El día que miró por la ventana y vio que en su jardín había brotado un jaguar le pareció lo más normal del mundo. Era un día primaveral y el sol incidía en la chapa produciendo destellos de diamante.
—Jaguar y diamantes—susurró y su sonrisa de satisfacción expresó la alegre convicción de lo que aún estaba por llegar.
Se sabía favorecida por la magia y la magia no tiene límites. Los Elfos se divertían haciendo bien su trabajo para tener contento a su dueño y señor, el gran hombre que era su marido.
Los Duendes no se quedaban atrás preparando las fantásticas fiestas para sus hijos. ¡Cómo disfrutaban ellos! y ¡cuánto le gustan a ella las fiestas!
Esa fantasía grácil y etérea como los globos de colores, le hacía retrotraerse a una infancia feliz de niña rica que tanto había anhelado. El juego de luces y colores que conseguía el gran gnomo con setas alucinógenas, le facilitaba la comunicación con una fluidez desconocida en ella. Y las hadas... Cómo envidiaba la belleza de las hadas y sobre todo la seducción que ejercían con el dulce aroma que dejaban a su paso. Eran el centro de la fiesta cuando envueltas en estrellas de purpurina, desfilaban ofreciéndole las desbordantes y deliciosas tartas de nata batida. —Lentamente se pasó la lengua por las comisuras de los labios degustando golosa el chantilly que le rebasaba—.
Un duende doméstico había dejado encima de la mesa los billetes de avión para ese gran viaje que tanta ilusión le hacía. Viajes y más viajes. Viajar gratis le encantaba. En la chaise longue, las cajas de regalos con los lazos de la firma Luis Vouitton reclamaban su atención. Y es que todos saben que a ella le chiflan los regalos. A los grandes regalos nunca dice que no. Hay que ser agradecida.
Su yo siniestro exigía más y más. Se calzaba el gesto hosco de ministra, la camisa sin cuello, la americana corta y los pantalones de aire formal y con su tez de un moreno terroso y su aspecto de pija remilgada, se presentaba en el Ministerio de Sanidad. Siempre llevaba en su mano el portafolios donde guardaba las enormes tijeras. Y allí se dedicaba a lo que tanto le gustaba hacer de pequeña con sus muñecas recortables. Sabía recortar y recortaba por la salud de los españoles, así no iban tanto a las consultas y las listas de espera bajaban. A la larga se lo agradecerían, que estaban muy mal acostumbrados. Su salud se fortalecería sin tanta medicación. La selección natural salvaría a los más sanos y la gente sería mucho más fuerte.
En su casa era otra cosa claro, porque ¿qué necesidad tenía ella de recortar si en su jardín brotaban jaguares?
© María Pilar
—Jaguar y diamantes—susurró y su sonrisa de satisfacción expresó la alegre convicción de lo que aún estaba por llegar.
Se sabía favorecida por la magia y la magia no tiene límites. Los Elfos se divertían haciendo bien su trabajo para tener contento a su dueño y señor, el gran hombre que era su marido.
Los Duendes no se quedaban atrás preparando las fantásticas fiestas para sus hijos. ¡Cómo disfrutaban ellos! y ¡cuánto le gustan a ella las fiestas!
Esa fantasía grácil y etérea como los globos de colores, le hacía retrotraerse a una infancia feliz de niña rica que tanto había anhelado. El juego de luces y colores que conseguía el gran gnomo con setas alucinógenas, le facilitaba la comunicación con una fluidez desconocida en ella. Y las hadas... Cómo envidiaba la belleza de las hadas y sobre todo la seducción que ejercían con el dulce aroma que dejaban a su paso. Eran el centro de la fiesta cuando envueltas en estrellas de purpurina, desfilaban ofreciéndole las desbordantes y deliciosas tartas de nata batida. —Lentamente se pasó la lengua por las comisuras de los labios degustando golosa el chantilly que le rebasaba—.
Un duende doméstico había dejado encima de la mesa los billetes de avión para ese gran viaje que tanta ilusión le hacía. Viajes y más viajes. Viajar gratis le encantaba. En la chaise longue, las cajas de regalos con los lazos de la firma Luis Vouitton reclamaban su atención. Y es que todos saben que a ella le chiflan los regalos. A los grandes regalos nunca dice que no. Hay que ser agradecida.
Su yo siniestro exigía más y más. Se calzaba el gesto hosco de ministra, la camisa sin cuello, la americana corta y los pantalones de aire formal y con su tez de un moreno terroso y su aspecto de pija remilgada, se presentaba en el Ministerio de Sanidad. Siempre llevaba en su mano el portafolios donde guardaba las enormes tijeras. Y allí se dedicaba a lo que tanto le gustaba hacer de pequeña con sus muñecas recortables. Sabía recortar y recortaba por la salud de los españoles, así no iban tanto a las consultas y las listas de espera bajaban. A la larga se lo agradecerían, que estaban muy mal acostumbrados. Su salud se fortalecería sin tanta medicación. La selección natural salvaría a los más sanos y la gente sería mucho más fuerte.
En su casa era otra cosa claro, porque ¿qué necesidad tenía ella de recortar si en su jardín brotaban jaguares?
© María Pilar