Aquella mañana, mientras Eulalia desayunaba en la cocina de su caserío pensaba que, por fin, tenían acorralada a la hechicera. El pueblo entero de Eguílaz estaba dispuesto a atestiguar en su contra y eso, en parte, era mérito suyo como le reconoció el padre Joseba Lejarreta cuando fue a confesarse. Con aire distinguido y el pelo blanco sedoso, dibujó una sonrisa complacida.
No sabía que esto solo era el preludio de lo que estaba por venir.
El reloj de la iglesia daba las doce campanadas cuando la luna llena paralizada allá arriba congelaba la noche. «¡La hora de las brujas!», se dijo Eulalia al santiguarse. Inquieta notó que alguien empujaba suavemente la ventana de su cocina. De repente, un gato negro encrespado fijó en ella sus pupilas verdes, lanzó un maullido terrorífico y le saltó encima propinándole un zarpazo en la cara. Se retorció de dolor, pero no se rindió. El grito que pegó, esencia del susto que la aterraba, huyó como un poseso golpeando puertas y ventanas de vecinos que permanecieron cerradas.
Lacerada, apretó los dientes, cogió el atizador y corrió enloquecida tras aquella bruja metamorfoseada que saltaba de un lado a otro produciendo un estropicio en la cacharrería de la cocina. Desde lo alto de un armario, la miraba con la línea de sus pupilas centelleando como luceros rasgados. Eulalia, temblando, no tanto por el dolor físico como por el espanto que aquel animal le inspiraba, lanzó por los aires el atizador y logró endiñarle un leñazo. Al marcharse bufando dejó el olor fétido de la orina que se esparcía por el armario marcando el territorio.
En aquellos tiempos sin confinamiento, las mujeres socializaban en la tienda del pueblo. Ese día, rodeaban muy alteradas a Eulalia que con agitación nerviosa contaba el insólito acontecimiento del que había sido víctima.
—Al anochecer se transforma en un terrible gato negro —les dijo en un susurro que estrechó aún más el cerco de las mujeres en torno a ella—. Pero le aticé un buen golpe en la pata derecha delantera —añadió con una vivacidad exagerada tras la que pretendía ocultar el terror supersticioso que sentía.
La misteriosa hechicera, una mujer madura de gran belleza, se acercaba sigilosa. Al oír parte de la conversación tosió de manera fingida; todas se callaron. Llevaba vendada la mano derecha.
Un ruido extraño despertó sobresaltada a Eulalia. Las cortinas se movían por la brisa que entraba por la ventana y el crepúsculo aportaba su misterio a la habitación. Se incorporó sobre las almohadas, alerta, escuchando. No ocurrió nada. Ya estaba pensando que había sido un mal sueño cuando aquella matraca irrumpió de nuevo en el silencio de la noche.
—¡Madre del amor hermoso! —musitó sin apenas aliento.
Venía de algún lugar de la casa. Taca-tacataca-taca. ¡¿Qué era eso?! Con el corazón en un puño salió de la cama. Sintió el frío helado que le subía por los pies al tocar las baldosas del suelo, apretó las manos temblorosas sobre el pecho y empezó a andar intentando ver en la oscuridad. Taca-tacataca-taca. El sonido salía de la alcoba de su madre. Estaba cerrada, como siempre. Escuchó aterrorizada. Taca-tacataca-taca. Lo había oído de niña. ¡Era la máquina de coser! Y después, el chillido prolongado y agonizante de un hombre. Petrificada por el espanto se quedó con la mirada gélida fija en la puerta. Con los pelos como escarpias, acelerada, logró abrir el pestillo. En el olor del cuarto en penumbra reconoció a su madre, la máquina cubierta de polvo guardaba la ausencia de su dueña, la caja de costura y el acerico con los alfileres; todo estaba igual, pero parecía envuelto en una atmósfera hostil. Recordó a la ama cosiendo por la noche en aquella casucha que vivían las dos. El señor Gonzalo Amez, el más rico patrimonio de la zona, las sacó de pobres al casarse con ella, una adolescente. Estaba nerviosa, sola y muy asustada. Los sueños se le rompieron en mil pedazos. El alarido del hombre le corroía las entrañas, pero se llevó una mano a la boca para no dejarlo salir. Solo dijo haber escuchado el golpe seco al caer desplomado en su despacho con la taza de té vacía. «Un infarto», aseguró el doctor.
Por primera vez aquella mujer erguida frente a todo se doblegaba sobre sí misma con el gesto descompuesto, vencida. Sus ojos azules cargados de arrugas se humedecieron. Los cerró para detener las lágrimas que querían salir. Cuando los abrió de nuevo tragó el nudo de emociones que no se permitía derramar y, de manera atropellada, volvió sobre sus pasos para encender velas blancas al San Cipriano que tenía encima de la cómoda. Empezó a mover los labios en un murmullo de rezos al santo especialista en deshacer maleficios hasta que agotada cayó en un sopor. Una vela prendió la cortina, ardieron vigas de madera y muebles. El crepitar del fuego mitigó sus alaridos y en el momento que envuelta en humo huía de la habitación, rodó por las escaleras. Su memoria cargada de espíritus empezó a borrarse.
La gente se fue congregando en silencio ante la casa. En su mirada de horror las llamas. Algunos lloraban. Se santiguaban. Suplicantes miraban al cielo. Un olor fétido se impuso al del humo y quedó flotando en el ambiente durante largo tiempo. El temor que tenían a los poderes de la hechicera les hizo volver a sus casas con pasos inquietos.
© María Pilar
(900 palabras)
ama = mamá
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No sabía que esto solo era el preludio de lo que estaba por venir.
El reloj de la iglesia daba las doce campanadas cuando la luna llena paralizada allá arriba congelaba la noche. «¡La hora de las brujas!», se dijo Eulalia al santiguarse. Inquieta notó que alguien empujaba suavemente la ventana de su cocina. De repente, un gato negro encrespado fijó en ella sus pupilas verdes, lanzó un maullido terrorífico y le saltó encima propinándole un zarpazo en la cara. Se retorció de dolor, pero no se rindió. El grito que pegó, esencia del susto que la aterraba, huyó como un poseso golpeando puertas y ventanas de vecinos que permanecieron cerradas.
Lacerada, apretó los dientes, cogió el atizador y corrió enloquecida tras aquella bruja metamorfoseada que saltaba de un lado a otro produciendo un estropicio en la cacharrería de la cocina. Desde lo alto de un armario, la miraba con la línea de sus pupilas centelleando como luceros rasgados. Eulalia, temblando, no tanto por el dolor físico como por el espanto que aquel animal le inspiraba, lanzó por los aires el atizador y logró endiñarle un leñazo. Al marcharse bufando dejó el olor fétido de la orina que se esparcía por el armario marcando el territorio.
En aquellos tiempos sin confinamiento, las mujeres socializaban en la tienda del pueblo. Ese día, rodeaban muy alteradas a Eulalia que con agitación nerviosa contaba el insólito acontecimiento del que había sido víctima.
—Al anochecer se transforma en un terrible gato negro —les dijo en un susurro que estrechó aún más el cerco de las mujeres en torno a ella—. Pero le aticé un buen golpe en la pata derecha delantera —añadió con una vivacidad exagerada tras la que pretendía ocultar el terror supersticioso que sentía.
La misteriosa hechicera, una mujer madura de gran belleza, se acercaba sigilosa. Al oír parte de la conversación tosió de manera fingida; todas se callaron. Llevaba vendada la mano derecha.
Un ruido extraño despertó sobresaltada a Eulalia. Las cortinas se movían por la brisa que entraba por la ventana y el crepúsculo aportaba su misterio a la habitación. Se incorporó sobre las almohadas, alerta, escuchando. No ocurrió nada. Ya estaba pensando que había sido un mal sueño cuando aquella matraca irrumpió de nuevo en el silencio de la noche.
—¡Madre del amor hermoso! —musitó sin apenas aliento.
Venía de algún lugar de la casa. Taca-tacataca-taca. ¡¿Qué era eso?! Con el corazón en un puño salió de la cama. Sintió el frío helado que le subía por los pies al tocar las baldosas del suelo, apretó las manos temblorosas sobre el pecho y empezó a andar intentando ver en la oscuridad. Taca-tacataca-taca. El sonido salía de la alcoba de su madre. Estaba cerrada, como siempre. Escuchó aterrorizada. Taca-tacataca-taca. Lo había oído de niña. ¡Era la máquina de coser! Y después, el chillido prolongado y agonizante de un hombre. Petrificada por el espanto se quedó con la mirada gélida fija en la puerta. Con los pelos como escarpias, acelerada, logró abrir el pestillo. En el olor del cuarto en penumbra reconoció a su madre, la máquina cubierta de polvo guardaba la ausencia de su dueña, la caja de costura y el acerico con los alfileres; todo estaba igual, pero parecía envuelto en una atmósfera hostil. Recordó a la ama cosiendo por la noche en aquella casucha que vivían las dos. El señor Gonzalo Amez, el más rico patrimonio de la zona, las sacó de pobres al casarse con ella, una adolescente. Estaba nerviosa, sola y muy asustada. Los sueños se le rompieron en mil pedazos. El alarido del hombre le corroía las entrañas, pero se llevó una mano a la boca para no dejarlo salir. Solo dijo haber escuchado el golpe seco al caer desplomado en su despacho con la taza de té vacía. «Un infarto», aseguró el doctor.
Por primera vez aquella mujer erguida frente a todo se doblegaba sobre sí misma con el gesto descompuesto, vencida. Sus ojos azules cargados de arrugas se humedecieron. Los cerró para detener las lágrimas que querían salir. Cuando los abrió de nuevo tragó el nudo de emociones que no se permitía derramar y, de manera atropellada, volvió sobre sus pasos para encender velas blancas al San Cipriano que tenía encima de la cómoda. Empezó a mover los labios en un murmullo de rezos al santo especialista en deshacer maleficios hasta que agotada cayó en un sopor. Una vela prendió la cortina, ardieron vigas de madera y muebles. El crepitar del fuego mitigó sus alaridos y en el momento que envuelta en humo huía de la habitación, rodó por las escaleras. Su memoria cargada de espíritus empezó a borrarse.
La gente se fue congregando en silencio ante la casa. En su mirada de horror las llamas. Algunos lloraban. Se santiguaban. Suplicantes miraban al cielo. Un olor fétido se impuso al del humo y quedó flotando en el ambiente durante largo tiempo. El temor que tenían a los poderes de la hechicera les hizo volver a sus casas con pasos inquietos.
© María Pilar
(900 palabras)
ama = mamá
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Mut buena historia. Sucesos tan llenos de misterio en las comunidades, daban pie a la existencia e influencia de esos seres.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué alegría verte por aquí. ¡Feliz domingo!
EliminarUn abrazo, Sara.
Has puesto todo un mundo ante nosotros.
ResponderEliminarUn abrazo.
Siempre te agradezco tus palabras, Alfred.
EliminarUn abrazo.
Qué cosas sucedían en aquellos tiempos sin confinamiento.
ResponderEliminarEl corazón en un puño. Magnífico relato.
Un abrazo, María Pilar.
¡Je, je!, Chema. No puedes impedir lo del confinamiento, se te cuela entre los dedos.
EliminarEspero que estés bien. Y que la salida de esta situación sea mejor que la de mi protagonista.
Un fuerte abrazo.
Superstición, quizá un poco de ignorancia, pero sobre todo el poder del miedo. Gran relato. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Rebeca, por tu atenta lectura y dejarme tu impresión.
EliminarUn abrazo.
Muy buen relato, María. La venganza de la hechicera se hizo real no solo por la imaginación de la protagonista sino también por el incendio que le da un toque de cierre circular, tras la quema de la hechicera.
ResponderEliminarUn abrazo
La venganza de la hechicera era mi primer título. Me pareció tan evidente que lo dejé en la hechicera.
EliminarUn abrazo, Mirna.
Hola, M. Pilar. Un relato con todos los elementos del género: las brujas, el gato, las campanas... Muy buena historia y muy bien contada. Mucha suerte en el Tintero.
ResponderEliminarGracias, Marta.
EliminarUn fuerte abrazo.
Para aplaudir!!!cariños.
ResponderEliminarGracias, Fiaris. ¡Cariños!
EliminarComo suele decirse las brujas no existen, pero haberlas, háylas :)
ResponderEliminarUn relato estupendo, María Pilar. Debo decir que a ratos he sentido cierta "inquietud" y a ratos me has hecho sonreir, una mezcla genial. Menos mal que no vienen las brujas a visitarnos al confinamiento, ¿verdad? Es lo que nos faltaba :))
Un beso.
¡Qué alegría, encontrarte por aquí!
EliminarNo Julia, hoy somos más modernos y nos aterra un virus que nos tiene encerrados en casa, inquietos.
El miedo se ha instalado entre nosotros porque no conocemos nada de él.
Salvando las distancias, hay aspectos emocionales que nos asemejan a los de aquellos tiempos.
O a mí me lo parece, tal vez este confinamiento que no tiene fin sea el culpable.
Un beso.
Pobre mujer a pesar de todo. La gente para mi es muy prejuiciosa y facil de manipular a lo que no entiende. Buen relato te mando un beso
ResponderEliminarGracias, Citu, por dejarme tu interesante reflexión.
EliminarUn beso
Lo inesperado nos descoloca al igual que todo aquello que nos saca de las rutinas repetidas. Yo soy de los que piensan que cuando andas en negociados con el mal, este te endeuda pidiendo réditos que habrás de abonar con intereses. No compensa por tanto, pasar por este mundo como ánima en pena y encima cargadito de miedo.
ResponderEliminarUn abrazo y suerte.
¡Qué buena lectura del texto!
EliminarUn abrazo, Francisco.
¡Muy buenas María Pilar! Nos muestras unos escenarios de lo más inquietantes, cargados de misterios y mucha superstición. He disfrutado leyéndote. Mucha suerte en el Tintero.
ResponderEliminarUn saludo.
Me alegro que hayas disfrutado con la lectura y gracias por dejarme tu opinión.
EliminarSaludos, Ulises.
Ya en la introducción nos adviertes de la rivalidad existente entre ambas mujeres o protagonistas, suficiente argumento para desarrollar un buen relato donde la venganza femenina se transforma en terrible maleficio, lo cual indica que está inspirado en el género que dictan las normas de esta convocatoria.
ResponderEliminarA través de un desarrollo muy descriptivo que facilita la visualización de los hechos narrados y con los elementos indispensables que requiere la temática del terror, como brujería, posesión infernal, gato negro; sonidos extraños... Creas una interesante trama, acompañada de un gran abanico de sucesos a cual más espeluznante.
La construcción de los personajes la encuentro muy visual y coherente en sus actitudes, así como la interrelación que hacen entre si y con el resto de personajes corales.
Has manejado bien el grado de tensión aumentándolo progresivamente hasta el final, con las escenas sonoras del taca-tacataca-taca, muy sugerente para crear ese clima tan misterioso que desemboca en un horripilante incendio, provocado por los terribles poderes de la hechicera que logró cumplir sobradamente su venganza.
Cierto que es preferible leer de día tu historia, porque no quiero ni pensar las consecuencias de hacer esta lectura cuando llega el crepúsculo. :))
¡Enhorabuena! María Pilar, me ha parecido digno de estar entre los mejores.
Qué atenta lectura la que has hecho, Estrella. Has ido analizando el texto punto por punto. Sé el esfuerzo que esto supone y sobre todo tiempo. Para al final terminar con una conclusión maravillosa.
EliminarDe corazón, Estrella, te lo agradezco un montón.
Una historia de rivalidad entre dos mujeres, cada cual por lo visto envidiosa y pérfida a su manera. La personalidad de Eulalia queda definida desde el primer párrafo, y la de la hechicera se va perfilando a través del relato. La imagen del gato fija en nuestra mente enseguida la idea de la bruja, a quien Eulalia persigue en una escena muy visual cargada de imágenes y sonidos. Ya en la escena postrera ese sonido de la máquina de coser funciona como un mantra inquietante que nos previene ante algún acontecimiento inesperado. La hechicera consuma su venganza introduciendo un elemento como el fuego, que en muchas culturas tiene un efecto purificador que seguro que la hechicera tuvo en cuenta.
ResponderEliminarUn relato muy de género de terror, Pilar, con todos los elementos para definirlo como tal. Suerte en el Tintero y un abrazo.
Gracias, Jorge y sí, la hechicera consuma su venganza. El olor del humo confirma que ha sido cosa de ella.
EliminarUn abrazo.
Hola de nuevo María Pilar. Practicamente iba a decir casi lo mismo que mis anteriores compañeros Jorge y Estrella, sobre todo en relación con el sonido de la máquina de coser, que se encarga del trabajo de vertebrar las escenas más álgidas. La personalidad de las dos mujeres bien diferenciadas, y sin embargo, tienen ciertas características similares.
ResponderEliminar¡Pobres gatos! con lo hermoso, ágil e inteligente que es, siempre lo relacionan con las brujas y los maleficios.
En definitiva, María del Pilar, un relato de terror en toda regla. Te felicito compañera.
¡Pobres gatos!, digo yo también, Isabel. Cómo los utilizaban. Se sabe que para las hechiceras eran su mejor compañía. Después, la superstición, los maleficios, las leyendas...
EliminarGracias por tu atenta lectura y como siempre por el interesante comentario que me dejas.
Un abrazo, Isabel.
Aunque calza perfectamente con la historia, el lugar y posiblemente la época, a mí también me dolió que tuvieras que recurrir al gato negro como transformación de la bruja. Pero es la tradición. La historia es redonda y absolutamente concordante con la consigna. Creo que este virus nos pondrá en la obligación de modernizar las imágenes de los maleficios; claro que para eso habrá que pasar este Rubicón y dejar que las cosas decanten. Felicitaciones y mucha suerte en el concurso.
ResponderEliminarGracias, Juana, por dejarme tu interesante comentario. Estoy de acuerdo contigo en cuanto a la denigrante utilización de los animales. Si he recurrido al gato es porque la historia lo pedía para situar la acción en el tiempo adecuado.
EliminarEs muy propio del pasado en mi tierra, hoy todavía se habla de ello, sobre todo, en las zonas rurales.
Un abrazo.
¡Qué buena historia! Antaño, en todos los pueblos corrían historias de este tipo. Mi abuela materna me contó una muy parecida, pero sin ese final, por supuesto. Unos jóvenes que sospechaban que una anciana del pueblo se convertía e gato por las noches, cuando por fin le dieron caza, le atizaron de tal modo que rompieron una pata. Al dia siguiente se cruzaron con la supuesta bruja y esta llevaba una pierna escayolada, je,je.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Qué curioso, Josep! No lo había oído, pero fíjate qué casualidad. Aquí la presencia de la sorgina/hechicera sigue estando presente en las zonas rurales. Es normal ver en las puertas de los caseríos el eguskilore, un cardo silvestre; si la bruja lo ve cree que es el sol y abandona el lugar. Porque el tiempo de la bruja es la noche y se transforma en animales preferentemente el gato negro.
EliminarHay una ruta turística por Álava con el dolmen de la hechicera entre otros. Te invito a visitarla.
Un abrazo.
Mª Pilar has escrito una buena historia de la hechicera muy típica en apariciones convertida en gato. Me ha gustado. Un abrazo.
ResponderEliminarUn gran texto de terror psicológico, dónde el prejuicio termina haciendo el trabajo sucio, de una mente con vendas, en la isla del murmullo... No coincido en el gato como recurso literario, cómo hacen mension, por todo el significado que esté representa, por qué la historia no es el sujeto, sino la atmósfera en la que se incrusta de bella manera... Gran texto María Pilar...
ResponderEliminar¡Qué alegría verte por aquí, Osorio!
EliminarGracias por dejarme tu comentario.
Saludos.
Superstición, brujería y una buena dosis de rivalidad. Perfilas muy bien la historia, María, preparándonos para el inevitable fin de Eulalia, enfrentada a sus peores temores con ese taca-tacataca-taca tan ilustrativo. Dice un viejo refrán que el que duerme con niños, mojado se levanta. Podríamos adaptarlo a este relato y decir: "Quién con brujas se enfrenta, quemado termina". ¿No te parece?
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Hola, María Pilar. Como bien dices en tu comentarios, el presente nos tiene encerrados en casa, a la que nos hace siempre volver con pasos inquietos por miedo a los que nos pueda ocurrir, como el temor de las personas al poder de tu protagonista. Vivimos una historia antigua en un medio moderno, alimentando nuestro miedo la ignorancia que tenemos del virus y que nos obliga a aceptar lo que nos dicen que hagamos.
ResponderEliminarMuy ilustrado tu relato, leerlo fue como si estuviera viendo una película, con todas esa escenas bien descritas de ojos, gestos, lugares, incendio... muy, muy logrado.
Un abrazo y mucha suerte en el Tintero.
Hola, María Pilar. Con la historia que nos ofreces en esta ocasión has sabido arrancarnos más de un gemido de puro terror. Me parece muy acertado que, a pesar de su enfrentamiento con la hechicera, hayan sido sus propios demonios los que hayan acabado con Eulalia. Al menos, yo hago esa interpretación. Ah, antes de que me olvide: en respuesta a la observación que me hiciste sobre el tema de la linterna, te dejé una aclaración en mi blog. Enhorabuena y suerte en el concurso. Un abrazo y cuídate.
ResponderEliminarHola, Beri, he leído el comentario que me dejaste y visto de la manera que lo interpretas el texto no tiene ninguna ruptura. En momentos de atolondramiento, más bien de terror, nuestra mente queda bloqueada.
EliminarGracias por el comentario que me dejas y la buena interpretación que haces. La venganza de la bruja está presente en todo el recorrido del relato, pero también lo supersticiosa que es Eulalia. Tal vez el temor de esta frente a la bruja fuera que un día le descubriera públicamente sus propios demonios, de ahí su empeño en hacerla desaparecer. Y claro que ahí, está la raíz de todo.
Un abrazo, Beri.
Hola, María Pilar. Pues sí que era poderosa la hechicera. Lo del gato negro es un clásico de la brujería, parece que las brujas sentían predilección por este animal a la hora de transformarse. Tu vigoroso relato presenta una trama bien concebida y muy bien narrada con frases y expresiones muy logradas. Con algún que otro guiño a la situación que sufrimos, construyes una brillante historia de terror sobrenatural en un escenario rural abonado a la superstición donde, al final, el mal sale triunfante.
ResponderEliminarMucha Suerte en El Tintero.
Un abrazo.
Me has llevado a esas historias antiguas donde en cada pueblo había una bruja con su gato negro. Un símbolo de envidia, como te han dicho, que llevó a que dos mujeres se enfrentaran, pero que al final resultó que las sospechas de la primera tenían su fundamento, y vaya que sí; el traqueteo de esa vieja rueca ha resonado en mi cabeza mientras leía.
ResponderEliminarUm placer leerte.
Un abrazo y mucha suerte.
Me gustó la historia. Impecable: protagonista, antagonista, conflicto. La estructura, sin fisuras, planteamiento, nudo y desenlace y con recursos de buena narradora arriesgándose con la onomatopeya de la máquina de coser, para introducir el ritmo preciso. Los elementos externos al conflicto, en su punto, incluido el gato negro y los olores. Enhorabuena. Gracias
ResponderEliminarSi me permites una tiquismiquez, tal vez quedaría mejor : doce campanadas (en textos literarios, la Ortografía recomienda el uso de letras en todos los números inferiores a cien. Ya sé que es solo una recomendación jejeje..
Qué bonito análisis de la lectura me dejas. Sobre el 12, conozco la recomendación ortográfica, pero lo había escrito numérico por el significado que tiene este número. Es el eje principal, el que marca la posición de las otras horas... Para mí era la hora en la que la bruja iba a empezar a marcar los tiempos del relato; pero lo he cambiado porque entiendo que visto así sin más puede llevar a cuestionarlo como tú lo has hecho.
EliminarMe gusta mucho cuando alguien me hace alguna sugerencia con la que pueda mejorar lo que escribo, por eso te lo agradezco un montón.
Hola,M.Pilar. Poco puedo aportar a los excelentes comentarios de los compañeros, tan solo felicitarte por tu estupendo relato. Me gusta que le mayoría de tus relatos estén ambientados en Euskadi y nos traigas retazos de la cultura popular de allí. Un abrazo y suerte en el Tintero.
ResponderEliminarAmiga María Pilar, he sentido este relato muy cercano: Eulalia (así se llamaba mi primera alumna en clases particulares), caserío, "ama", gato negro (vivimos en la casa de dos del mismo no color)...
ResponderEliminarTe diré que me ha gustado esta historia con una bruja "algo" vengativa, je, je, je, que no ha perdido la oportunidad de propiciar un final redondo con una aparición estelar bajo los hilos de tu elegante escritura, claro. Gracias por dejarnos este retazo tan personal.
Te felicito, compañera, y te deseo mucha suerte en El Tintero.
Un fuerte abrazo junto al deseo de que la salud te acompañe sin limitaciones.
Hola María Pilar
ResponderEliminarHe disfrutado mucho tu relato. Bien estructurado, claro y conciso.
La protagonista queda bien definida con las imágenes que das.
Enhorabuena, saludos.
No le falta detalle a tu relato para encerrar todos los ingredientes de terrorífico, brujas, gato negro, olores extraños, la rueca, todo para pasar un rato de miedo leyendo .
ResponderEliminarUn abrazo María Pilar y suerte en el concurso
Puri
Hola Maria Pilar, dos mujeres y una venganza, y por medio un gato negro, la bruja. Un relato donde la tensión la vas marcando con las descripciones y ese sonido de la máquina de coser es muy bueno para crear ese ambiente al relato. Me ha gustado. Un abrazo
ResponderEliminarMuy bueno, Maria Pilar! Un argumento muy original, con todos los elementos necesarios para una buena historia de terror. El final no se apiada de la protagonista. He disfrutado la lectura.
ResponderEliminarUn abrazo compañera
Saludos María Pilar, buen relato, la hechicera y Eulalia se las traen. Éxitos y bendiciones!
ResponderEliminarBuen relato, y de antemano Felicitaciones por el cuidado del lenguaje que dibuja la historia de estas mujeres que dejaron huellas en vidas pasadas y muchas de ellas acosadas y víctimas de un pueblo ignorante del misterio o el enigma que ellas poseian. Por supuesto, la maldad existe desde todos los tiempos. Saludos cordiales desde Venezuela.
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