Todos volvemos a casa por Navidad.
No es una casa cualquiera, vive y late con los que la habitan, desprende olor a calor y sabor a hogar.
La casa de los abuelos en la que nosotros hemos cogido el testigo para un día pasárselo a los más pequeños. Presencias que son ausencias también ocupan su lugar. Es lo que le hace única y especial y está por encima de cualquier comparación.
Pertenece a nuestro ciclo vital desde el principio y tenemos que cerrar los ojos para verla en toda su dimensión porque la realidad la ha ido transformando.
Pero ni la más mínima pátina de polvo la cubre porque pertenece al ámbito de la infancia y está entrelazando el mundo de los afectos con los que construimos nuestros propios recuerdos.
Es nuestra casa una de esas palabras con contexto porque significa mucho más que la definición fría del diccionario. Está cargada de olor, de sabor, de compañía y de espacios vitales.
Es la luz del sol perfilando un precioso paisaje castellano con un cielo azul diáfano aunque las temperaturas estén bajo cero. Noches estrelladas con una Luna grandiosa coronada como una diosa protectora y el ojo avizor de Júpiter ejerciendo de vigilante.
Blacky, el pastor mallorquín, nos recibe con saltos de alegría porque sabe de nuestra pertenencia aunque hayamos tardado en volver.
Apenas unas horas por la noche la sella el silencio para recuperar fuerzas. Por la mañana ya hay jaleo y bullicio por doquier.
Un cálido mundo familiar en el que se discute, se ríe, se canta y se juega en equipos donde todos quieren ganar.
La mesa con su mantel de fiesta ya luce preparada.
No es una casa cualquiera, vive y late con los que la habitan, desprende olor a calor y sabor a hogar.
La casa de los abuelos en la que nosotros hemos cogido el testigo para un día pasárselo a los más pequeños. Presencias que son ausencias también ocupan su lugar. Es lo que le hace única y especial y está por encima de cualquier comparación.
Pertenece a nuestro ciclo vital desde el principio y tenemos que cerrar los ojos para verla en toda su dimensión porque la realidad la ha ido transformando.
Pero ni la más mínima pátina de polvo la cubre porque pertenece al ámbito de la infancia y está entrelazando el mundo de los afectos con los que construimos nuestros propios recuerdos.
Es nuestra casa una de esas palabras con contexto porque significa mucho más que la definición fría del diccionario. Está cargada de olor, de sabor, de compañía y de espacios vitales.
Es la luz del sol perfilando un precioso paisaje castellano con un cielo azul diáfano aunque las temperaturas estén bajo cero. Noches estrelladas con una Luna grandiosa coronada como una diosa protectora y el ojo avizor de Júpiter ejerciendo de vigilante.
Blacky, el pastor mallorquín, nos recibe con saltos de alegría porque sabe de nuestra pertenencia aunque hayamos tardado en volver.
Apenas unas horas por la noche la sella el silencio para recuperar fuerzas. Por la mañana ya hay jaleo y bullicio por doquier.
Un cálido mundo familiar en el que se discute, se ríe, se canta y se juega en equipos donde todos quieren ganar.
La mesa con su mantel de fiesta ya luce preparada.