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Mostrando entradas de abril, 2013

El día después de la tragedia

Pasada la tormenta, el mundo se silenció y llegó la calma, una calma siniestra que la luna de agosto iluminó reflejándose en la tumba de las aguas. Las primeras luces del alba empezaron a dibujar formas en la penumbra. Súbitamente, aparecía algo o alguien conocido que encogía el corazón de los vivos y era rápidamente engullido y arrastradoFatigados y exhaustos, atenazados por el rugir de la hecatombe y con los gritos que les perseguirían de por vida, rompieron las sombras y en silencio afrontaron los escombros, sin más medios que la fuerza de voluntad de que está dotada la naturaleza humana para sobrevivir. Entre los troncos, los derrumbes y el lodo, se encontraban con la cara de la amargura, la desesperación y la muerte. El arroyo, que se resistía a volver a su cauce, seguía recibiendo a su paso riachuelos que rodaban de forma tortuosa por las calles empinadas. Ese estrepitoso ruido del agua, producto de su furia tremebunda, era lo único que se oía en aquel valle: los pájaros d

En el patio de vecinos

He parado el reloj Son las siete menos cinco Las siete menos cinco Detenidas, congeladas Un minuto, una eternidad. Un piso por debajo Su eco sigue sonando Las horas, las medias, los cuartos… Eso es lo que ha escrito mi dueña, pero si pudiera escribir mi historia os diría que me trajeron de Suiza. Soy pequeño y cantarín, mi casa es de madera de caoba y fue trabajada por un famoso ebanista, su nombre luce en letras negras en mi esfera. Mi dueña me desembaló con mucho cuidado y me colocó en una columna al lado del luminoso mirador, el sitio ideal, manifestó, porque así presidía todo el salón. “Esta vez te has pasado”, le dijo con una radiante sonrisa a mi comprador. Así comenzó mi eterna andadura con una exactitud propia de mi condición suiza. El golpeo de mi maquinaria es sutil y armonioso. Hipnotizados se quedan todos mirándome al escuchar mis embaucadores trinos con los que doy salida a los latidos de mi corazón. La que más, mi dueña; hay que notar la suavidad de sus ded

La guerra de las bacterias

«En el día de hoy, cautivo y desarmado, ha quedado nuestro ejército familiar» La batalla ha sido una confrontación sin igual, hemos luchado cuerpo a cuerpo, al final hemos sido vencidos y el pequeño ejército familiar ha quedado destrozado. Cuando nos llegó la primera avanzadilla, la obligamos a retirarse con cajas destempladas, aquí no tenía cabida y la derrotamos con contundencia. Entre los virus se extendió la alarma, nos habíamos atrevido a ridiculizar a sus hermanos y la respuesta no se hizo esperar: todos los virus del mundo se aliaron para demostrar que quien ríe el último ríe mejor. Empezó la venganza. Negociaron con las bacterias el prepararles el terreno y una vez que lo tuvieran, para ellas sería coser y cantar. Parece que algún virus se quedó dentro de nuestra casa en estado latente y cuando llegó el gran cuerpo de batalla, le abrió la puerta a traición, como el de Troya. Se nos coló, por el flanco más débil —la pequeña de la familia— un ejército formado por millones