26 febrero 2012

A la encina más recia de Villamedana

Esta encina casi centenaria, de lejos parece imperturbable; pero los que la conocemos bien sabemos que rejuvenece todas la primaveras regalando el canto de las aves que juguetean entre sus ramas, da sombra a los que se cobijan bajo su manto para protegerse del asfixiante verano, se vuelve impasible ante los vientos que la zarandean en otoño y oscurece plantando cara como ser inanimado al crudo invierno. Mientras, sus viejas raíces siguen con sabia actividad hurgando la tierra para obtener las sustancias que la mantienen en pie.
Aunque señera del lugar admirada y respetada por todos, no se manifiesta engreída desafiando al tiempo; más bien soporta estoica la carga que le aplana sobre su propio eje sintiéndose presa de un tiempo presente al que no pertenece. De ahí que a veces con el susurro de sus hojas se atreva a decir: “yo ya no sé que pinto en este mundo”, lo que está en contradicción con su energía vital que la agarra a la tierra y la sostiene en todo su esplendor.
Con los años, su memoria de encina selectiva le hace retener sucesos acaecidos en el transcurrir de su larga vida y que no son precisamente los más felices ni agradables. Así, mantiene una fijación obsesiva por algunas ramas a las que se entregó con lo mejor de su savia, pero que hace tiempo han sido podadas; sigue sintiendo su peso como al que le duele una pierna amputada.
Su rugosidad longeva no le impulsa a acariciar a sus brotes por miedo a que aflore toda la sensibilidad interior lo que considera ,con sus años, una debilidad; más bien se manifiesta adusta y recia. Esa dualidad entre lo emocional más profundo y lo racional de su aspereza, se transforma en un juego sutil e íntimo observable por los que la conocen bien y que a ella no le pasa desapercibido como casi nada de lo que ocurre en su entorno.
En otro tiempo tuvo la fuerza suficiente para dejar volar sus hojas al viento, en compensación y sin esperarlo ha recibido una ramificación que conforma el bosque que la rodea en el que puede leer el árbol de su vida. De toda su experiencia vital va sacando esas historias que transmite a los suyos, emocionándose por momentos hasta quebrársele la voz y envalentonándose otros para afirmar sus posiciones porque quien tuvo retuvo.
© María Pilar

11 febrero 2012

Del dolor a la sonrisa

Este fin de semana ha captado toda mi atención un jolgorio y un bullicio de niños, es un patio de colegio a la hora del recreo, la alegría infantil trasciende las ondas y despierta en mí una leve sonrisa; me quedo pegada a la radio hasta que acaba el programa. Es vida, pura vida en directo. El colegio se llama “Begoña Martín Baeza”, curioso nombre ¿no? para un colegio de una aldea en Anantapur (India). Oigo emocionada la relación que tiene con el 11M de 2004. Todo el mundo se acuerda donde estaba ese día al enterarse del mayor atentado terrorista que ha sufrido España. Las risas de los niños se tornan en ruido de sirenas, caos y desconcierto. En apenas tres minutos explotaron 10 de las 13 bombas que habían puesto los terroristas dejando un balance de 191 muertos y 1.500 heridos. Los bomberos buscaban cadáveres entre los hierros retorcidos de los vagones, uno de ellos fue el de Begoña Martín Baeza, joven de 25 años. Sus padres, que son unos padres coraje, decidieron que el dolor por la muerte de su hija no se iba a quedar así, sino que en homenaje a su memoria lo tenían que convertir en alegría para otros. Se pusieron en contacto con la Fundación Vicente Ferrer para donar íntegra la indemnización que les correspondió y con ello se construyó esta escuela donde se pueden escuchar las risas de estos niños que hoy pueden estudiar.
© María Pilar

05 febrero 2012

¿Tan sólo palabras?

En esta tarde de domingo el frío exterior que transmite la nieve a través de los ventanales, lleva a mirar hacia el calor del hogar con nostalgia.
Hay palabras que están arriba como "cielo" o abajo como "tierra", en el aire como "mariposa" o en el agua como "pez" y existen palabras muy lejanas en el tiempo y en un lugar que hay que cerrar los ojos para verlo, porque la realidad lo ha transformado; pero ni la más mínima pátina de polvo las ha cubierto porque pertenecen al ámbito de la infancia y están entrelazando el mundo de los afectos con los que construimos nuestros propios recuerdos. Son palabras con contexto, significan mucho más que la definición fría del diccionario, están cargadas de olor, de sabor, de compañía y de espacios vitales. Son palabras que permanecen por los entresijos de la memoria, al acecho, dispuestas a saltar en cualquier momento sin importar el lugar. 
Estufa es un lugar de la casa cálido y acogedor, donde se reúne toda la familia en torno a la mesa, o simplemente están charlando; mientras, los pequeños juegan en el suelo percibiendo la seguridad o las inquietudes que los mayores les transmiten
Trébede es el suelo de la estufa tan caliente que no se puede pisar directamente, los cristales empañados invitan a hacer garabatos con los dedos por donde se ven los silenciosos copos de nieve uniformándolo todo.
Cocido es un olor característico al entrar en casa y un sabor contundente; no puede faltar una madre en la cocina ultimando todo para empezar a comer.
Brisca un juego de cartas que reúne a mayores y pequeños las tardes de domingo, la edad no es un pase directo al triunfo, gana quien suma el mayor número de puntos.
Palabras, palabras, palabras...
© María Pilar