Esta mañana soleada, Vitoria luce espléndida con una atmósfera limpia poco frecuente en estas fechas. Los reflejos solares en sus miradores, el andar pausado de la gente y las terrazas de los bares al sol, invitan a pensar lo agradable que sería vivir en esta ciudad si hubiera paz.
Me siento a tomar un refresco en una de esas terrazas desde la que contemplo el trasiego de la gente por la Plaza de la Virgen Blanca y me dejo impregnar de su atmósfera seductora. Matrimonios mayores, vestidos de paseo, lucen su sonrisa de domingo. Jolgorio de cuadrillas de jóvenes, algunos con sus bicis. Niños que juegan a no ser mojados por los bajos surtidores que de manera intermitente brotan del suelo. Un grupo de turistas escucha a su guía ante el monumento de la Guerra de la Independencia
Al pasar por delante de las grandes fotografías a todo color de la exposición Periscopio que están repartidas por la plaza, muchos se detienen, las contemplan, leen las reseñas…
Levanto la vista ante la única fotografía viviente que está al otro lado de la plaza. Es un grupo de un centenar de personas que realiza una concentración silenciosa en contra del terrorismo de ETA. Los de delante portan una pancarta que dice: Si te amenazan, nos agreden. Algunos paseantes miran de reojo a la vez que marcan la distancia con el grupo, la mayoría pasa de largo.
Me gustaría verme dentro de ese cuadro entre el señor de barba que mira al frente con entereza y la joven absorta en sus pensamientos. Yo tampoco me muevo del lugar donde estoy sentada. Es la actitud más cómoda en esta ciudad. El definirse puede salirte caro. Cuatro o cinco cámaras y otros tantos fotógrafos se afanan en grabar la imagen. Uno de los hombres deja la pancarta y ante el micrófono lee un texto en euskera. El resto aplauden. Después es una mujer la que habla, esta vez en castellano. Más aplausos. Manifiestan alto y claro que el tipo de violencia que vivimos en esta ciudad difícilmente nos puede dejar indiferentes. Animan a la participación contra la insensibilidad ante tanta tragedia. Un acto de denuncia y de solidaridad.
Su voz como un aldabonazo me llega a lo más hondo. Me habla a mí que soy una más de tantos sordos e indiferentes que seguimos con nuestra vida como si aquí no pasara nada o que lo que pasa no va con nosotros.
Y sabemos que sí, que lo que ocurre es muy grave, pero nos encerramos en nuestro miedo cobarde. El pesimismo nos aborrega frente a las pistolas.
Al tomar vida este cuadro viviente, parece haberse detenido en el tiempo todo lo demás. En mi fuero interno aplaudo su actitud tan valiente como minoritaria, pero sigo atenazada en mi silla y mañana mi silencio aparecerá en los medios de comunicación como un número más de los que apoyan la postura contraria. La del terror.
Tras el grupo veo una fila de señores recostados contra la pared. Parece que simplemente esperan a que acabe el acto. Visten de manera informal, calzan deportivas y llevan gafas de sol. Detalle que delata su profesión. Guardaespaldas. No es difícil imaginar que son las sombras, las 24 horas del día, de algunas personas que están en este grupo por el que se juegan la vida.
© María Pilar
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