26 febrero 2010

Amanecer deslumbrante

Salimos de casa con aspecto somnoliento. Al subir al remolque, ayudados por los hermanos mayores, percibimos el viento gélido de la madrugada. No era normal que nos llevaran con ellos; pero ese día, así padre lo había decidido. La calle en la que vivíamos aparecía oculta en la penumbra, se nos hacía extraña. Dejamos el pueblo solitario y silencioso envuelto en la neblina matinal. En el remolque nos encogimos como pudimos para evitar el frío que nos hacía castañetear los dientes y nos provocaba pequeñas chimeneas de vaho que se fundían con la niebla; esfuerzo inútil, pues el traqueteo descomponía nuestras figuras y nos lanzaba a unos contra otros. No así los hermanos mayores que, apoyados en las cartolas, se dejaban acunar por el movimiento y se hacían los dormidos.

El tractor reptaba ruidoso por la subida del Carramonte. Al llegar al alto del páramo por la zona de Valdesalce, amanecía. Nos apeamos de un salto. Impresionaba el mundo que se abría ante nosotros. Miré a mi alrededor y solo vi una inmensa tierra plana, escarlata, sembrada de cereal; en su línea de horizonte tocaba el cielo. Y de pronto, por el borde de ese horizonte, surgieron unos resplandores rojizos de un inmenso fuego que salía de las profundidades de la tierra en erupción. Comenzó a asomar una grávida esfera radiante envuelta en destellos de luz que disipaban la bruma y lo oscurecía todo. Se hizo un semicírculo de púrpura que nos deslumbraba obligándonos a cerrar los ojos.

Los mayores se agacharon sobre la tierra y empezaron a arrancar las matas de titos indiferentes a lo que allí estaba ocurriendo. Parecía no importarles que el mundo fuera a desaparecer absorbido por aquel punto incandescente que lanzaba haces de luz y fuego por toda aquella tierra de Castilla. Y ascendió suavemente hasta convertirse en un enorme globo ardiente de dimensiones tan gigantescas que lo empequeñeció todo. El efecto me dejó petrificada y me encontré a merced de un misterioso viento que hacía temblar hasta la más pequeña brizna. El temor crecía en mí al sentir que ese sol majestuoso, imponente, iba a engullirnos con su inmensa energía. Mi corazón latía con fuerza y a la vez, con los ojos entrecerrados, no podía dejar de mirar fascinaba.

Cuando la esfera se despegó de la tierra, el viento se paró, se encendió la luz del día y todo volvió a las proporciones normales con su quietud natural. La tierra agradecía la suave caricia del sol matinal y yo me sentía feliz y confiada de formar parte de nuevo de aquel universo diurno del que había creído no iba a salir con vida.
Cuando regresamos a casa teníamos un nuevo hermano.
© María Pilar

22 febrero 2010

La esperanza también se pierde

¡Qué pesada es la losa que nos aplasta!
Hoy se ha inclinado un poco más,
Nos asfixia, nos atenaza, nos ahoga.
¿Hasta cuándo la podremos soportar?

Han segado los pies del que la quería frenar,
Han cortado las manos del que la podía sujetar,
Han disparado sobre la nuca del que no pensaba igual,
Han sellado, para siempre, la voz del que clamaba: ¡LIBERTAD!
¿Qué nos espera en esta tierra
donde el mal triunfa con tanta impunidad?

- En Memoria de Fernando Buesa -
22 – 2 -2000
© María Pilar

19 febrero 2010

El abuelo cumple 89 años

El abuelo sigue firme, agarrado a esos terruños que domina con los ojos cerrados. «Aquí vamos tirando», responde cuando le preguntan qué tal está. Nuestras visitas se producen en fechas señaladas: Navidad, cumpleaños, fiestas de agosto, aniversario de la abuela…  Tiene salud, se ocupa de la huerta y da largos paseos al atardecer. Parece sentirse a gusto rodeado del paisaje y el paisanaje de su pueblo. 

Cumple los 89 como si le cayeran de golpe y empieza a hablar de que se siente viejo. El mover enormes piedras, limpiar el arroyo, trabajar en la huerta y pasar horas ayudando en la reconstrucción del muro de la casa, han hecho que se sienta algo más cansado de lo habitual. Con el buen tiempo volverá a su actividad cotidiana.  

Cuerpo proporcionado y ojos azules, pequeños de curioso observador sin descanso, a la sombra de unas pobladas cejas blancas, como blanco es el pelo, abundante para su edad; la boca, muchas veces seca de incansable hablar, con el vaso de agua y azúcar siempre cerca; piel rugosa, muy pálida, aminorada esta palidez por la colección de pecas que, como pelirrojo en su juventud, no le han abandonado. Le gusta verse acompañado lo justo, alguien que le atienda la casa y le haga la comida, el exceso de gente lo agobia y tiende a aislarse. Es un hombre recio, como buen labrador del lugar, más preocupado por la producción de sus tierras que por demostrar cariño a su familia. Esta rudeza es un envoltorio para disimular emociones y sentimientos que muchas veces lo delatan con lágrimas en sus ojos.  Apaga las luces allá por donde pasa y lo hace con un sentido del ahorro seguramente heredado de sus antepasados, hombres y mujeres del campo que llevaron una vida de penuria y estrecheces. El reloj parece tenerlo grabado en su cabeza y no necesita mirarlo para acostarse todos los días del año a las 12 y levantarse a las 7 de la mañana.  

Al jubilarse cambió de actividad, pero en ningún momento se quedó pasivo. Camino de los 90, es uno de los octogenarios con más carácter del pueblo. Por su agilidad, autonomía e independencia, parece gozar de una segunda juventud en su madurez tardía. Sus palabras adquiridas por una perspectiva larga de la vida, son sabias en ocasiones; refunfuñonas las más de las veces ante su disconformidad y desacuerdo con casi todo.  Necesita el jardín y la pequeña huerta, le mantienen activo y disciplinado, desde aquí ve a los que pasean por la carretera, conoce los entresijos del pueblo, habla de la vida de la ciudad y de la provincia, de España y del mundo. y todo desde esa huerta epicentro en torno al que gira lo demás.

18 febrero 2010

La sombra del viento

La sombra del viento, con su ambiente gris, húmedo y triste, me ha tenido en un puño por saber cómo iba a resolverse el misterio y el suspense, la intriga y la venganza, el dolor y la desesperación que a lo largo del mismo se van sembrando en torno a los cuatro malditos. Al final el puzzle difícil y complicado queda ensamblado perfectamente.

Es un libro que te deja huella tanto por su trama, contada con esa técnica de meter una novela en otra para hacer ver que la tragedia en las historias de amor se repite y que Daniel está a punto de correr ese peligroso final, como por su narrativa plástica y visual. A veces recuerda la técnica de la cámara de video, gracias a la generosidad de recursos literarios los olores te revuelven el estómago, el frío te hiela, la lluvia te llega a empapar y tienes que frotarte los ojos para poder entrever en esa atmósfera gris a los que se esconde en las sombras.

Si algo le falta a la ciudad de este libro es la luz. Con todo, los personajes brillan con luz propia, hay tanto realismo en ellos que se te pegan al alma y parece que te los puedas encontrar en ese callejón o en aquella plaza haciendo un recorrido por Barcelona. Si solo con el nombre de Fumero intuyes la peor de las pesadillas, las intervenciones costumbristas de Fermín y la Bernarda aportan la nota colorista.

Para mí la novela termina cuando se resuelve el suspense, las páginas finales me sobran, como creo que sobran bastantes páginas del escrito de Nuria Monfort porque no aportan nada nuevo. Pero en conjunto me ha enganchado, he disfrutado leyéndolo y eso es lo que yo valoro cuando leo un libro.


17 febrero 2010

No más violencia


¡Qué pesada es la losa que nos aplasta! 
Hoy se ha inclinado un poco más
Nos asfixia, nos atenaza, nos ahoga. 
¿Hasta cuándo la podremos soportar? 
Han segado los pies del que la quería frenar
Han cortado las manos del que la podía sujetar
Han disparado en la nuca del que no pensaba igual
Han sellado la boca del que clamaba LIBERTAD
¿Qué nos espera en esta tierra 
Donde el mal triunfa con tanta impunidad? 
Cara de niña, piercing de joven, voz de mujer 
Relevo de la antorcha al frente, tras pistolas humeantes 
Del Guernica débil flor picasiana , instante fugaz 
Manos blancas, nuevos caminos
¿Generación de la esperanza?

14 febrero 2010

Mario Benedetti "No te rindas"


No te rindas, aún estás a tiempo 
De alcanzar y comenzar de nuevo, 
Aceptar tus sombras, 
Enterrar tus miedos, 
Liberar el lastre, 
Retomar el vuelo. 
No te rindas que la vida es eso, 
Continuar el viaje, 
Perseguir tus sueños, 
Destrabar el tiempo, 
Correr los escombros, 
Y destapar el cielo. 
No te rindas, por favor no cedas, 
Aunque el frío queme, 
Aunque el miedo muerda, 
Aunque el sol se esconda, 
Y se calle el viento, 
Aún hay fuego en tu alma 
Aún hay vida en tus sueños. 
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo 
Porque lo has querido y porque te quiero 
Porque existe el vino y el amor, es cierto. 
Porque no hay heridas que no cure el tiempo. 
Abrir las puertas, 
Quitar los cerrojos, 
Abandonar las murallas que te protegieron, 
Vivir la vida y aceptar el reto, 
Recuperar la risa, 
Ensayar un canto, 
Bajar la guardia y extender las manos 
Desplegar las alas 
E intentar de nuevo, 
Celebrar la vida y retomar los cielos. 
Porque cada día es un comienzo nuevo, 
Porque esta es la hora y el mejor momento. 
Porque no estás solo, porque yo te quiero. 

 

10 febrero 2010

Bernardo Atxaga en el pueblo de Villamediana

En nuestro pequeño pueblo, Villamediana, nos conocemos todos. Por eso, cuando llega algún forastero con la intención de quedarse y, tal vez, la de pasar desapercibido, más le valiera perderse en una gran urbe. En el pueblo nos enteramos enseguida, el boca a boca funciona como correa de transmisión de las noticias. Es el motivo de conversación del grupo de personas mayores que se reúnen todas las mañana en un banco de la plaza, a la sombra de los plataneros. También en la tienda o la panadería, mientras las mujeres esperan la cola de la compra. 

Sabían que vivía de alquiler, nunca cerraba la puerta de su casa, daba largos paseos por las afueras del pueblo, educado saludaba a las personas que se encontraba, y alternaba en los dos bares del pueblo. Aunque les parecía un tipo raro por el hecho de encerrarse en un pueblo tan pequeño para dedicarse a emborronar cuartillas, poco a poco se fue ganando el aprecio de los vecinos. Empezaron a hablar sin recelo en su presencia y dejó de ser noticia. 

Aún hoy, algunos suelen recordarte, cuando pasas por delante de la casa, que allí vivió Bernardo Atxaga. Cuentan que llegó al pueblo de manera discreta un día de frío húmedo y niebla, la misma discreción con la que vivió en esa casa en unas condiciones muy difíciles, sin agua corriente ni calefacción. Y cuando ya todos creían que había superado el plazo para arrepentirse de haber ido a ese pueblo, por lo que le daban como fijo y era uno más entre ellos, un día, con esa discreción de la que había hecho gala durante toda su estancia, despidiéndose de aquellos que lo habían considerado su amigo, se marchó. 
La casa sigue como él la dejó y cuentan que mientras siga en pie, él no nos dejará del todo. 

Un tiempo más tarde, en el suplemento de El País, periódico que llega a la tienda del pueblo, todos pudieron leer el cuento: «Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana». Quedaron gratamente sorprendidos. El boca a boca, que seguía siendo su red social, funcionó a las mil maravillas. «¡Mirad! Pero si escribía de nuestro pueblo. ¡Qué callado se lo tenía!». A la vez estaban alegres porque había vivido con ellos un escritor de verdad y lo habían conocido personalmente, y eso en un pueblo como aquel no pasa todos los días. 
Ni qué decir tiene que Obabakoak es el libro de culto de la gente del pueblo y están bien sobadas las páginas de este cuento.

06 febrero 2010

Lágrimas de lluvia caen sobre Vitoria


Con un pálpito vuelo al teléfono, las 3 del día 5 
Del corazón caballo desbocado  
El abuelo se va sin hacer ruido 
Se oscurece la noche, aparecen los recuerdos 
De repente, encuentra el camino, callado y solitario, 
96, 01, 07, 10, números trágicos 
Muescas sangrantes en el árbol familiar 
Un pálido rayo de sol vislumbra una sonrisa 
Nubes negras lo devoran sin piedad 
Flores blancas, rojas y amarillas 
Con su aroma lo quieren abrazar 
Prefiere ese grupo silencioso y gris 
Desvalido y absorto lo contempla al pasar 
Arrecian lágrimas de lluvia sobre Vitoria

04 febrero 2010

El pequeño y gran sofá


Acabábamos de comprar el piso, a estrenar por una pareja joven, nosotros, y era tal el entusiasmo que teníamos por la que ya era nuestra casa, que la queríamos amueblar despacio; bueno, más que nada, porque nuestro presupuesto no nos daba para mucho. 

El rincón más agradable de toda la casa y el preferido por todos lo ocupaba el sofá. Era un sofá pequeño, biplaza, hecho a medida para el espacio que teníamos; cómodo, moderno, de alto respaldo y tapizado en verde con rayas negras haciendo grandes cuadros. 

Ha sido testigo de nuestras peleas de pareja, el centro de operaciones de largas discusiones domésticas, no grandes problemas sino esos que hacen saltar chispas entre la pareja con el roce diario que lleva consigo la convivencia. También ha sido reposacabezas de agradables siestas, lugar de lectura, el sitio escogido para algún escarceo amoroso y el que más les gustaba a las niñas para ver la tele o jugar a la Play. Nos ha oído reír y llorar. 

Testigo de la evolución de nuestra historia familiar a la vez que ha ido cambiando de tapicería, ahora presenta signos de vejez y hay que retirarlo. ¿?

01 febrero 2010

Puesta de sol camino de Villamediana

El viernes por la tarde dejamos la ciudad de Vitoria fría, gris y lluviosa y nos encaminamos al pueblo de Villamediana, Palencia.
Pasada La Brújula, un derroche de luz y color parece incendiar el ambiente. Nos dirigimos hacia esa luz de poniente, deslumbrante y espléndida que tanto agradecemos.

El cielo está teñido de rojo y fuego, y algunas nubes algodonosas que a esta misma hora pasean, lucen sus mejores galas entre rosas y violetas. Los pueblos, con sus tejados rojos y jaspeados, se arropan en torno a la iglesia de piedra de sillería y campanario. Al abrigo de los vientos fríos de esta época, complacientes, se dejan acariciar por el cálido sol del atardecer. Los campos cubiertos de un manto verde transmiten un olor a humedad y frescor que nos renueva. La silueta de las altas sierras se recorta perfectamente con los rastros de nieve aún sin deshacer y por su cima, los molinos de viento trabajan airosos y competitivos a la vez que nos saludan levantando los brazos. 

Los ríos Arlanzón, Arlanza y por fin el Pisuerga van dejando un rumor de sobresalto al llevar tanta agua que amenaza con desbordarse. Son los Chopos los que acotan su cauce como si de una línea defensiva se tratara.

Cada vez nos acercamos más a nuestro destino. Parece que por fin, nos vamos a encontrar con ese sol inmenso, cuando un cerro se interpone. Hablamos de lo especial que sería aparcar el coche y subir a su cima, pero seguimos avanzando con la ilusión de sobrepasar el obstáculo y disfrutar de ese momento mágico.

Cuando lo conseguimos, desilusión, el sol ha desaparecido y las nubes poco a poco se van despojando de su vestido de fiesta para ponerse el gris que les es más habitual. La oscuridad lo va ocupando todo. 

Una inmensa luna plateada nos vigila por la espalda.

© María Pilar