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Mostrando entradas de diciembre, 2009

Para este viaje no hacían falta alforjas

En sus palabras de presentación se la veía insegura, indecisa; su falta de facilidad de palabra no le ayudaba a dar una imagen convincente. El toque victimista que dio a su discurso me provocaba sentimientos contradictorios. «No quiere el cargo, hace un sacrificio por aceptarlo, en cuanto cumpla el tiempo para el que ha sido nombrada, se irá».    —¡Bah!, es solo su falta de experiencia —me dije.  Por lo demás, aparentemente parecía honesta, tranquila, paciente. El típico perfil de la persona en la que puedes confiar. Era una mujer, por fin, una mujer iba a llevar la dirección de la empresa. ¡Había que apoyarla!  El alejamiento nace de la poca claridad en las líneas de actuación, reiteradas evasivas, frases reticentes y muchos silencios irritantes. Toma decisiones en las que delata su incompetencia. Al sentirse observada, su inseguridad hace que se cierre más en ella misma y reciba las opiniones diferentes como críticas destructivas a su trabajo. A la vez que se va dejando de escuchar

El poder de una mirada

Dicen que un gesto vale más que mil palabras, y yo digo: una mirada, ¿cuánto vale una mirada? Una brizna, un segundo, una eternidad. A veces nuestras miradas se debaten en un diálogo misterioso y profundo que solo los que se quieren o se odian saben interpretar. Cuando tienes un nudo en la garganta, un quiebro que empaña tus gafas, un caballo desbocado por corazón, y de repente, ¡ahí está frente a tus ojos! Queda, callada, sincera y cómplice; se produce un encuentro mágico. Es un gran misterio, pero después de una mirada así, nada en el mundo sigue siendo igual; porque es única, diferente, te transmite energía, te da fuerza, te ayuda a ponerte las pilas, a sentirte alegre, acompañada y feliz.  La razón es que no es algo que se da solamente con los ojos, sino que se pone corazón y de esa misma manera se recibe. ¡Lo que engrandece a una persona que es capaz de regalarte una mirada así! © María Pilar

Emigrantes

Aquí hay unas manos fuertes Aquí unos pies vigorosos Solo, en tierras extrañas, Tras lágrimas silenciosas La desesperanza me invade. Solo veo tu piel de ébano Los ojos negros que un día me miraron. ¿Si esto es vivir?, me pregunto ¡Una nueva oportunidad! Busco tu mano Si pudiera contarte ¡Ay! Pero ni puedo ni debo ¡Qué dolor ocultarte mi dolor! El mar nos acorraló enfurecido Estreché tu ausencia Acabamos el viaje Empezamos el calvario A pesar de mis manos fuertes A pesar de mis pies vigorosos No lo conseguí, Fatoumatu No se lo digas… Diles que vivo en España El país de la fantasía Donde el dinero brota de las piedras Como contaban los veteranos. © María Pilar

Gaviotas

El pescador acaricia el remo Fresca brisa y olor a mar Entre la magia del sol y las nubes La caligrafía que estoy buscando En las alas de los sueños Sobrevuela los acantilados Planea la música de la vida Iridiscencia que envuelve Melodías de libertad Imágenes sonoras del mar Que reverbera versos En los arpegios del tiempo.

Por La Rioja Alavesa

En España se celebra el gran puente del año entre el seis y el ocho de diciembre, que si se une con un fin de semana se transforma en un acueducto. Este año la crisis económica nos obliga a no reservar un gran viaje como de costumbre, nos quedamos en casa y haremos salidas puntuales por el entorno.  Podemos disfutar de muchas maneras. La Rioja Alavesa, la tenemos muy cerca y es un estupendo destino para pasar un bonito día. Rica gastronomía, vinos, denominación de origen, bodegas catedrales donde nos explican todo el proceso de elaboración del vino que sigue una auténtica liturgia, gente acogedora, ¿qué más se puede pedir? Paramos en el primer pueblo donde vamos a comprar el vino que nos ha recomendado un amigo. Es mucho más grande de lo que parece en un principio, una señora nos indica la bodega, no hay un gran letrero anunciador de la venta, no lo necesitan. Antes de la cosecha ya tienen la totalidad de la venta asegurada.  Visitamos y admiramos algunas de las bodegas-museo monument

El encuentro con la encina seca

Todos los años son fieles a su cita en torno al tronco seco de una encina centenaria que se yergue en la planicie del monte, mientras espera convertirse en humus forestal.  Entre tanto, proporciona hogar a insectos, hongos y otros organismos a los que, con la generosidad que la caracteriza, alimenta. No está muerta, no todavía, porque es una explosión de vida.  Luchó por sobrevivir frente a las inclemencias del tiempo. El paso de las fragosas embestidas le dejaron huellas debido a las heridas que le ocasionaron y que tuvo que restañar.  Con la fuerza vital de su naturaleza, siguió dándolo todo: sombra, refugio y referencia. Hoy es un símbolo, el resto que queda de lo que fue un antiguo encinar. Se mantiene, aunque seca por dentro y por fuera, erguida y valiente, a pesar de la hendidura que la atraviesa, mostrando el mal que tanto la dañó. Por ese gran desgarro que la aqueja en su lomo rugoso, podemos suponer que  un rayo, envidioso y cruel, fue el que la hirió de muerte. Sigu

La luna y el mar

Anochece Señorial y grandiosa La luna llena emerge del mar Claridad extraña Brillo de plata que atrae cual imán. Por el adormecido acantilado Camino Ritmos que enredan mis pies Torbellino de espuma amarga Mar de fondo La noche estruja olores de algas Pasos vacilantes hacia atrás Entro en mi infancia El acantilado se aleja en éxtasis de bruma Equilibrios por el borde del sofá Caigo Entre flores de cardo y saúco Sopla la brisa húmeda En el horizonte parpadean luces Duro trabajo el de los pescadores Me agarro a una zarzamora Una nube de mariposas Llena la noche.

La vieja papelera

Estaba en la esquina de una bonita plaza con vistas a una calle importante: Jacinto Benavente, se llamaba. Era mi lugar de trabajo y me gustaba. Aunque fuera la última en el escalafón de los basureros, siempre me encontraban con la mirada al frente y el corazón dispuesto. Recogía papeles, chicles, desechos, hasta las bolsitas con las cacas de los perros, todo por mantener la ciudad limpia.  Era tanta mi energía que ni las malhumoradas borrascas ni las nevadas contundentes con fuertes rachas de viento podían conmigo. Me convertían en un ser informe, pero en cuanto salía un rayo de sol, mi mejor cara brillaba de nuevo.  El máximo daño me lo hicieron unos gamberros una noche de pintxopote que se entregaron a fuerza de patadas, con ahínco y pasión, a empotrarme contra la farola sobre la que me apoyaba. ¡Quién no ha oído llorar, alguna vez, a una papelera herida en el alma por unos vándalos sin escrúpulos! Esa vez, lamentablemente, me tocó a mí. Aquel hecho, que viví con tanta angustia

Conferencia de un brillante profesor

Nos ha dicho su profesor que ya ha roto a leer. ¡Enhorabuena! Tanto tesón, tanto esfuerzo y sobre todo tantos años añorando una oportunidad. Nos ha explicado, con todo lujo de detalles, que aún silabea, pero que está leyendo por tercera vez el Ulises de James Joyce.  Su profesor está muy orgulloso de usted, tal vez el orgullo sea mutuo y como fiel alumna no quiere pertenecer al «club de los mediocres, torpes y poco inteligentes». Así ha calificado a sus compañeros universitarios por no haber leído esta obra.  Nos vende su ejemplo como algo a seguir y yo me niego en redondo a absorber como una esponja las enseñanzas de tan «prestigioso» profesor que da conferencias en la universidad de Harvard. Cuando le oigo hablar así, henchido su ego como un pavo real, algo chirría en mi interior y los goznes se me descolocan. Zapatero a tus zapatos , oía yo a los abuelos cuando era pequeña. Pues eso le aconsejaría si tuviera espíritu democrático y nos dejara hablar. Sé lo difícil que es encontra