26 octubre 2016

Mi esperanza

Quién me iba a decir a mí que con mis manos encallecidas de tanto limpiar casas escribiría en el ordenador. Fue cosa de mi hija Esperanza, me matriculó en Educación de Adultos para que hiciera un curso de informática. Ir yo a estudiar con la vergüenza que me daba, si apenas fui a la escuela. Me convenció porque así podríamos hablar por el Skype. ¡Cielo santo qué palabra!
Fue cuando se iba a ir a Alemania a hacer el máster en Ciencias Medioambientales con una beca por sus buenas notas universitarias. No es porque sea mi hija pero es listísima, aunque muy callada, en esto sale a su padre. Su padre y yo fuimos a verla a Gotinga, nunca habíamos salido al extranjero y estábamos nerviosos, pero teníais que ver cómo se desenvolvía en alemán, se nos caía la baba.
Con la crisis en España tuve que buscar más casas porque me bajaron la hora el 50% y su padre metió horas extras de carga y descarga en un supermercado antes de ir a la calderería donde trabajaba. Orgullosos lo hacíamos para pagarle los estudios y que un día tuviera una vida mejor que la nuestra.
El día que con una sonrisa de oreja a oreja y una carta en la mano me dijo que la habían seleccionado para un trabajo, dejé la plancha, me sequé una lágrima con la punta del delantal y nos fundimos en un emocionado abrazo.
—Es en la central nuclear de Garoña, tengo que hacer un curso de prevención de riesgo, una oportunidad mamá.
Sus palabras gritaban lo que sus ojos negaban. No era una oportunidad: vigilante nocturno. A poco se me hiela la sangre. Cada noche, al despedirse melena al viento y mochila a la espalda con el mono especial del trabajo, me susurraba al oído con gran entusiasmo: “No te preocupes mamá”. Y siento que la crisis no ha acabado con el idealismo propio de su juventud al ver los reflejos verdes en su mirada.
—Esto va a cambiar mamá, con nuestro esfuerzo va a cambiar.
Hoy a las cinco de la mañana ha sonado el teléfono. Ha habido una explosión en la central y no era ella la que me hablaba.
© María Pilar


01 octubre 2016

Llueve sobre los puentes de Madison

Nunca más por muchos días que vivamos
Temblarán los cabellos de tu nuca
Por el inmenso amor tocados.
Nunca más en la larga noche que nos espera
Hablarán tus silencios
Con la vibración del grito apasionado.
Nunca más habrá un futuro de amor soñado
Solo un cerrar de ojos
Para que los recuerdos nos sigan abrasando
Un sentir tu piel sobre mi piel
Y susurros apasionados
¡Qué será de nuestras vidas!
Seguirás sola cargando con tu angustia
Y yo espectro bajo la lluvia esperando

© María Pilar

El fantasma del palacio de Villa Suso


Se celebraba un Congreso sobre Lenguas Minoritarias en el Palacio de Villa Suso. En un receso, el representante chileno preguntó a una de las azafatas por los servicios. Giramos la cabeza para ver cómo su espalda se iba empequeñeciendo a medida que bajaba la escalinata para adentrarse en el antiguo sótano donde están los modernos baños. Se dice que son los más limpios de la ciudad porque los visitantes huyen de esta zona. El miedo al fantasma de la emparedada sigue atenazando. Su leyenda, bien conocida en la ciudad, obliga a los que tienen que bajar del Casco Viejo a la zona del ensanche a apresurar el paso o dar un largo rodeo para evitar el palacio.

Corría el 1982 cuando las Instituciones de Vitoria decidieron rehabilitar el abandonado Palacio Renacentista de Villa Suso para transformarlo en un ambicioso centro de congresos dotado con los más modernos equipamientos técnicos.

Era un día huracanado y gélido cuando el grupo de técnicos en restauración de edificios antiguos se adentró en el palacio por la magna portada original que se abre en la zona alta. Llevaba más de cien años cerrado y el deterioro era considerable. Tasio propuso, entre risas y mofas, una apuesta. La ganaría el primero que se encontrara con el fantasma que vagaba entre aquellos muros. El silencio delator de algo oscuro que había empezado a tejerse ya antes de que él hablase, le confirmó que sus compañeros estaban bajo la influencia de la maldición del fantasma. Ya tengo algo jocoso que contar, se dijo.

El viento arremetía y el agua racheada empapaba a los que subían por la destartalada escalera con parte de la noble techumbre derrumbada. Tasio decidió introducirse en los sótanos donde todo era siniestro y una hostilidad amenazante parecía surgir de las entrañas del edificio. A medida que avanzaba, la calma tensa que dominaba ese espacio se acrecentada por el lejano gemido de las bisagras de una ventana. La humedad que parecía exhalar de los muros, había dibujado unas siluetas durante siglos y a la luz de la linterna que llevaba en el casco, se transformaban en figuras negras y terroríficas que danzaban recorriendo todo el lugar. Siguió avanzando como una sombra más de esa danza macabra que lo acosaba. Cuando llegó al final de aquel lúgubre pasillo, descargó el mazo que llevaba en la mano sobre la pared que lo cerraba; le sonó a hueco. Golpeó una vez más y al caer los primeros cascotes apareció entre el polvo del derrumbe un hueco tenebroso con fuerte olor corrompido. Era un muro falso que formaba con el de piedra del fondo un armario empotrado sin respiradero. Algo horroroso está a punto de ocurrir, pensó. Nervioso, agrandó el hueco lo suficiente para meter la cabeza con su linterna y cuando su vista se hizo a la luz del habitáculo, unos estremecedores ojos lo estaban mirando. Una hermosa joven en cuclillas, con las manos destrozadas, le mostraba el desgarrador rictus de angustia con el que la muerte la había sorprendido.

Sobrecogido por la irrupción del espanto, trataba de explicarse en vano el por qué alguien la colocó allí y la sujetó mientras la emparedaban viva con un bebé en las entrañas. Un aullido de horror salió de la garganta de Tasio que, ante la implacable presión que sentía en el pecho, se dobló sobre sí mismo y cayó de bruces sobre las piedras.
En cuanto llegaron los demás, la verdad les golpeó la cara porque fueron testigos de cómo la corriente de aire volatilizaba el cadáver para dejar en su lugar un macabro esqueleto con una cadena de oro en torno al cuello.

̶ Toda Vitoria considerará que se ha profanado la tumba de la emparedada ̶ dijo Kepa atemorizado por lo que estaba viendo.
̶ ¿Os hacéis idea del revuelo que se formará en cuanto esto salte a la prensa? ̶ añadió Mikel.
̶ No tenemos por qué alarmar a la sociedad ̶ advirtió Itziar con una expresión que les confirmaba lo que sus palabras no habían pronunciado.

Y aquellas bóvedas, que horrorizadas habían guardado su secreto durante siglos, sellaron el pacto de silencio que los tres hicieron.
© María Pilar
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