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Mostrando entradas de noviembre, 2009

El precio del futuro de la ciudad de Vitoria

El precio del futuro es inevitable. La ciudad ya no es lo que era. Grandes esqueletos en construcción de edificios altos crecen por Zabalgana a pasos agigantados, acortando la distancia de seis kilómetros que separaban la ciudad del pueblo de Zuazo.  Ha desaparecido el estrecho camino que serpenteando entre hayas, quejigos y robles nos llevaba andando hasta al pintoresco pueblo de Zuazo. Vamos campo a través por las tierras removidas que las potentes excavadoras, con un ruido ensordecedor, están preparando para nuevas construcciones.  Antes de entrar en lo que queda del solitario bosque podemos apreciar mejor el contraste entre los ocres otoñales. La vegetación ya no es tan tupida y nos permite disfrutar de los rayos de sol abrillantando y reforzando el colorido. El cauce sinuoso de un arroyo con apenas un hilo de agua desemboca en un humedal natural cuyo entorno nos invita a descansar. Los sauces, plataneros y avellanos sombrean estratégicamente el entorno. La panorámica que abarcam

El tiempo es oro

Dando vueltas y vueltas  En la espiral de la vida  Algo se va por la quebrada  Perdiendo el candor  De creerse infinita.  Enmascarados te imponen  En tu porfiar ritmo frenético  El tiempo es oro  Dicen  De una vida que gotea en silencio.  ¡Pesadilla de vida!  Tiempo sin oro quiero  Solo tiempo  Para oír al pájaro carpintero  Y de la noche  El manto de luciérnagas  Mi refugio  En paz y sosiego.   © María Pilar

Dejó la profecía en sus últimas palabras

Flotando en el canal lo encontraron Entre ramas y hojas, destrozado Larga barba y boca enmudecida La profecía de sus últimas palabras Ulula en el aire y rasga el alma Prisionera de su soledad envejecida Entre luces y sombras a la deriva ¿Por qué no se impidió? ¿Por qué nadie escuchó su desdicha? © María Pilar

La higuera

Luna de agosto atrapada En brazos de la higuera Sus hojas la mecen La oronda higuera se embelesa Irradia luz de Luna Se siente poderosa y bella El viento entra en acción Con sus giros la libera Lágrimas de rocío brotan De los suspiros de la chumbera En la argentada pared, tatuadas, Hojas de plata se cimbrean Incandescencia de Luna Que hace sonreír a la higuera

Tu foto de infancia

Llegaste a nosotros  Con gran ilusión  Llenaste nuestras vidas  De alegría y amor   Esa mirada alegre  De tu foto de infancia  Me trae recuerdos  Que embargan mi alma  Me gustaba contemplarte  Mientras dormías  Y cuando abrías los ojos  Ver tu sonrisa  Desde que tú viniste  Cambiaron nuestras vidas  Tú eras el centro  La guía de nuestros días  Cuando con aita volvías  Del paseo invernal  Con las mejillas coloradas  Todo lo querías contar  Te subías a mis piernas  Para hacer: Aserrín, aserrán  El peligro no te asustaba  Hasta el suelo querías llegar  De trabajar me esperabas  Tras la puerta te oía  Corrías a esconderte  Sabiendo que te buscaría   

"Mirando hacia atrás" de Piedad Isla

Estos días me he encontrado, en el blog no virtual de Piedad Isla, una excelente exposición de fotografías.  Mujer de un pueblo de la Montaña Palentina, nacida en el 1926, un buen día dice a su familia que quiere ser fotógrafo profesional. ¡Qué locura! ¡Qué no comentarían en su entorno cuando la veían ir y venir en su vespa vistiendo pantalones como un chico!  Fue valiente. Se salió con la suya. Tuvo más fuerza interior para hacer realidad su sueño que para ser arrastrada por las incomprensiones y críticas, por no cumplir con los cánones sobre la mujer en la época que le tocó vivir. Como mujer adelantada a su tiempo, no se quedó observando la vida sin más, sino que nos dejó el alma del pueblo al que pertenecía. Su fuente de inspiración fue siempre la condición humana: la admiración por los ancianos, la pasión por los niños y el respeto a su tierra. Para salvarla del anonimato la plasmó en sus obras y al contemplarlas podemos conocer la vida austera y cargada de dificultades de su

Contra el terrorismo, por la paz en Euskadi

Esta mañana soleada, Vitoria luce espléndida con una atmósfera limpia poco frecuente en estas fechas. Los reflejos solares en sus miradores, el andar pausado de la gente y las terrazas de los bares al sol, invitan a pensar lo agradable que sería vivir en esta ciudad si hubiera paz. Me siento a tomar un refresco en una de esas terrazas desde la que contemplo el trasiego de la gente por la Plaza de la Virgen Blanca y me dejo impregnar de su atmósfera seductora. Matrimonios mayores, vestidos de paseo, lucen su sonrisa de domingo. Jolgorio de cuadrillas de jóvenes, algunos con sus bicis. Niños que juegan a no ser mojados por los bajos surtidores que de manera intermitente brotan del suelo. Un grupo de turistas escucha a su guía ante el monumento de la Guerra de la Independencia de España . Si se fijan bien pueden leer todavía estas dos palabras que alguien ha intentado borrar. Jóvenes inmigrantes sentados en los bancos hablan en árabe; más allá, unos chicos negros se expresan en un idiom

Podía volar y voló

Cuando naufragó su mundo El mar seco de su interior Anegó la noche Y ahogó ausencias. Al levantarse, Podía volar y voló. Salió a la calle vestida de azul El color del mar. Eligió un barco cargado de sueños En la maniobra chocó con otro Era él Esta vez no le importó.

La gastroenteritis de Amaia

Mi hermana mayor, Amaia, está ingresada en el hospital de Txagorrichu con gastroenteritis. El médico ha prescrito el uso de pañales, pero Amaia grita con su lengua de trapo que no es un bebé, que ella lleva bragas, ¡sus bragas! Ya no le quedan limpias y la enfermera le trae unas desechables. «Ni hablar», dice. Solo quiere las suyas y si no, pues nada. A mi hermana, desde que nació, le consentimos todos los caprichos porque mis padres opinan que bastante tiene la pobre con lo que le ha tocado en la vida.  —¿Por qué Amaia no es como las demás niñas? —les preguntaba de pequeña.  —Porque una mujer bizca se acercó al cochecito en el que la llevaba recién nacida y como no se la dejé coger le echó el mal de ojo —me contestaba mi madre. Me he pasado la vida cruzando los dedos y bajando la mirada atemorizada cada vez que me encontraba con un bizco por temor a su influjo maléfico. Ahora Amaia tiene 41 años, está oronda y el hechizo que le ocasionó aquella mujer cuando tan solo era un beb

La adolescencia

Qué le pasa a mi niña  Que tras su larga melena  Esconde la cara  Qué le pasa a mi niña  Que solo me grita  Y ya no me habla  Qué le pasa a mi niña  Pantalones sin estrenar  Y recalca no tener nada  Qué le pasa a mi niña  Que no la entiendo dice  Y escucha música muy alta  Qué le pasa a mi niña  Envuelta en un gran desorden  Parece estar a sus anchas.  ¿Qué le pasa a mi niña?  Yo sé bien lo que le pasa  A su edad me veo reflejada   © María Pilar

A un pueblo de La Rioja

Aquellos días había andado atareada con la vendimia, estaba sudorosa, pero satisfecha; todo había salido según sus cálculos. Cuando se quedó sola después de haber despedido a los temporeros, se acercó a la ventana, protegiéndose los ojos con la mano a modo de visera, y miró al frente para contemplarlo. Allí estaba. El último regalo que le habían hecho sus hijos. Unas lágrimas emocionadas y silenciosas corrieron por sus mejillas. La vida dura del campo la había fortalecido dotándole de un aspecto austero, pero no había mermado ni un ápice su sensibilidad admirable. Era un día caluroso, sin un soplo de aire que lo suavizase; pese a ello, le pareció que el nuevo regalo ondeaba al suave impulso de una alegre brisa. El sol reverberaba sobre las placas de titanio y parecía hacerlo fermentar irradiando destellos azulados, violetas y rosados propios de un buen vino. Dejó volar la fantasía y siguió extasiada largo rato. El marco en el que se situaba le era harto conocido. Al fondo, ondulac

El Castañero de Vitoria

Han embellecido la plaza del museo Artium con grandes esculturas de autores de reconocido prestigio. Y, como por arte de magia, ha surgido, un año más, la escultura viviente del Castañero. Ahí está, en la esquina de siempre, con su carromato, desprendiendo el olor a humo caliente y ese inconfundible olor que nos anuncia la llegada del invierno. Solo, aterido de frío, con las manos en los bolsillos de su mono azul, el joven castañero se resguarda del viento y la lluvia recostándose sobre su viejo, aunque recién pintado, carruaje para sentir el calor de las castañas asadas. No vocifera su mercancía al pasar los transeúntes, no se mueve ni un ápice de la baldosa del suelo que pisa, no entabla conversación con nadie ni nadie lo saluda al pasar. Parece una escultura viviente adornando la plaza en invierno y después, desaparece sin que se sepa exactamente cuando. Languidece la luz azulada de la moderna farola bajo la que siempre se coloca el castañero.  Y a mí, que me encantan la var

Cumpleaños de Olga

El Principito (fragmento)  De Antoine de Saint-Exupery  «Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además ¡mira! ¿Ves allá los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo…»    © María Pilar

Día de todos los Santos

Aprovechando el funeral de un vecino del pueblo, había pasado la tapia del cementerio al que no había vuelto desde que su esposa se fue. Su andar, con los brazos caídos y un tanto apesadumbrado, le llevó hasta donde ella estaba. Se quedó de pie a su lado. Su mirada fija parecía repasar el nombre que el cincel había tallado en el mármol de la lápida. A un lateral, el grupo del nuevo entierro, flores frescas, sepulcro brillante, suspiros y algún llanto ahogado le pasaban desapercibidos. El enterramiento se alargaba porque se había fundido la losa de mármol junto a su base y los sepultureros se esforzaban para poderla abrir, pero para él todo quedaba anulado y seguía absorto recogiendo en los susurros del viento las voces lejanas de vivencias que les pertenecían solo a ellos dos. En aquella soledad, con tantas presencias silenciosas, el tiempo pasaba y ya se había quedado solo con su diálogo interior. Un rictus en la cara manifestaba que algo se le movía por dentro, algo que si ascend