Papa, sigo llevando la llave colgada al cuello como me enseñaste. Desde que te fuiste se acabaron las caricias, los juegos en los que tanto peleábamos por ganar, las risas, los cuentos... Mamá miraba como ida, sin palabras y sin lágrimas. Parecía una estatua de piedra. Un día se acostó y no se ha vuelto a levantar. Todos las tardes le leo la nota del colegio y se la dejo en la mesilla por si la quiere repasar cuando yo me voy, pero nada. La profesora dice que si no voy más aseado no podré entrar en la escuela. Toda mi ropa está sucia, papá, y nadie quiere ponerse a mi lado. ¿Por qué no vuelves? Recuerdo lo divertido que era cuando estabas aquí, y, como un cascabeleo, me llega el alboroto de los tres cuando no había riñas en casa ni mandaba el silencio. Por la noche cuando me entra el miedo, abro tu armario, cierro los ojos y te respiro por dentro. Pienso si tú te acordarás también de mí. En el polvo del mueble de la entrada te he dejado escrito con el dedo: “Papá, si pasas por a
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