29 marzo 2010

Turismo rural


—Me voy al pueblo a pasar unos días de vacaciones.
—¿A qué pueblo? —me pregunta mi amiga Amaia 
—¿A qué pueblo? Al mío, al de siempre. 
—La diferencia es que si vas a tu pueblo es gratis y si haces Turismo Rural vas a un pueblo que no es el tuyo pagando una pasta. Además, no vale cualquier pueblo, tiene que ser un pueblo con encanto que son los que aparecen en la Guía de Pueblos con Encanto. 
—¿…? 
—A estos pueblos se va por una carretera con tantos baches y curvas que no ves el momento de llegar. Lo siguiente es alojarse en una casa con encanto adornada con muchas vasijas y ristras de ajos, que no tiene tele, ni radio, ni microondas. Eso sí, tienen mosquitos trompeteros que te dejan como un Ferrero Rocher con varicela. 
—¡Amaia! 
—¡Calla!, que luego te das cuenta de que los del pueblo tienen parabólica, jacuzzi, internet y portero automático. Tu casa no tiene portero automático, pero tiene una llave que pesa medio kilo. También puedes elegir vivir con los dueños. ¡Estupendo! Tú vas de vacaciones y además de la tuya tienes que aguantar una familia postiza. ¿Quieres ver una peli por la noche? Ellos los documentales ¿Quién manda más? Yo, que me han soplado 600 €. Pues no, ganan ellos que viven allí y tienen el mando. Te despiertan a las 5 de la mañana para ordeñar a la vaca. Y digo yo, ¿por qué hay que ordeñar a las vacas a esa hora? Vamos, que a la vaca le tiene que sentar como una patada en las ubres. ¿Y cuando te ponen a hacer senderismo, que es lo que habitualmente se conoce como andar, mientras los del pueblo te adelantan con un todoterreno con aire acondicionado? Te vuelves bucólica, y al ver una caca de vaca sueltas: «Ummmmmh, huele a pueblo». ¿A pueblo? ¡Nooo! Huele a mierda; eso sí, a mierda con encanto.

25 marzo 2010

Los peces de la amargura


La variedad y originalidad de las voces narradoras y de los enfoques, la riqueza de los personajes y sus diferentes vivencias componen, a modo de novela coral, un cuadro imborrable de los años de plomo y sangre que se viven en el País Vasco· 

El autor, Fernando Aramburu, sigue en este libro la técnica del reportaje para ofrecernos en un ramillete de relatos cómo viven diferentes familias anónimas del País Vasco. Todas ellas han sido marcadas por la acción terrorista de ETA que un mal día irrumpió en sus vidas. Los relatos están contados sin dramatismo y con tan candorosa sencillez que contrasta con la desgarradora experiencia y el dolor que todos sus protagonistas llevan dentro. El clima que se crea es asfixiante porque en el aire se respiran las órdenes de imposición, de silencio y de colaboración si no se quiere correr la misma suerte. Ante esas directrices, la gente del pueblo actúa con ensañamiento con las víctimas para dejar bien claro donde están posicionados. 

Vamos avanzando en esas historias como testigos silenciosos de las familias rotas, de pueblos enfrentados, de vascos perseguidos por otros vascos en una lucha irracional y fratricida que no puede dejarte impasible. Todo lo contado en este libro nos es harto conocido, no por eso deja de embargarnos la emoción. Es de admirar el autor que se ha atrevido a contar las cosas tal cual ocurren sin justificaciones ni excusas políticas; así como su particular testimonio, que nos deja leer entre líneas, de denuncia ante la acción terrorista y de homenaje a sus víctimas.

17 marzo 2010

El nacimiento de mi hija

Anoche me preguntaste: «¿A qué hora nací?» y con esa pregunta despertaste los recuerdos imposibles de olvidar de hace 20 años. 

Era sábado, el 17 de marzo de 1990, cuando naciste pasadas las tres de la mañana. Todo empezó el viernes por la tarde, yo sentía que tú querías salir. Con el recuerdo del primer parto en la memoria, no quería pasar de nuevo por la tortura de la oxitocina. Para hacer tiempo me fui a la peluquería. De vuelta a casa pasaban las horas muy lentas. Anochecía cuando noté el líquido correr entre mis piernas. Aita me llevó a la clínica. 

El parto fue espontáneo, lo que quiere decir que lo hicimos solamente las dos, sin intervención médico-quirúrgica, ni administración de oxitocina ni anestesia. En la sala de partos estaba la matrona. Me dijo que ya se te veía la cabeza. Entró el ginecólogo como una exhalación antes de que nacieras. Lo habíamos sacado de la cama y tuvo que desplazarse desde su casa con urgencia. Comentó que la mayor parte de los niños nacen de noche. La matrona dijo que se debía a la luna.  

Carmen, matrona de la clínica La Esperanza, era la misma que vio nacer a Leyre. Una mujer fuerte, conocía perfectamente el oficio, todo el tiempo estaba hablándome para romper el silencio y el vacío; solo una frase que repitió, a mí me bloqueaba por segundos: «No te asustes». Inmediatamente, yo me preguntaba «¿Por qué me dice eso? ¡Algo va mal!». Pero no me daba tiempo a que los pensamientos negativos me invadiesen porque ya oía otra vez su voz: «Sigue empujando, no te pares».  
Empujé, empujé y empujé; con todas mis fuerzas.  

En un momento el ginecólogo, que estaba sentado mirando atentamente cómo salías, hizo un gesto rápido con su mano con el que giró el brazo y ahí sentí un gran alivio, habías sacado un hombro. A partir de entonces todo fue más fácil, un par de empujones más y te desprendiste de mí dejándome vacía y agotada, pero con una experiencia liberadora inenarrable. Me olvidé de todo lo demás y viví contigo consciente e instintivamente cada segundo de tu nacimiento. 

La matrona te puso en mi pecho y al sentir cómo te aferrabas a mi cuerpo, toda la ternura acumulada durante tu espera brotó de pronto y me vino una congoja que se derramó en lágrimas. Es el lazo más fuerte que se pueda dar entre dos seres humanos. Creo que aún no se han inventado las palabras para describir ese momento. Yo estaba exhausta por el esfuerzo, pero feliz porque había merecido la pena. Quería cobijarte en mis brazos para darte calor. Tu piel, sensible al frío, se estaba amoratando, pero no me dio tiempo. El médico cortó el cordón umbilical y la matrona te llevó a lavarte a una zona del paritorio desde donde me llegaban tus llantos de recién nacida. 

Lo más bonito vino después, te pusieron encima de mí ya vestida con tu primera ropa, y en una camilla con ruedas nos llevaron a la habitación. Estaba amaneciendo. Ese fue tu primer viaje por este mundo y no lloraste nada porque te sentías muy protegida en mi regazo. 

Al llegar a la habitación, con caras de felicidad y amor de por vida, recibiste la bienvenida de un entusiasta aita y de la sonriente Leyre que, de repente, se había hecho grande y a mí se me caían tontamente las lágrimas. Feliz y orgullosa de tener una hermana, Leyre te cogió en sus brazos con mucho cuidado y aita os hizo la que sería tu primera foto. 

16 marzo 2010

El Secreto de sus ojos

Es una de esas películas geniales que de vez en cuando irrumpen por encima del listón de las corrientes, lo notas en cuanto empiezas a verla, te cautiva con su historia. Por eso, creo que lo mejor es verla, dejarse llevar y sentirse atrapada por su ritmo.

La historia traspasa la pantalla porque trata temas universales: el amor que siente el protagonista por una mujer y que le marca para toda la vida; el valor de la amistad hasta el punto de sacrificar la vida por tu amigo; la corrupción en los ámbitos políticos y judiciales; la pasión en la vida, como es el fútbol para muchos; la venganza y el valor de las personas dependiendo de la clase social a la que pertenecen.

El director, Juan José Campanella, con un excelente guion, cuida perfectamente hasta los más mínimos detalles y va entremezclando todos los aspectos de la trama dentro de un marco de referencia: la Argentina de los años 70. Vemos el reflejo del clima en el que vivía este país en esa época, donde el crimen, la política y la justicia van de la mano construyendo muros inquebrantables. A esto hay que unir que el director también ha sabido sacar lo mejor de sus actores. Ricardo Darín está que se sale, magnífica la actuación de Soledad Villamil, Pablo Rago y Javier Codino, brillante la de Guillermo Francella.

Por último, quiero destacar dos elementos que me parecen también muy importantes: los diálogos en los que hay que agudizar el oído para captar todo el sentido de esas frases irónicas en español-argentino, pletóricas de sarcasmo y con chispazos de humor que te provocan una sonrisa. Las miradas, esas miradas cargadas de emoción y sentimiento, de amor e impotencia, que transcienden al lenguaje de las palabras a las que contradicen en numerosas ocasiones.

Sólo se me ocurre dar gracias a los que nos han regalado esta gran historia porque he disfrutado con ella.

© María Pilar

14 marzo 2010

Miguel Delibes

Las malas noticias suelen llegar de madrugada cuando un timbrazo del teléfono nos saca de un profundo sueño. Miguel Delibes no nos ha querido molestar. Delibes, el discreto, retraído y cenizo, socarrón e inflexible en sus planteamientos, con un sentido de la responsabilidad, de la preocupación por los demás y de amor a los suyos admirable; se ha ido como vivió, como de puntillas, intentando pasar desapercibido. 

Él no era pueblerino, yo sí; él era de los otros, de los ricos que venían al pueblo a cazar para divertirse, yo de los que desde la distancia observábamos toda su parafernalia, oíamos los tiros, los veíamos patearse el monte escopeta al hombro, siempre con una jauría de perros cuyos ladridos nos llegaban a merced del viento. Hablaban con la gente de manera afable, entusiasta; se despedían hasta la próxima veda y el pueblo volvía a su rutina, como si ese paréntesis no hubiera existido. 

Solo uno vio más allá de la mirilla de su escopeta, se quedó impresionado del paisaje y el paisanaje de las tierras de Castilla, conoció a las gentes del campo, sus condiciones de vida miserables, sus valores personales, su sentido del deber, de la justicia y del respeto tanto al prójimo como al entorno.  No captó simplemente lo pintoresco, fue más allá, lo escudriñó todo y creyó en esta realidad tanto, como para poner su talento de escritor en ella. 

Sus novelas son tristes porque al autor le duele esa existencia que denuncia y a la vez, admira a esos personajes por su desarrollo intelectual, natural y por su calidad humana. Qué voy a contar yo de Miguel Delibes que no se haya dicho ya estos días por los críticos y conocedores de su vida y su obra. 

Cuando veo su imagen en los medios de comunicación, aun sabiendo que su vida acomodada en Valladolid dista mucho de las de los personajes de sus novelas, no puedo evitar verlo como uno más. Al lado del Sr. Cayo, Paco el Bajo, Daniel el Mochuelo, el Nini… y tantos y tantos a los que dotó de vida propia para seguir viviendo en esa obra que trasciende al autor. 

A mí me resulta paradójico que los grandes intelectuales y eruditos tachen a Delibes de provinciano por quedarse a vivir siempre en Valladolid, por no querer promocionar y para ello dar el salto e irse a la capital, Madrid. ¿No promocionar en lo económico?, tal vez. Evaluarlo en ese aspecto, es no conocerlo. Creo que el viaje mental que Delibes hizo supuso mucho más esfuerzo que aquel al que se negó. Cambiar de Valladolid a Madrid es cuestión de tamaño, meterse en la vida y en el corazón de la gente rural de los 60, supone desprenderse de muchos prejuicios, hacer la lectura sin influencias ni condicionantes y llegar a la capacidad de asombro propia de un niño en cuanto que descubre algo como si fuera la primera vez. 

Hasta ahora Delibes estaba unido a Valladolid, ojalá a partir de ahora Valladolid se asocie en la mente de todos los que la visiten a Delibes; como Praga está unida a kafka. Es una tarea que les queda por hacer a los de la ciudad, se lo deben.  

09 marzo 2010

Homenaje a una Gran Mujer


MADRE
Llegó el momento esperado y temido
Me negué a salir
El vértigo al vacío me ahogaba
Se adueñaron de mí
Los primeros azotes
Mis primeras lágrimas
Me pusieron en tus brazos
No podía verte
No sabía de palabras
Dulce palpitar conocido
Me llamó, me llamaba
Tu olor me acogió
Un parpadeo de fragancia
Y me hicieron de abrigo
Tus manos tan cálidas
Me acurrucaste en tu pecho
Me cantaste una nana
Se aunaron nuestros ritmos
La paz frente a la batalla
Agarré tu dedo, mi mástil
Y tu cuerpo de madre, mi ancla.


Uno de los visillos del amplio ventanal de la cocina estaba recogido, allí estaba ella; nos miró, nos saludó con una sonrisa y siguió con su faena entre pucheros para tenerlo todo a punto a la hora de la comida. Ese flash de su rostro agradable, cargado de experiencia, con su expresión sonriente y jovial, ha quedado grabado en mi memoria. Muy buena cocinera y excelente ama de casa, en ese momento parecía solamente preocupada porque lo que estaba haciendo le saliera exquisito, para que nos sintiéramos a gusto, como siempre; minimizando su valía personal.

El llegar al pueblo, a casa, era encontrarnos con ella, con su acogida, su preocupación por todo lo nuestro, sus cocidos calientes y una cama siempre dispuesta en la que descansar. Crecimos, nos casamos y tuvimos nuestros propios hijos, pero ella permanecía inmutable; egoístamente asumimos que siempre iba a ser así y no supimos ver cuando empezó su cansancio.

A ratos cierro los ojos y creo verla ahí mismo, silenciosa, pero viva. El cabello ralo, castaño, frente despejada, rostro agradable, con la piel suave sin manchas ni arrugas; ojos color avellana. Con el mirar de las personas que están acostumbradas a ver mucho y callar bastante; el cuerpo un poco pesado sostenido por piernas fuertes, a veces cansadas. Aspecto de ama de casa, de esas súpermujeres que llevan consigo una sencillez que desarma, una sabiduría que les viene de su gran inteligencia puesta al servicio de resolver preocupaciones y de lleva a cabo trabajos sin descanso para conseguir sus metas, aunque estas se queden en el ámbito de la casa.

03 marzo 2010

Irena Sendler - El ángel del gueto de Varsovia -

Un amigo me ha mandado un email contándome la historia de Irena Sendler. Nunca había oído su nombre y su actuación me ha impresionado. Parece que para las «grandes personalidades» sigue siendo una desconocida, pero no así para la gente del pueblo que a su manera sabe mantener la memoria de una gran persona fuera de los circuitos de los grandes premios. 

Yo me uno a esta cadena silenciosa.
Una señora de 98 años llamada Irena Sendler, (Varsovia,15/02/1910 - Idem, 12/04/2008) falleció sin el Premio Nobel de la Paz. 

Durante la 2.ª Guerra Mundial, Irena consiguió un permiso para trabajar en el Ghetto de Varsovia como especialista de alcantarillado y tuberías. 

Sus planes iban más allá. 
Sabía cuáles eran los de los nazis para los judíos. Irena sacaba niños escondidos en el fondo de su caja de herramientas y llevaba un saco de arpillera en la parte de atrás de su camioneta, para niños de mayor tamaño. También llevaba en la parte de atrás un perro al que entrenó para ladrar a los soldados nazis cuando salía y entraba al Ghetto. 
Los soldados no querían tener nada que ver con el perro y los ladridos ocultaban los ruidos de los niños. Consiguió sacar y salvar 2500 niños.
 
Los nazis la cogieron y le rompieron las piernas, los brazos y la pegaron brutalmente. Irena mantenía un registro de los nombres de todos los niños que sacó y lo guardaba en un tarro de cristal enterrado bajo un árbol de su jardín. Después de la guerra, intentó localizar a los padres que pudieran haber sobrevivido y reunir a la familia. La mayoría habían sido llevados a la cámara de gas. Aquellos niños a los que ayudó encontraron casas de acogida o fueron adoptados.

Fue propuesta para recibir el Premio Nobel de la Paz. No fue seleccionada. Se lo llevó Al Gore (2007) por unas diapositivas sobre el Calentamiento Global. Y en 2009, Obama, por buenas intenciones. 

¡No permitamos que se olvide nunca a Irena Sendler! 
In memoriam

© María Pilar