir al gimnasio. Voy por la mañana porque pensaba que a esa hora estaría vacío, pero no; parece que he coincidido con el pensamiento de mucha gente. Al entrar, todos nos sacudimos la nieve que traemos encima. En la puerta, un vigilante nos indica que no se puede pasar al gimnasio con la ropa de calle, aunque vayamos con chándal. ¡Cómo para entrar con las pintas que llevamos!

Estoy absorta esperando que abran el gimnasio cuando unos brazos se mueven y cruzándose lentamente buscan sus axilas donde parece querer esconder sus manos. Capto la mirada de «compasión» de aquella que los sigue con insistencia con un punto de morbo y la expectación insana suficiente para proclamar sin voz: ¿Tú, vas a hacer gimnasia en este grupo?
Se ha puesto a mi lado.
—No lo mires, que te conozco —me increpa mi yo interior tan sensato.
—Déjame en paz, es muy guapo —le contesto
—Ya, ya, con que guapo, no es eso lo que te interesa.
—Mira, el próximo día te quedas en casa que para incordiar yo solita me basto.
—¡Jajaja! En casa, no te lo crees ni tú. ¡No se te ocurra mirarlo!
Me concentro en el espejo que ocupa la pared de enfrente y allí la mirada quiere desviarse sin tener que girar la cabeza. Una mirada maternalista, protectora, en compensación a la que acaba de recibir. 

—¿Estás segura de que es eso lo que necesita?
—¡Joder! lo has conseguido, he perdido el ritmo, la coordinación y… ahora soy yo el objeto de las miradas de algunos.
—Por patosa.
—Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
—Déjate de poesías, tú a lo tuyo. ¿No era uno de tus propósitos del año nuevo? Pues, ¡vaya comienzo!
—¡Qué pesadilla! —me ha salido en voz alta. Menos mal que la clase ha terminado.
—Duro ¿Eh? —me dice acercándose con una sonrisa de oreja a oreja —Ah, ¡gracias!
Lo que me faltaba, ha estado leyéndome el pensamiento.
—Oye,¿por qué me das las gracias?
—Porque has sido la primera chica que ha estado más de una hora a mi lado sin mirarme esto, ni siquiera de reojo.
Y levanta con desenvoltura los dos muñones que tiene por brazos desde que la guillotina de la fábrica de Fournier se los llevara por delante.

07 febrero 2013

La ciclogénesis explosiva

Desde Información Metereológica nos anunciaron que debíamos prepararnos para la Ciclogénesis Explosiva que estaba al llegar. Por primera vez no utilizaron las consabidas palabras de huracán, borrasca o temporal a las que ya estamos más acostumbrados y al oír Ciclogénesis, nos quedamos encandilados. La gente empezó a repetirla con cierta cadencia poética. En este mundo de la imagen, ya no quedan los Medina o Fuentes de Oca que enseñaron a los españoles a descifrar los símbolos del parte meteorológico con mapas rústicos y recursos precarios. Con la desaparición de esos mapas empiezan a marcharse también las palabras que los acompañaban y son sustituidas por otras que logran ser "trending topic".

La Ciclogénesis Explosiva pasó por nuestra tierra sin pena ni gloria, pero la palabra se quedó entre nosotros y empezó a sonar en todas las tertulias, debates o titulares que quieren apuntarse un plus de modernidad. Yo también viví mi ciclogénesis explosiva particular.


Desperté cuando la claridad del día, que entraba por las rendijas de la persiana, incidía sobre el tocador y sacaba destellos cristalinos al pequeño frasco de perfume. Sonriendo alargué los brazos por encima de mi cabeza para desperezarme. ¡Cómo me gustaban las mañanas de los domingos! Sin horarios ni agenda, podía remolonear un poco más. Estiré un pie hacia el otro lado de la cama y noté la calidez del reciente abandono. 


Atraída por el aroma del café recién hecho llegué a la cocina, descalza, con el cabello suelto y la fina camisola de dormir. Lo sorprendí en pijama corto, con el rostro serio y concentrado en lo que estaba haciendo para que le quedase todo perfecto. De aspecto atractivo y musculoso, transmitía quietud, aunque dentro de esa quietud bullía una mente inquieta que se manifestaba en como fruncía el entrecejo.

Unos ojos azules, muy claros, me miraron con satisfacción unos segundos: "¡Ya está todo!" La luz matinal que entraba a raudales por el ventanal incidía de manera oblicua sobre los elementos de la mesa resaltando sus texturas. Mi taza de porcelana blanca con la cafetera caliente al lado; la suya, humeando el rico chocolate. El aceite de oliva y las tostadas crujientes; la mermelada de naranja y los bizcochos. Todo preparado por un artista de bodegones. No se me escapó su sensual mirada sobre el bamboleo de mis caderas al sentarme. Una sensación placentera flotaba en el aire. Esa que te indica que algo está a punto de ocurrir y no estás dispuesta a dejarlo pasar. Quería el bigote que el chocolate le había dejado en su labio superior, no me dejaba, se defendía con el brazo. Insistí y por fin dijo:
—¿Y este descaro mañanero? —Con un mirar risueño como un guiño cómplice. —Si quieres guerra, la vas a tener — añadió.
Se levantó de la silla, lo agarré fuerte rodeando su cintura con mis piernas y el café y el chocolate se mezclaron de manera explosiva.
—¡Empieza la ciclogénesis explosiva!—anuncié
En un susurro preguntó:
—La ciclo ¿qué?
© María Pilar

01 febrero 2013

La niebla, metáfora de la corrupción en España

leonid afremov
¡Qué claro lo veíamos todo cuando la venda nos tapaba los ojos! Entonces proclamábamos que corruptos eran algunos de nuestros dirigentes, —que tendrían que vérselas con la justicia— pero que la mayoría eran honrados. Se nos cayó la venda y lo vemos todo de un color gris sucio, opaco, que se extiende sin límites, abarcando todas las altas instancias del poder. Es el señorío de la corrupción que lo contamina todo como la niebla domina esos días grises en nuestra tierra.
Por la mañana abro la ventana y una densa niebla quiere devorarme. Adivino los prunos que se están adelantando a la primavera, los magnolios con su verde aterciopelado, los pinos hieráticos y silenciosos y los plataneros despojados de sus hojas. Silencio total en la plaza. Hasta el Gorbea parece que se ha encogido y no se atreve a lucir su cima con la txapela blanca.
La realidad es que la silenciosa niebla se va colando por las rendijas de los medios de comunicación y acomodándose en el interior de las casas. Entra con perezosa rapidez. Es esa niebla pegajosa, viscosa, del cuarto de baño que empaña el espejo, pero en dimensiones gigantescas y que nos permite movernos por su interior como autómatas o sonámbulos.
Por la calle no se ve cielo ni tierra, tan solo la blancura húmeda que nos hace sentirnos en la pesadilla de un mal sueño. Todo se desvanece y se ralentiza como si quedara flotando a expensas de ese blanco sucio cuyos hilos manejan los poderes económicos. De repente, una mancha negra emerge de la blancura, se aproxima, el grito se te ahoga en la garganta porque pasa rozándote, pero no se inmuta. Vivimos con el miedo y la inquietud que nos da la inseguridad. Los días se hacen monótonos, las horas de trabajo rutinarias y el color blanquecino se torna oscuro para ser devorado por la noche.
Vuelvo a casa. ¡Llueve a raudales! Luz triste la de las farolas que no ofrecen consuelo a las calles encharcadas. Con el abrigo, los guantes, el bolso, una compra de última hora y el paraguas, ¿cómo encontrar la llave? Un joven que también quiere entrar me dice: "Pasa tú primero". Él viene con bici, mochila, casco,… Al final se adelanta a abrir la puerta porque mi bolso, que se ha convertido en una caverna, deja oír el sonido de las llaves, pero quieren jugar al escondite; no saben de mi cansancio ni de la inmensa tristeza que como la niebla nos difumina y no nos deja ver el sol.
© María Pilar