Mientras rastreo noticias de actualidad, un titular llama mi atención: El Festival de las Palabras. El eslogan luce sus mejores galas y tiene un atractivo tan irresistible que no puedo evitar seguirlo.
—Y tú, ¿qué coleccionas tú?
—Palabras, yo colecciono palabras —le contesto sin dudarlo ni un segundo.
—¿Palabras, palabras, palabras?
—Sí, desde pequeña me enamoré de las palabras. Palabras puñales que dañan, falsas y aduladoras, dulces y poderosas. Con ellas mis relatos cobran vida y, como mariposas, vuelan libres llevando los sentimientos entrelazados.
De reojo me siento observada por las participantes. Saben de su poder mágico y me tientan para que las elija. Es una mezcla heterogénea: recitan, cantan, cuentan historias, hacen discursos, chistes hilarantes que provocan carcajadas, fórmulas mágicas que cumplen deseos…
De repente, surge un alboroto. Se discute sobre el maltrato que algunas están sufriendo discriminadas, permanecen encerradas en los diccionarios de las palabras olvidadas. No muy lejos, otras susurran palabras extrañas, también las hay familiares, infantiles y adultas, para poetas y para borrachos, palabras canallas y palabras grandiosas. Es un mundo de saludos y risas, de momentos entrañables, de instantes que permanecen, de horas que pasan volando.
Las hay contundentes como noray, que, hostigadas por los vientos, saben a óxido y huelen a mar, y las dotadas de gran fragilidad como felicidad que, como pompas de jabón, todos quieren atrapar. Las irresistibles como cereza cuando el crujido de su carnosidad estalla en la boca inundándola con su jugo, y las que nacen en un lugar concreto, como naipe, y su destino es recorrer mundos elegantes y adinerados, pero también pasar por las manos de los indigentes, cuando jugando matan las tediosas horas de su vida.
Y… hay palabras a las que tú no eliges, sino que son ellas las que te eligen a ti una tarde de domingo que hace un frío que pela y decides quedarte en casa en compañía de Elena Poniatowska. La palabra surge ante tus ojos con un protagonismo brutal: jacarandá. Es un flechazo a primera vista. Sin conocer su significado ya dices: me la quedo. En un primer momento, engatusa con su sonoridad y enamora con su ritmo. Después, su tronco fortalecido, la vistosa frondosidad y el atractivo que encierra, hacen que te olvides de las demás. El sonido al pronunciarla permanece en suspensión como esa fragancia dulce que emana de sus flores en primavera. Me gusta la graciosa cadeneta que forman sus aes: ja-ca-ran-dá, con la jota empezando a ritmo de baile y la tilde en la última marcando el paso. Me divierte la jácara que trasciende de sus ramas agitadas como músicas errantes en los labios del viento. Y me seduce esa jarana que tiñe el crepúsculo de azul formando una alfombra de pétalos refugio de enamorados.
Miro por la ventana imaginando cómo quedaría un jacarandá entre los abetos nevados de la plaza en la que vivo, pero el frío que transmite la nieve me lleva a mirar hacia el calor del hogar con nostalgia. Y me encuentro con palabras que están muy lejanas en el tiempo y en un lugar que hay que cerrar los ojos para verlo, porque la realidad lo ha transformado; pero ni la más mínima pátina de polvo las ha cubierto porque pertenecen al ámbito de la infancia y están entrelazando el mundo de los afectos con los que hemos construido nuestros propios recuerdos. Son palabras con contexto, significan mucho más que la definición fría del diccionario, están cargadas de olor, de sabor, de compañía y de espacios vitales.
De repente, en una esquina del Festival de las Palabras aparece el rostro del dolor, en una de ellas, apenas legible por los destrozos que ha sufrido, parece formada por las letras…, no, no se leen bien, les faltan fragmentos y no están acompasadas. Dos palabras amigas que caminan conversando se detienen. La situación de su compañera les muda el gesto. Hablan entre sí. Está desgarrada y habrá que juntar las piezas para que luzca como siempre. Se ponen manos a la obra, poco más tarde se les añaden otras y después muchas más. La diversidad de colores del Festival de las Palabras se torna variopinto y surge con todo su esplendor la palabra ilegible y denostada:
Solidaridad.
Tú texto me parece magnífico, lo he leído casi sin respirar, una originalidad el tema. Coincido plenamente contigo en la palabra "jacarandá" ¿Qué tendrá para subyugarnos?
ResponderEliminarGracias, Tracy, por pasarte por aquí y dejarme tu entrañable comentario. Esa es la pregunta que me hice yo al escribir el texto: ¿Qué tendrán esas palabras que nos subyugan, embelesan y atrapan? Me pasa mucho cuando estoy leyendo y, de repente, una palabra tira de mí…
EliminarUn beso!