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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Ana Mato, la ministra de las tijeras

El día que miró por la ventana y vio que en su jardín había brotado un jaguar le pareció lo más normal del mundo. Era un día primaveral y el sol incidía en la chapa produciendo destellos de diamante. —Jaguar y diamantes—susurró y su sonrisa de satisfacción expresó la alegre convicción de lo que aún estaba por llegar. Se sabía favorecida por la magia y la magia no tiene límites. Los Elfos se divertían haciendo bien su trabajo para tener contento a su dueño y señor, el gran hombre que era su marido. Los Duendes no se quedaban atrás preparando las fantásticas fiestas para sus hijos. ¡Cómo disfrutaban ellos! y ¡cuánto le gustan a ella las fiestas!  Esa fantasía grácil y etérea como los globos de colores, le hacía retrotraerse a una infancia feliz de niña rica que tanto había anhelado. El juego de luces y colores que conseguía el gran gnomo con setas alucinógenas, le facilitaba la comunicación con una fluidez desconocida en ella. Y las hadas... Cómo envidiaba la belleza de las hadas

Muñeca rota

Nada es lo que parece y se acentúa más y más cada día. Me obliga a que, delante de la gente, le llame papá. Él, se hace el sorprendido y me dice con la más agradable de las sonrisas: — ¡Ah!, eres tú. ¿Qué quieres hija? Mamá asegura que tengo el papá más maravilloso de todos. Me quedo mirándola con un profundo silencio que ella interpreta: —Ves, es tan estupendo que al darnos cuenta nos quedamos sin palabras. Desde la oscuridad de mi rincón donde me escondo acurrucada, miro por la rendija de la destartalada puerta. Mi corazón me golpea ante el temblor de las telarañas, el crujir de las tablas y la inquietante atmósfera que proyecta la luz del ventanuco. Todo me habla de misterios que el viejo desván custodia. Hoy algo llama especialmente mi atención, es una muñeca ajada y sucia a la que le falta un brazo. Lo demás: cajas y baúles, sacos y materiales indescriptibles por el polvo que los cubre, la acompañan y callan. Aprieto los brazos contra mi pecho y una voz de mi interior le di

¿Cuál es la palabra más bonita del español?

Hay palabras contundentes como noray que hostigadas por los vientos saben a óxido y huelen a mar, y hay palabras dotadas de gran fragilidad como felicidad que cual pompas de jabón todos queremos atrapar. Hay palabras irresistibles como cereza cuando el crujido de su carnosidad estalla en nuestra boca inundándola con su jugo, y hay palabras que nacen en Vitoria como naipe y recorren mundos elegantes y adinerados; también pasan por las manos de los indigentes que jugando matan las tediosas horas de su vida. Y..., hay palabras a las que tú no eliges sino que son ellas las que te eligen a ti una tarde que decides quedarte en casa porque llueve. Está ante tus ojos y la lees una y otra vez: jacarandá .  Es un flechazo a primera vista.  Sin conocer su significado ya dices: me la quedo. En un primer momento engatusa con su sonoridad y enamora con su ritmo. Después, su tronco fortalecido con constancia y voluntad, su vistosa frondosidad y el atractivo que encierra, hacen que te en

La tierra enamorada

Cuando el Río fluía, La Tierra se dejaba querer luciendo sus mejores galas. Enamorados los dos cantaban y bailaban. En esa época, amigos no les faltaban. Las Nubes les visitaban con frecuencia, el Sol lucía orgulloso y retardaba su marcha, el Viento los envolvía con sus abrazos cada vez que pasaba. Y la Tierra les regalaba ramos de margaritas y violetas, de rosas y lavanda. Él lo observaba todo tras los cristales de sus gafas que conferían a su figura una impenetrable mirada. Enfundado en su gabardina y cubierto con txapela vasca, un mutismo le envolvía sin participar en nada ¿Tenía acaso celos de La Tierra enamorada? ¿Presentía lo que estaba por venir? Un día vio cómo el Río, pletórico en otros tiempos, languidecía y agonizaba. Un veneno químico le destrozaba las entrañas. Las Nubes ahora pasaban silenciosas y alejadas. El Sol no aparecía y los Vientos los azuzaban. A Él le rompió el corazón al ver La Tierra abandonada. Había perdido el color y había perdido el alma. Era un

El veroño se convirtió en un gato rabioso

El pasado 31 de octubre el termómetro marcaba 29 grados. Con falda larga veraniega y camiseta de tirantes salí de casa para intentar captar con mi cámara los colores otoñales. La gama de verdes primaveral se había transformado en un abanico multicolor como corresponde a esta época del año. Los castaños de indias pintaban sus hojas de óxido y los abedules lucían de amarillo dorado, pero a mí lo que más me gustaba era el esplendoroso rojizo de los arces que con gran personalidad destacaba entre el verde tardío de los fresnos y el oscuro perdurable de los pinos. De repente, un enorme gato negro se me cruzó por el camino. Cuando lo enfoqué fijó sus pupilas verdes en el objetivo, se le erizó el pelo y maulló con furia. Justo cuando apreté el botón del disparo se abalanzó sobre mi, me arañó la cara, se me enganchó en el pelo y me mordió en un hombro. Yo corría, gritaba, pedía ayuda porque me era imposible desprenderme de él. La gente que pasaba huía despavorida. Seguramente pensaban que