28 octubre 2022

La casa de arena

El placer de tener un libro en las manos es indescriptible. Si ese libro es tu ópera prima con la que has dado el paso a incursionar en el viaje por el mundo de las letras, ¿Qué os puedo decir? 
¡Qué nervios al abrir los paquetes! Como si fuera una niña ante el mejor de los regalos. El tamaño del libro, el número de páginas, el olor a nuevo..., de los que se dejan acariciar cuando los coges y ya no los puedes soltar. 
El ritual de hojearlo, ver la portada y contraportada, abrirlo con mimo, sostenerlo en una mano mientras se abre y vas pasando las hojas... ¡Qué placer! 
La cubierta tan original con ese diseño exclusivo de la ilustradora Celia Sendino Moreno: esa gran puerta de La Casa de Arena semiabierta, invita a pasar sin llamar y poder disfrutar de su fascinante travesía. 
La Casa de Arena es un libro de relatos en los que el mundo rural cobra el protagonismo, en especial el pueblo de Villamediana, que define el universo de los personajes. Son historias de distintos géneros. Fragmentos de la vida real donde memoria e imaginación se toman de la mano para que las palabras invocadas traigan al presente paisajes, rostros y voces y rescatarlos del olvido.

© María Pilar

26 octubre 2022

Las tres Marías

 

Una de las ventajas de madrugar es la de disfrutar del amanecer, disponer de un momento de paz y calma durante ese tiempo, mientras todos duermen, y más cuando conseguir madrugar es una tarea sencilla para mí porque me la pide el cuerpo. Cada persona es un mundo y a mí no me cuesta madrugar. 

Si he descansado bien las horas que necesito, me levanto pletórica de actividad, con la ilusión de afrontar el día. Además, cuento con ese momento extra para disfrutar de la mañana en soledad y silencio, para ser más consciente del presente y de todo lo que me rodea. Así, es un deleite pensar en el nuevo día que tengo por delante. Puedo empezar degustándolo. Sin prisas.
 
Siempre salgo a la terraza para observar el mundo que me rodea y respirar, profundamente, el aire fresco del amanecer. Contemplo la ciudad dormida. A la derecha, mirando al norte, está la mole oscura del monte Gorbea, como un tótem protector de todos nosotros. Él no duerme. Lo miro, sonrío y le doy los buenos días. Él siempre me lo agradece. 

Estos días, no es el sol, saliendo del mar, lo que veo desde mi mirador, como me ocurría en verano en la playa. Estos días, tres pequeñas estrellas, juguetonas, me saludan asomándose por encima del tejado de mi casa. Son tan luminosas que se hacen visibles frente a otras muchas que están apagadas por la iluminación nocturna de la ciudad. Forman una brillante alineación inclinada y están separadas por distancias equidistantes. Aparentemente son iguales en tamaño y forma, como trillizas. Hay otras estrellas en su entorno, pero nada que ver con el atractivo y la empatía que te transmiten estas, las hace únicas, colosales. ¿Serán las tres Marías de las que tanto oí hablar de pequeña? Me encantaría formar parte del grupo y ser cuatro en vez de tres, seguro que me acogerían. ¿Acaso no son casi todas las estrellas dobles o triples, aunque nuestro ojo no lo capte? 

 © María Pilar

18 octubre 2022

Me gustaba mucho mi casa

Me gustaba mucho mi casa, era alegre y divertida, y yo la había ido perfilando a mi imagen y semejanza. En la puerta de entrada había colgado un letrero que decía: «Piensa en positivo», más que nada por los que venían a visitarla, para que supieran de su talante. 

Con los años había adquirido vigor y energía renovada, justo lo contrario de esas casas modernas que sucumben al paso del tiempo. No era muy grande, pero sí acogedora, y podías desenvolverte en ella con confianza. Durante el día, tenía mucha actividad que atendía de manera entusiasta; después, siempre se lo premiaba cuando, por la noche, se hacía el silencio. Se cobijaba en su rincón preferido, tras la ventana, y contemplaba el cielo estrellado. Allí sentía cómo se revitalizaba al ver que formaba parte de aquella expansión cósmica. 

No supe en qué momento un okupa se instaló en mi casa. Se filtró despacio, como un ladrón receloso. Tal vez entró por la trasera, con los zapatos en la mano para que no se oyera su pisar, y empezó a tejer su guarida en el pilar más importante, el que la sostiene, su columna vertebral. En ello mostró una destreza extraordinaria. Era poderoso y cruel como una termita invasora, muy destructiva. 

Un día escuché un crujido y la expresión de dolor se mostró en su cara. Pareció quebrarse. En ese momento del atardecer, al verla alabeada, pensé que se derrumbaba. Pasado un tiempo breve, que a mí se me hizo más largo de lo normal, mi casa logró mantenerse erguida, volvió a ser la misma, con sus ruidos habituales y su risa contagiosa, demostrando que ella no se amilanaba fácilmente. Solo por la noche se tornaba en silenciosa. En ese sentido, todo siguió callado en mi casa, pero yo la observaba y veía que se palpaba más que nunca cuando suponía que no la miraba. Algo le acuitaba y a mí aquello me golpeaba en la cabeza como si una alarma sonase sin haberla conectado.

Pasado un tiempo, el okupa dio la cara y manifestó que estaba dispuesto a quedarse. A partir de ese momento, las cosas cambiaron de manera importante. Él tomó el poder e instauró un régimen autoritario con ninguna empatía hacia la casa que se sintió invadida con la horrible sensación del desgarramiento. 

Así, empezó su decadencia, sin remisión. Vi en sus ojos que parecía querer retenerme con una mezcla de súplica. Se le había aborrascado la mirada con una impaciencia que nunca había visto en ella. No sabía poner nombre a lo que le estaba ocurriendo, solo que le inspiraba temor. 

Lo mío era un sinvivir por no encontrar remedio para sus males. Esta sensación de fracaso me dejaba la boca seca y se me abrían las carnes. La contemplaba con la emoción de saber que tenía que responder a sus requerimientos, pero no encontraba el camino. 

Me hablaron de un chamán que hacía una limpieza de espíritus en las casas. Tenía el rostro envejecido con la piel cuarteada y una larga melena negra le caía sobre su túnica amarilla con bordados de diferentes símbolos. Parecía sereno y bondadoso. Habló unas palabras extrañas en tono firme, frente a la pilastra, luego cogió la flauta de su cinturón y empezó a tocar. Las dulces notas del instrumento irrumpieron en la calidez de la atmósfera de la casa y, al instante, se apaciguaron las tensiones y los crujidos. 

La salvaje criatura, que se había mimetizado con la columna principal, fue desenroscándose y cayó al suelo donde quedó ovillada, como hipnotizada por la música. Después, empezó a deslizarse con suavidad, ondeando su cuerpo flexible, hasta acercarse al músico. Y allí se quedó quieta, con la pequeña cabeza levantada, mostrando su lengua bífida y retráctil. El chamán ni se inmutó. Siguió tocando la bella melodía con la seriedad y el misticismo que lo caracterizaba. A los pocos instantes, el ser tan dañino trepó dócil por la cesta, que estaba abierta ante el músico, y se metió en ella. Él esperó a terminar la pieza, colgó la flauta de su cinturón, cerró la cesta y se la llevó, perdiéndose en la noche con la paz y serenidad que había venido. 

© María Pilar