Mi plaza, que es lo único que veo desde mi ventana, es hermosa sin ser perfecta. A la vista ofrece rasgos irregulares que le dan una personalidad propia. El sol se cuela entre las hojas de los árboles que lucen un verde primaveral y seguro que les hace cosquillas para sacarles esos reflejos imperceptibles y transparencias de luz que hacen palpitar a la vida. No, no lo consigue porque está herida por el silencio. De ahí ese sentimiento inmóvil y la expresión contenida. Y es que, a pesar de la belleza que la viste estos días, está quieta, parece reflexiva; seguramente piensa que le falta la risa y el llanto, el placer y el dolor de los que la vivían. Esa vida cuajada de trinos que sale de su vegetación exuberante, le hace añorar, aún más, la presencia de los niños que pisaban su césped cuando se les iba el balón, el jolgorio de los bares y terrazas hoy cerrados, los ancianos sentados en sus bancos, las tiendas, los paseantes y a todos los que formaban parte de su sentir y pensar. Ya se
Un blog de relatos