Paré el coche para comprar unas jugosas cerezas que a un lado de la carretera vendía una señora ataviada con faltriquera. Por delante de mí un joven le pidió medio Kilo. La vendedora puso un puñado en la romana oxidada con una mano regordeta de uñas negras. Después de ver trastabillar el brazo en forma de regleta, con la parsimonia que le caracterizaba, dijo: Cereza más, cereza menos… Usted también quiere medio, ¿no?
Ante mi asentimiento siguió añadiendo y comentó: Les pongo un kilo y ya luego entre ustedes se lo reparten.
¡No me lo podía creer! Estaba a punto de protestar cuando una mirada cautivadora me descolocó.
—Podemos quedar en el bar de al lado para hacer el reparto.
—Vale —le contesté con mi mejor sonrisa que ya bailaba al ritmo de la suya.
Hoy me ha llamado porque necesita verme y mi corazón se ha disparado en cuanto he oído su voz. Este tiempo de espera mirando el reloj aumenta mi nerviosismo. Me entusiasma la idea de que pueda haberse fijado en mí. Repaso mentalmente la conversación que hemos tenido para recordar cada una de sus palabras: «No, no quiero adelantarte nada, prefiero decírtelo cuando nos veamos». ¿Y si me pide que salgamos? ¡Me encantaría! Solo pensarlo hace que mi corazón reviva, que mi sangre circule más deprisa, que sienta que la vida merece la pena ser vivida. He prestado tanta atención a mi profesión los últimos años que no he sido consciente de lo arrinconado que he tenido el mundo de los afectos. ¡Cielo santo, qué me pongo! ¿El vestido vaporoso negro con lunares blancos que tengo sin estrenar? Ahora se llaman dots y esta primavera están de moda. Ya se sabe que mujer alunarada, mujer afortunada. Como un ritual me miro por última vez al espejo. Me suelto el recogido y dejo caer mi pelo brillante como el sol por encima de los hombros. Me miro de frente, de lado, de espalda. Sí, estoy estupenda. El taconeo de mis zapatos rojos se escucha ya saliendo apresuradamente. Y con un revoloteo de falda y el fulgor brillante en los ojos bajo las escaleras hacia la calle.
—Quería pedirte algo —me dice con cierta timidez.
—Ya ves que he venido en cuanto me has llamado —le contesto entusiasmada con el corazón saltándome en el pecho.
—Alguien nos vio en el bar aquel día... Se lo ha dicho a mi chica y me gustaría que me ayudaras porque no se cree la historia de las cerezas.
Ante mi asentimiento siguió añadiendo y comentó: Les pongo un kilo y ya luego entre ustedes se lo reparten.
¡No me lo podía creer! Estaba a punto de protestar cuando una mirada cautivadora me descolocó.
—Podemos quedar en el bar de al lado para hacer el reparto.
—Vale —le contesté con mi mejor sonrisa que ya bailaba al ritmo de la suya.
Hoy me ha llamado porque necesita verme y mi corazón se ha disparado en cuanto he oído su voz. Este tiempo de espera mirando el reloj aumenta mi nerviosismo. Me entusiasma la idea de que pueda haberse fijado en mí. Repaso mentalmente la conversación que hemos tenido para recordar cada una de sus palabras: «No, no quiero adelantarte nada, prefiero decírtelo cuando nos veamos». ¿Y si me pide que salgamos? ¡Me encantaría! Solo pensarlo hace que mi corazón reviva, que mi sangre circule más deprisa, que sienta que la vida merece la pena ser vivida. He prestado tanta atención a mi profesión los últimos años que no he sido consciente de lo arrinconado que he tenido el mundo de los afectos. ¡Cielo santo, qué me pongo! ¿El vestido vaporoso negro con lunares blancos que tengo sin estrenar? Ahora se llaman dots y esta primavera están de moda. Ya se sabe que mujer alunarada, mujer afortunada. Como un ritual me miro por última vez al espejo. Me suelto el recogido y dejo caer mi pelo brillante como el sol por encima de los hombros. Me miro de frente, de lado, de espalda. Sí, estoy estupenda. El taconeo de mis zapatos rojos se escucha ya saliendo apresuradamente. Y con un revoloteo de falda y el fulgor brillante en los ojos bajo las escaleras hacia la calle.
—Quería pedirte algo —me dice con cierta timidez.
—Ya ves que he venido en cuanto me has llamado —le contesto entusiasmada con el corazón saltándome en el pecho.
—Alguien nos vio en el bar aquel día... Se lo ha dicho a mi chica y me gustaría que me ayudaras porque no se cree la historia de las cerezas.