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Mostrando entradas de marzo, 2012

Tus propias palabras de despedida

Los estragos del tabaco

Ya hacía años que el humo de su tabaco no le envolvía en su nube tóxica. Un día dijo que lo dejaba y lo dejó de manera fulminante sin someterse a programas de autoayuda ni recursos paliativos. Con carácter fuerte y voluntad férrea siempre había comentado: Cuando quiera dejarlo lo dejo. N o contaba con la otra parte. Habían sido muchos años de convivencia y el enemigo ya campaba a sus anchas por su organismo. En el último tiempo pasaba los días tranquilamente sentado en su sofá leyendo con el run-run de la tele haciéndole compañía. A medida que la primavera se había ido acercando a su ventana y el trino de los pájaros lo habían sacado de su letargo invernal, parecía que una sangre renovada le rocorría todo su ser y el espíritu de la vida prendió en su interior. Quería salir, andar, recorrer esos caminos abriendo los brazos para que le prendiese un nuevo renacer. Se puso en pie con dificultad para caminar el pequeño trecho hasta el comedor. Allí reposaba la bandeja con el desayuno

Yuna, una historia casi real (Terremoto Japón 2011)

Érase una vez un lejano país donde no hace mucho tiempo vivía una preciosa niña de pelo negro y ojos rasgados. No era una princesa y no vivía en un castillo, pero tenía todo aquello con lo que cualquier niña hubiera sido feliz: una estupenda casa, unos padres que la querían y un cole con un buen puñado de amigas. Pero Yuna no siempre estaba contenta. Sentía que las cosas no funcionaban a su alrededor de la manera debida. A veces le prohibían cosas sin preocuparse de saber por qué lo hacía y otras no le hacían caso a lo que ella quería. Entonces Yuna gritaba, salía corriendo o se escondía para que todos tuvieran que buscarla. —Yuna, sal de debajo de la mesa, vamos a cenar. —No pienso salir, papá. Estoy harta de que me maltraten. No me gusta que me griten, ni que me peguen. —Yuna, nadie te pega, no exageres. —Tortas y eso no, pero mamá me ha dado así –dijo mientras se marcaba con el puño en el estómago– y yo no había hecho nada. ¡Sólo llamaba a mi amiga Ioko que pasaba por la call