Mi plaza, que es lo único que veo desde mi ventana, es hermosa sin ser perfecta. A la vista ofrece rasgos irregulares que le dan una personalidad propia. El sol se cuela entre las hojas de los árboles que lucen un verde primaveral y seguro que les hace cosquillas para sacarles esos reflejos imperceptibles y transparencias de luz que hacen palpitar a la vida. No, no lo consigue porque está herida por el silencio. De ahí ese sentimiento inmóvil y la expresión contenida. Y es que, a pesar de la belleza que la viste estos días, está quieta, parece reflexiva; seguramente piensa que le falta la risa y el llanto, el placer y el dolor de los que la vivían.
Esa vida cuajada de trinos que sale de su vegetación exuberante, le hace añorar, aún más, la presencia de los niños que pisaban su césped cuando se les iba el balón, el jolgorio de los bares y terrazas hoy cerrados, los ancianos sentados en sus bancos, las tiendas, los paseantes y a todos los que formaban parte de su sentir y pensar. Ya se han caído las delicadas flores de los prunos y ni nos hemos enterado. Un matrimonio con unos niños están pintando arcoíris que van pegando en los cristales de las ventanas, otras personas solitarias miran desde sus terrazas como yo. Tal vez les suba una congoja al ver la primavera pasar.
El mensajero anunciador se adelanta un minuto y toca una trompeta a las 7,59 de la tarde. Con la música del Resistiré la gente emocionada empieza a aplaudir como un reloj adelantado. Una emoción, un escalofrío, una canción por los que se han ido y por los que están salvando vidas. Aplausos sentidos, atronadores, resuenan como un conjuro en esta plaza del silencio para aunar esfuerzos y romper los muros que nos separan desde ese día aciago que quedará escrito donde nunca ha de habitar el olvido.
Esa vida cuajada de trinos que sale de su vegetación exuberante, le hace añorar, aún más, la presencia de los niños que pisaban su césped cuando se les iba el balón, el jolgorio de los bares y terrazas hoy cerrados, los ancianos sentados en sus bancos, las tiendas, los paseantes y a todos los que formaban parte de su sentir y pensar. Ya se han caído las delicadas flores de los prunos y ni nos hemos enterado. Un matrimonio con unos niños están pintando arcoíris que van pegando en los cristales de las ventanas, otras personas solitarias miran desde sus terrazas como yo. Tal vez les suba una congoja al ver la primavera pasar.
El mensajero anunciador se adelanta un minuto y toca una trompeta a las 7,59 de la tarde. Con la música del Resistiré la gente emocionada empieza a aplaudir como un reloj adelantado. Una emoción, un escalofrío, una canción por los que se han ido y por los que están salvando vidas. Aplausos sentidos, atronadores, resuenan como un conjuro en esta plaza del silencio para aunar esfuerzos y romper los muros que nos separan desde ese día aciago que quedará escrito donde nunca ha de habitar el olvido.
© María Pilar