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Mostrando entradas de enero, 2015

La estrella y la luna

 RETO: UNA CANCIÓN, UNA HISTORIA Título: La estrella y la luna Autor: LA OREJA DE VAN GOGH https://www.youtube.com/watch?v=6DAv9dXKmlA En cada sonrisa mil "te quiero" En cada destello un millón de besos Aire puro anhelos secretos Como guardan los ríos sus mejores recuerdos. Los niños chiquitos olvidan sus miedos Cuando cada noche Creen poder tocarla en sus dulces sueños. En la alborada del mar del amor Conciben suaves melodías Entre los lazos del viento. Los ojos cuentan, la poesía escribe Se enredan como folio y verso. Agua, hielo, tierra, y fuego Pesadilla de terror tornan los dulces sueños Serpiente que no sabe de aromas ni besos Pupilas de envidia, congeló el momento. Si de llorar se tratara, Se ahogaría el mar por dentro. En un columpio se bambolea la estrella Ha regresado a su cielo © María Pilar

Amor en el Museo

Tres bellísimas jóvenes rebosantes de carnal picardía muestran con gozo sus cuerpos desnudos. Las tres están conectadas entre sí a través de los brazos, el velo y, sobre todo, la mirada. Es justo la complicidad de sus miradas lo que da unidad al grupo. Bailan al ritmo de una divertida música que canta la lira de Orfeo y con la elegancia y gracia que irradian, nos están invitando a participar. La cascada de cabellos rubios que le cae a Áglae por la espalda tiene hechizado a Diego que las observa. Siente que adentra sus manos entra los rizos y percibe el cálido aroma que los envuelve. Tiembla excitado al contemplar la morbidez perlada de su cuerpo desnudo. Está pletórico y entona un soneto a la voluptuosidad  de su amada. Las tres chicas cuchichean. "Ahí lo tienes, encendido de pasión", le susurra Talia. Y hábil le baja el brazo para que luzca la frescura de su pecho con el pezón turgente. El fruición que experimenta Diego, intensifica su respiración y el sudor le

Dulces cantos de sirena

Me encontré entonces, en medio de aquel océano amarrada a tu sombra para acallar mi rebeldía. Me ataste a ti con las cadenas de tu amor posesivo. Era lo que más querías y me esclavizabas, ponías el mundo a mis pies y solo me permitías esta jaula. Yo quería ser feliz, con derecho a equivocarme, pero ser feliz. El día que me creíste segura y me diste la espalda, fue mi día; bueno, mi gran noche.  Alegre zarpaste a recorrer las profundidades del mundo oceánico que tanto te gustaba y yo a los brazos del marinero de ojos azules que me estaba esperando. Aprendí a vivir esquivando tu mano férrea y todas las noches, transformada en una mujer nueva, desaparecía para volver antes del amanecer. Hasta que una noche, el alba se vislumbraba en el horizonte. Con los zapatos de tacón en la mano, la blusa verde de seda desabrochada, las finas medias con agujeros y el recogido de mi peinado cayendo en guedejas, corría y corría pero las piernas me flaqueaban. Si la luz me iluminaba estaba perdida

Cómo cuidamos a nuestros mayores

En mi sueño volvía ensimismada del trabajo dejando que el sol de poniente me contagiara con su brillo. De repente se coló una casa solariega que había visto en una revista a la que habían premiado por su rehabilitación. Era el portal número 13 de la calle de las Angustias. ¿Qué hacía ese grupo de personas arremolinadas ante la casa? Me acerqué picada por la curiosidad y de súbito lo vi. Era un pie lo que provocó mi inquietud, el resto del cuerpo permanecía cubierto por una manta. Un pie descalzo, cansado de las muchas caminatas que había dado en la vida, marcado por las durezas a las que había hecho frente en la vida y al final, envejecido. Enseguida aparté la vista. Fue un flash, un segundo que se quedó colgado en mi mente creándome un gran desasosiego. Ese pie desnudo, que en la caída en vertical de su dueño había perdido su zapatilla se liberaba del silencio al que seguramente durante largo tiempo había estado sometido. En el grupo de personas la muerte había impuesto su sile