27 mayo 2017

Maldita Primavera

Paseaba por el parque de Salburua cuando: ¡Aaach…aaatchú!
Me encojo. Tiemblo. Ya está aquí. ¿Dónde me meto?
¡Sálvese quien pueda!
Que se vista de sombras el día, que oculte esta radiante apariencia con la que se disfraza la peligrosa Primavera.
Aparece luciendo sonrisa como una diosa. El cielo cobarde le regala su manto azul en vez de lanzarle una batería de rayos y truenos. El parque servil le extiende su alfombra florida sobre la que se contonea una pareja de cigüeñas de alto tacón y juguetean las urracas con su vestido negro sobre blanco. ¡Quién pudiera! El murmullo del agua del río Santo Tomás le canta la más bella canción mientras en el humedal, una protectora mamá pata enseña a nadar a sus once patitos. Las ramas desnudas de fresnos, arces, espinos y chopos se visten de tiros largos para que, entre sus hojas, una orquesta sinfónica de trinos le haga el gran recibimiento. Hasta los grillos… ¡Qué locos por hacerse oír! Y ella, ¿cómo responde? Inocula polen por aquí y por allá y viene con un ejército camuflado de gramíneas.
¡Aaaatchís! Estoy hecha un trapo tirada en una butaca que se hace cada vez más honda. Todo el día estornudando y la tos seca parece un aliento de mal agüero. El continuo fluir de mocos va dejando, en torno a la papelera, una bandada de palomas blancas de papel incapaces, como yo, de levantar vuelo.
La _buganvilla_ florece silenciosa en mi fachada y han vuelto, como dijo el poeta, las golondrinas a colgar su nido en mi balcón; pero son las palomas, que se posan en la terraza, las que murmuran: “Desconfía de la Primavera, niña, desconfía”
A mí me lleva por la calle de la amargura. ¡Aaatchís! ¡Atchú! Las noches se eternizan y los días no acaban. Kilos y kilos de pañuelos. Mi nariz dolorida es un pimiento morrón. A llorar y moquear sin consuelo. La cabeza me estalla, estornudos a cientos, del antihistamínico no debo abusar… _¡Buaaa!_ Creo que, como Gregor Samsa, me he transformado... Soy una alergia con patas.
© María Pilar
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