Tras las huellas de mi infancia llego a un pequeño pueblo de luz radiante que no soporta la mirada y se tiene que refugiar en los adustos soportales en sombra. Sus campos proyectan un matiz dorado salpicado del rojo amapola.
Juego con Josu, mi hermano mayor. Siempre me quita las cosas. Pronto se cansa y las abandona, muchas veces rotas. En esos momentos me enfado con él. Zalamero me hace carantoñas y no para hasta que me río y lo abrazo.
En invierno el manto de nieve silencioso lo uniforma todo a ratos, y otros, con pisadas misteriosas de seres invisibles que excitan mi imaginación. Unas huellas, que parecen puntas de estrella, me llevan hasta la base de un chopo cercano. Son de un gorrión común. Tiembla de frío, tal vez de miedo al verme. Me acerco despacio. Está tan débil que se deja coger. Siento en el hueco de mis manos el palpitar desorbitado de su corazón. Acaricio la suavidad de su plumaje. Le preparo una caja de zapatos con un vasito de agua y unas migas de pan en una taza. Lo escondo en un rincón de mi habitación y extiendo por encima un trozo de una cortina de guipur para que no lo vea Josu. Es la primera vez que le oculto algo.
Al volver del colegio está en la puerta de casa esperándome. En cuando me ve corre a mi encuentro con esa manera suya tan desgarbada y torpe al moverse. Está radiante, algo importante quiere compartir conmigo y no puede esperar.
—Nena, nena… —habla de manera atropellada babeando más que nunca. Esconde algo en el puño cerrado que me muestra.
Entonces lo veo. Su cabecita asoma y su pico se abre exageradamente intentando alcanzar algo de oxígeno. Puedo sentir su asfixia. Un último gorjeo ronco le raspa la garganta. Sus pupilas negras giran y sus ojos se velan con la agonía de la muerte.
— ¡Josu! Por favor…—le grito intentando abrirle la mano con las lágrimas emborronando mi vista.
Percibe el llanto que se apodera de mí y se olvida del regalo que me traía. Pestañea perplejo, sin comprender.
Juego con Josu, mi hermano mayor. Siempre me quita las cosas. Pronto se cansa y las abandona, muchas veces rotas. En esos momentos me enfado con él. Zalamero me hace carantoñas y no para hasta que me río y lo abrazo.
En invierno el manto de nieve silencioso lo uniforma todo a ratos, y otros, con pisadas misteriosas de seres invisibles que excitan mi imaginación. Unas huellas, que parecen puntas de estrella, me llevan hasta la base de un chopo cercano. Son de un gorrión común. Tiembla de frío, tal vez de miedo al verme. Me acerco despacio. Está tan débil que se deja coger. Siento en el hueco de mis manos el palpitar desorbitado de su corazón. Acaricio la suavidad de su plumaje. Le preparo una caja de zapatos con un vasito de agua y unas migas de pan en una taza. Lo escondo en un rincón de mi habitación y extiendo por encima un trozo de una cortina de guipur para que no lo vea Josu. Es la primera vez que le oculto algo.
Al volver del colegio está en la puerta de casa esperándome. En cuando me ve corre a mi encuentro con esa manera suya tan desgarbada y torpe al moverse. Está radiante, algo importante quiere compartir conmigo y no puede esperar.
—Nena, nena… —habla de manera atropellada babeando más que nunca. Esconde algo en el puño cerrado que me muestra.
Entonces lo veo. Su cabecita asoma y su pico se abre exageradamente intentando alcanzar algo de oxígeno. Puedo sentir su asfixia. Un último gorjeo ronco le raspa la garganta. Sus pupilas negras giran y sus ojos se velan con la agonía de la muerte.
— ¡Josu! Por favor…—le grito intentando abrirle la mano con las lágrimas emborronando mi vista.
Percibe el llanto que se apodera de mí y se olvida del regalo que me traía. Pestañea perplejo, sin comprender.
intenso ,dramtico y tierno relato lleno de la virtud del ser a que se ama y no puedes hacer nada ,gracias Maria Pilar , por compartirlo desde mi blog de horas rotas saludos . j.r.
ResponderEliminarTernura y tristeza como sólo vos podés relatarlas, Pilar..
ResponderEliminarUn abrazo!!
Lau.
Queridos amigos y todos los que paséis por aquí, os dejo un nuevo relato tejido con la ternura de la infancia. Espero que os guste aunque no presente la cara más risueña de un niño. Es la vida y mis manos sobre el teclado me llevaron a plasmarlo así.
ResponderEliminarMil gracias por pasar por aquí, por dedicar un tiempo que os es tan valioso para leer lo que publico y sobre todo por esos comentarios que me dejáis.
Todo mi cariño y admiración.
Inmenso abrazo. María Pilar
Duro.
ResponderEliminarDurísimo.
Pero muy bien escrito.
Saludos.
Nos enojamos con los niños olvidando que también en su oportunidad nos perdonaron a nosotros
ResponderEliminarBesos
Entrañable y triste. yo veo calidez y mucho amor por parte de los dos hermanos, cada uno con su cometido, ella cuidarlo y dejarle comida, el lo encuentra y se lo regala a su hermana pensando que es el regalo mas maravilloso que puede hacerle. me han enternecido. un abrazo escritora
ResponderEliminarJosu debe pensar lo raras que son las niñas en general y su hermana de manera particular. Ni los regalos saben agraceder. Al gorrión se le acabaron los pensamientos.
ResponderEliminarMuy bien contado, María Pilar, como es la costumbre de la casa.
Besos.
Bonito relato infantil.
ResponderEliminarSaludos.
Un relato entrañable y estremecedor, Pilar...La niña consciente de la vida y de la muerte del gorrión. El niño sólo piensa en su hermana y no comprende su tristeza...De nuevo las luces y las sombras se dan la mano en una misma circunstancia, el dolor y la alegría de la vida, que nos une o nos enfrenta...Esa relación entre dos hermanos, que es un aprendizaje constante hacia el amor incondicional...
ResponderEliminarMi felicitación por la sencillez y la hondura del relato, que nos sobrecoge a todos.
Mi abrazo y mi cariño, amiga.
Como dice Toro,duro,pero bien escrito,abrazo niña
ResponderEliminarSe murió!!! Qué triste.
ResponderEliminarTe quedó excelente relatado. Te felicito, aunque con el corazón apachurrado.
Un abrazo!
Una historia muy triste perro bella. Te mando un abrazo
ResponderEliminar¡Precioso relato!
ResponderEliminarY me has recordado a uno de tantos veranos cuando mis hijos eran pequeños, siempre caían, de tantos nidos como había en el tejado, algún pájaro que empezaba aletear, mis hijos intentaban salvarlo, le daban con un palillo miguitas de pan, pero siempre ocurría lo mismo, el pobre pájaro abría el pico pero no era por ganas de comer, era esa asfixia que precede a la muerte.
Me ha encantado cuando dices en tu relato que observas sobre la nieve "huellas que parecen puntas de estrella" ¡Tú vales mucho, amiga mía!
Cariños en un fuerte abrazo.
kasioles
Se me ha encojido el corazón, muy bueno.
ResponderEliminarBesos.
Es duro, pero la vida en muchos casos, no es ningún camino de rosas. Muy bueno; triste relato, pero muy bueno.
ResponderEliminarBesos Pilar,
En pájaro te conviertas y en manos de niño te veas.
ResponderEliminarUn relato duro y tierno a la vez.
Me tuviste en vilo hasta el final y el corazón en un puño.
ResponderEliminarMuy buen relato, como lo suelen ser los tuyos, Pilar.
Besotes y feliz Día del libros hoy y siempre.
Uf, qué triste y dulce al mismo tiempo. Sobrecoge ese final, donde se unen la inocencia, la ternura y la muerte. Un contraste que sacude y hace el relato muy efectivo.
ResponderEliminarUn beso enorme, María Pilar.
Hola María Pilar. Es duro pero es la realidad de cualquier niñ@s, que en este caso se trata de tu hermano menor.La inocencia invita a que un juego pueda causar la muerte de un animalillo. Está muy bien escrito y parece tan real que yo he pensado que era tu hermano de pequeño de quien nos hablas, y de sus juegos y la forma que tiene de llamar la atención.
ResponderEliminarAbrazossssssssss
Al igual que el relato siguiente, que acabo de leer, la realidad juega un papel muy importante, donde los puntos de vista difieren. Ternura, poesía y dureza se van mezclando como la vida misma que ya empieza así en nuestra infancia.
ResponderEliminarBesos