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Mostrando entradas de 2017

Un cuento de Navidad

Sergio va caminando por la Gran Vía de su ciudad, una calle llena de rostros ausentes. Solo y aterido de frío, extravía la mirada por su entorno. No, no brillará un cielo cuajado de estrellas, la potente iluminación navideña lo impedirá. Se detiene ante un contenedor de basura y con el cuerpo invertido rastrea las fauces del abismo. Lo que ve bajo la azulada luz le produce un estremecimiento: Cuento de Navidad de Charles Dickens. Tembloroso, lo coge. Se cubre los ojos con una mano gélida de mugre y las lágrimas ruedan al ritmo de sus espasmos. Es su voz de niño la que le llega desde el cálido hogar familiar: —Mira mamá, ¡y también un cuento! ¿Me lo lees? —Es tarde cariño, dormimos y te lo cuento mañana. El pisar de algunas personas cruje en la nieve helada. Cual sombras en la noche, con grandes bolsas de regalos, pasan raudas mirándolo con desconfianza. Después, el silencio sólo es traspasado por las notas nostálgicas de un piano que desde un bar cercano perpetúa la canción "O

El gordo de Navidad

Querido Papá Noel: Cuando llegué a esta ciudad la encontré hermosa. Los abetos emitían destellos a ritmo del palpitar de los corazones, las calles adornadas con guirnaldas y luces navideñas parecían las nuestras; hasta el frío era similar. Me sentí orgulloso de ser tu legítimo mensajero, porque… ¡Qué decirte de unos impostores “Papá Noel” diminutos que intentaban colarse por las ventanas! ¡Jo, jo, jooo! Mi duende travieso se despertó y, tan regordete y cachetón como soy, quise conocerla mejor. Al pasar por delante de un bar me atrajo el bullicio del interior. Hablaban muy alto, a la vez que seguían ansiosos la TV. — ¿Ha salido el Gordo? —preguntaban algunos. Una amplia sonrisa me iluminó la cara. Pues claro que había salido, Rovaniemi quedaba muy lejos. Nunca, en ningún lugar del planeta, nos habían esperado con tanta expectación y eso era de agradecer. De repente, rugieron a una sola voz: “¡El Gordo!” Por fin me habían visto. ¡Qué fue aquello! Se abrazaban, saltaban, cantaban, a

Proclama en busca de autor

¡Qué pesadilla de familia! ¡Qué matraca de canción! Los nietos, los hijos y hasta el abuelo con su bastón, todos a una como un hatajo de fantoches cantando sin ton ni son: Soy un salero, azucarero La batidora y una olla “express” Chu, chu... Caricaturizan mis sofocos, parodian mis pitidos irritantes, se burlan de las gotas que se escapan por mi válvula floja. ¡Qué horror! Toda la vida trabajando para ellos, todos los días sudando la gota gorda a un ritmo frenético y, ¿para qué? Para que me torturen con ese soniquete, se me aflojen los tornillos y un día mi onda explosiva los atrape sin consideración. Nunca he pedido nada, ni gracias por los servicios prestados y eso que si no fuera por mí, quién los habría alimentado. Pero ya que se ponen, una pintura de mi orondo perfil en un bodegón, un poema que emocionase los sentires de mi alma agrietada o una partitura para cantarlo a ese ritmo lento tan diferente al mío... Estoy quemada, agobiada, a punto de estallar, los gases me colapsan

Las palabras cuentan historias

«El chino lleva coleta» fue la primera frase que leí de seguido en mi cartilla. ¿Un chino con coleta?, me pregunté. No podía ser. Las chicas llevábamos coletas y no los chicos que todos iban con el pelo corto.  Tenía cuatro años y era mi primera escuela. Sentada en un banco corrido intentaba escribir la Ch entre las dos líneas marcadas en el cuaderno, pero por más que apretaba el lápiz la Ch rebasaba los límites. Se parecía a Alfonso, el compañero gordinflón que tenía al lado. Siempre ocupaba su sitio y parte del mío y yo tenía que hacer equilibrios para no caer al suelo por los codazos que me propinaba.  Era por la mañana. Lo recuerdo muy bien. El sol entraba a raudales por los ventanales que daban al patio y la luz peleaba con la atmósfera cargada que te invadía al entrar en el aula. Olía a polvo de tiza y hollín, a madera encerada y libros viejos. El rosal blanco ya había abierto sus capullos y lucía espléndido. Soplaba algo de viento porque las rosas se movían. ¡Los bellos y

Movida en el museo del Prado

Esa tarde de domingo flotaba una atmósfera especial en el museo. Los personajes desde sus cuadros me manifestaban una actitud inquieta y  al fondo había un runrún audible que me desconcertaba. El sonido de mis tacones apresurados se escucharon por los pasillos hasta llegar a la sala que me interesaba: Las meninas. Cuál no sería mi sorpresa al constatar que los focos de luz pintaban un cuadro de pared deshabitado. De la bella infanta, con su vestido blanco de princesita, aprendiendo los ritos del coqueteo que le enseñaban sus meninas, nada.  El ángel de Fra Angélico le susurró a María el misterio: Las Meninas habían desaparecido. Los susurros cobraron eco y en El jardín del Bosco se preparó tal caos entre dimes y diretes que el vigilante se temió lo peor. Alguien gritó que esta situación los colocaría en el primer puesto en el ranking de visitas y esto, les animó a celebrar desnudos una bacanal al arrullo del agua que expande el aroma de la naturaleza fresca.  Alberto Durero, sin mov

Qué sola queda la casa

En tu casa que era mi casa Sigues tras la ventana Recoges miedos en el aire incierto Viento de agosto que el pan amasa Qué lentas pasan las horas Bajo la tierra seca y espigada Dan vida a las sombras Jirones de fantasmas El parpadeo del sueño Me alarma Esperar que se rompa el silencio Y anunciar el alba Un carro toma la calle De madrugada Su traqueteo noctámbulo Me acerca a tu cama Y al oído te digo El vecino ya toma ventaja Despiertas del sueño Te levantas Te vas al amanecer Qué sola queda la casa

La gloria venidera

Datos técnicos Editorial:  Independently published  Nº de páginas: 144 Formato:  Tapa blanda / Epub  ISBN: 9781521597675  Año de edición: 2017    La Gloria Venidera es un encanto de novela corta, una joya literaria que brilla en todo su esplendor. Nos dice el escritor-protagonista: «Escribir es un acto gozoso». Un gozo es para el lector encontrase con una obra así. Para leer lento, degustar y disfrutar de la esmerada escritura, del armonioso balanceo de las palabras, de su prosa cuidada, del rico y elegante estilo al que ya nos tiene acostumbrados la autora; con citas de importantes autores dignas de encuadrar. Todo gracias a un exhaustivo trabajo de corrección para unificar el estilo, arreglar los desajustes de la trama y pulir el lenguaje. Muy jugoso el capítulo que dedica a los críticos literarios.  Sin duda, la gran protagonista es la Literatura. Es el eje del libro, domina la vida tanto de Javier, el protagonista, como de su mujer. Los dos la cuidan y miman como a una hija y

Instantes

Empiezan las rebajas. Al cruzar la calle ante unos grandes almacenes, un cabello corto, muy fino, de color castaño, capta mi atención entre la gente. Se me pierde entre la multitud apresurada que intenta encontrar las mejores gangas. Poco después, una mano de mujer adulta con una alianza de oro en el anular derecho, se atusa el pelo. La sigo. Me llega su voz, oigo su risa. Noto cómo agacha un poco la cabeza para protegerse del viento frío que da de cara. Se sube el cuello del abrigo azul. Una chispa de emoción me recorre. ¡Es ella! Llena de entusiasmo agilizo el paso de manera atropellada entre los que me rodean. Tengo tantas ganas de hablar con ella, de sentir su cálido abrazo. Sus manos. Siempre haciendo algo, nunca quietas. Las imágenes también se atropellan en mi cabeza. Me veo de niña. Siento cómo esas manos me hacen las trenzas o me prueban la ropa que me hace nueva. Manos seguras, fuertes, manos de madre que parecen multiplicarse. Sentir que está ahí, pasar mi mano po

Entre sueños y realidades

Salgo de Ponferrada con la mochila a la espalda y paso ligero para aprovechar la fresca del amanecer. Los kilómetros recorridos desde que empecé esta ruta del Camino de Santiago empiezan a pesarme en las piernas. El cansancio se va acumulando. Los pies recién curados de sus llagas me piden a gritos un descanso. Me animo sabiendo que la meta está ya cerca. Pronto las nubes se cierran y empiezan a descargar enfurecidas. Se les une un viento frío racheado que hace que cada uno de mis pasos sea una lucha titánica. Arrastrando los pies doloridos, aterido de frío y calado hasta los huesos, entre un ambiente gris gélido, llego al albergue avanzada ya la tarde. A duras penas, he logrado superar la etapa de hoy. El pórtico de la Gloria que veía tan cercano cuando empecé esta aventura, hoy se me desvanece. Todo me da vueltas. La joven del albergue me abre la puerta. Sobre mis huellas de olvido y flashes de memoria, una luz irreal lo ilumina todo. La joven, de blancura virginal, vestida

Tras la huella de Sherlock Holmes

Siempre tomo el metro en la estación de Bayswater para ir a visitar a mi amigo a Baker Street. Nostálgico me adapto a los nuevos tiempos. El vagón va atestado de gente. La prisa los domina. Nadie parece reparar en mi presencia, para ellos soy un ser invisible en este rincón del vagón en el que me he acomodado. ¡Qué vida la de antes cuando viajaba en aquellos coches tirados por caballos! Sacudo el cordón de la campanilla y la Sra. Hudson me conduce a la habitación que, anteriormente, había compartido con él. Aunque la mañana está avanzada lo encuentro en bata hundido en su viejo sillón con las piernas cruzadas y la vieja pipa de brezo entre los labios exhalando volutas de humo. La habitación envuelta en una densa niebla del tabaco me indica que lleva toda la noche trabajando. Es la luz de una lámpara que languidece sobre el escritorio atiborrado de papeles la que me permite ver su perfil aguileño con la mirada perdida en una boina roja que destaca, ente otros objetos, en la mesita an

Prólogo sobre Ver dos veces las cosas

Conozco a Froilán de Lózar a través de su blog Curiosón. Fue una grata sorpresa que me pidiera leer este libro y escribir el prólogo. La tarea ha sido todo un placer. Ver dos veces las cosas es la ventana que nos ofrece el autor para que observemos y conozcamos el enorme potencial ecológico, turístico e histórico de la Montaña Palentina.  Una recopilación de artículos que no es autobiográfica, pero no cabe duda que trata de algo que le concierne y mucho. Porque de eso también va el libro, de ese paisaje interior que fue para él el descubrimiento de su tierra, ese pequeño país que lo vio nacer y que, intuyo, en su descripción ha influido mucho la añoranza.  Son maravillosos relatos con corazón, atravesados por la mirada nostálgica del autor y habitados por hombres y mujeres de la tierra a los que dedica este libro como homenaje y por los que toma partido.  El eje vertebrador de todos ellos es la constatación seria y preocupante de que la despoblación es un hecho y que la Montaña se mue

Maldita Primavera

Paseaba por el parque de Salburua cuando: ¡Aaach…aaatchú! Me encojo. Tiemblo. Ya está aquí. ¿Dónde me meto? ¡Sálvese quien pueda! Que se vista de sombras el día, que oculte esta radiante apariencia con la que se disfraza la peligrosa Primavera. Aparece luciendo sonrisa como una diosa. El cielo cobarde le regala su manto azul en vez de lanzarle una batería de rayos y truenos. El parque servil le extiende su alfombra florida sobre la que se contonea una pareja de cigüeñas de alto tacón y juguetean las urracas con su vestido negro sobre blanco. ¡Quién pudiera! El murmullo del agua del río Santo Tomás le canta la más bella canción mientras en el humedal, una protectora mamá pata enseña a nadar a sus once patitos. Las ramas desnudas de fresnos, arces, espinos y chopos se visten de tiros largos para que, entre sus hojas, una orquesta sinfónica de trinos le haga el gran recibimiento. Hasta los grillos… ¡Qué locos por hacerse oír! Y ella, ¿cómo responde? Inocula polen por aquí y por allá

Mujer alunarada, mujer afortunada

Paré el coche para comprar unas jugosas cerezas que a un lado de la carretera vendía una señora ataviada con faltriquera. Por delante de mí un joven le pidió medio Kilo. La vendedora puso un puñado en la romana oxidada con una mano regordeta de uñas negras. Después de ver trastabillar el brazo en forma de regleta, con la parsimonia que le caracterizaba, dijo: Cereza más, cereza menos… Usted también quiere medio, ¿no? Ante mi asentimiento siguió añadiendo y comentó: Les pongo un kilo y ya luego entre ustedes se lo reparten. ¡No me lo podía creer! Estaba a punto de protestar cuando una mirada cautivadora me descolocó. —Podemos quedar en el bar de al lado para hacer el reparto. —Vale —le contesté con mi mejor sonrisa que ya bailaba al ritmo de la suya. Hoy me ha llamado porque necesita verme y mi corazón se ha disparado en cuanto he oído su voz. Este tiempo de espera mirando el reloj aumenta mi nerviosismo. Me entusiasma la idea de que pueda haberse fijado en mí. Repaso mentalmente l

Aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre

Tras las huellas de mi infancia llego a un pequeño pueblo de luz radiante que no soporta la mirada y se tiene que refugiar en los adustos soportales en sombra. Sus campos proyectan un matiz dorado salpicado del rojo amapola. Juego con Josu, mi hermano mayor. Siempre me quita las cosas. Pronto se cansa y las abandona, muchas veces rotas. En esos momentos me enfado con él. Zalamero me hace carantoñas y no para hasta que me río y lo abrazo. En invierno el manto de nieve silencioso lo uniforma todo a ratos, y otros, con pisadas misteriosas de seres invisibles que excitan mi imaginación. Unas huellas, que parecen puntas de estrella, me llevan hasta la base de un chopo cercano. Son de un gorrión común. Tiembla de frío, tal vez de miedo al verme. Me acerco despacio. Está tan débil que se deja coger. Siento en el hueco de mis manos el palpitar desorbitado de su corazón. Acaricio la suavidad de su plumaje. Le preparo una caja de zapatos con un vasito de agua y unas migas de pan en una taza. L

Sin coraza - Autorretrato

La noche está en calma. Ciertos ruidos aislados se han ido silenciando. A la luz de la lámpara te dispones a escribir una imagen de ti misma. Tus manos se encogen sobre el teclado ante la pantalla en blanco del ordenador. ¡Qué compleja tarea la de resumirte en 600 palabras! Dudas. Quizá no seas tú la persona reflejada con tu independencia y rebeldía. Quizá no queden perfilados la variedad de paisajes que surcan tu alma. Ya se sabe que los que escribís os hacéis trampas. Lo intentas con ilusión. Cierras los ojos y te miras hacia dentro. Te intuyes, te sabes en los mil y un aspectos que confirman tu personalidad. ¿Pero cómo hilarlos para que formen un todo? ¿Cómo tejer un texto que refleje algo del brillo y la calidez humana que te guía? Es muy difícil atrapar la vida entre los vocablos de un escrito. Confías en el lector que sabio leerá entre líneas lo que quieres decir si la imagen te sale borrosa. Eres un despertar de sobresalto con la alarma del móvil. El caminar zombi frotánd

Y la vida sigue

Han tenido que pasar unos años para que se me deshiciese el nudo que me presionaba por dentro y poder escribir lo que pasó aquella aciaga noche.  Hacía unos días que se había celebrado la fiesta de la primavera. Las noches se acortaban y los días eran luminosos y floridos. Pero algo ocurrió la noche del 25 de marzo que rompió esa tendencia natural y se hizo larga, muy larga. Yo no dormía. Estaba contigo en la habitación 407 del hospital de Txagorritxu. A veces te movías inquieto y te preguntaba: ¿Tienes dolores? Y tú lo negabas. La tenue luz de emergencia recortaba con precisión tu espacio: la cama que te acogía y el gotero que te alimentaba; el resto de la habitación adquiría una tonalidad de penumbra donde los elementos, entre ellos el sillón en el que me encontraba, parecíamos testigos maniatados por el miedo esperando la llegada de algo cuyo nombre éramos incapaces de pronunciar. Te quedaste con los ojos cerrados y la mano del gotero sobre la sábana como un barquito varado. Yo oía

Día Mundial de la Poesía

Al hablar de libros especiales me viene a la memoria aquel que me llevó a mi primer gran encuentro con la Poesía. Entonces era joven y hoy al hojearlo he notado que las edades se han invertido, yo ya peino canas y él permanece. Hasta ese momento había leído poesía como el que contempla una fotografía de un lugar maravilloso, pero desconocido, y de pronto la vi de verdad. Mi mente se abría por primera vez a la Poesía, la que se escribe con mayúsculas: Esa belleza misteriosa que te muestra la realidad del mundo donde lo de menos es la métrica, la rima o la estrofa. Fue tan sorprendente que me quedé callada. Era una tarde gris y lluviosa de domingo. La tarde ideal para coger un libro, sentarme tranquila en un rincón y entregarme a ese momento íntimo que es la lectura. Me apetecía leer poesía y elegí las Rimas de Bécquer. En el primer verso que me fijé creí escuchar la voz del poeta y me fascinaba pensar que era a mí a la que hablaba: —/Si pudiera al oído contártelo a solas/ Sentía c

Regalo sorpresa

Encendidos de pasión tras las últimas notas de “Thinking out loud” que habían sonado en el salón de baile del Gran Hotel, subimos a la habitación. Esa canción era nuestra banda sonora desde el día que la oímos por primera vez mientras preparábamos nuestro viaje a la Ciudad de la Luz. — ¡Qué casualidad!—te dije gratamente sorprendida—la han elegido para cerrar el baile. Bajaron las luces y el pianista empezó a desgranar las primeras notas. Me miraste con tanta intensidad como nunca antes lo habías hecho. La voz del cantante irrumpió en el escenario y sentiste mi temblor al poner tus brazos en mi cintura y yo noté tu respirar entrecortado. A ritmo de baile, nuestros corazones nos hacían el eco perfectamente acompasados y tus labios me iban susurrando aquellos versos de los que ya nos habíamos apropiado. Al entrar en la suite quedé petrificada cuando encendí la luz del baño. Me vi rodeada de un ejército oscuro que formaba una alfombra movediza en el suelo de mármol blanco. El terror s

El almendro de Clara

Me llegó el olor de las lilas antes de verlas y de inmediato mi mente se trasladó al lugar de mis orígenes. En él, mi padre me acogió cuando una valenciana que vendía cerámica de Manises me puso en sus brazos. —Papá, ¿por qué a los niños los trae la cigüeña y a mí una valenciana? —Porque en esos tiempos nacían muchos niños y las cigüeñas necesitaban intermediarios. En honor a mi llegada mi padre plantó un almendro y mi madre escribió un libro de mi crecimiento. Me llamaron Clara y a mi gemelo: “El almendro de Clara". Toda mi vida se renueva en mi memoria solo con verlo. El abuelo fijó su silla bajo su sombra y al caer la tarde me cascaba almendras que saboreaba al aroma de las lilas que estaban cerca. El almendro se hizo todo brazos a la vez que mis formas corporales se fueron ondulando. Durante mis primeros años fue columpio con una cuerda entre sus ramas y mi lugar preferido para esconderme. Plantaba cara al crudo invierno y se vestía sus mejores galas cuajadas de flores bl

3 de marzo en Vitoria

—¿Alguna vez pensaste que esto fuera tan brutal? —me dijo Mikel con la mano en las lumbares doloridas por los golpes de la porra policial. —Esto... ¡Pero qué es esto! —le contesté enojada enfundada en mi pantalón de pata ancha y mi chaquetón de cuadros. Ese día de invierno nos vimos a la deriva ante un destino incierto. En los alrededores de la universidad los "grises" se habían ensañado y habían cargado con contundencia.  Más tarde, las fuerzas de orden público, parapetadas tras los escudos, se entregaban a fondo para disolver nuestra manifestación por la calle Francia en apoyo de la lucha obrera. El humo de los botes nos envolvía impidiéndonos respirar; el ruido de los disparos de los antidisturbios nos estallaban los tímpanos y el miedo nos alteraba el ritmo cardíaco. Las pelotas de goma, que caían por doquier, abatían a los que alcanzaban... Las toses y la irritación en los ojos hacían que buscásemos una salida y chocábamos con furgones policiales que cortaban las call

Amantes

En la sombra del lecho las amantes Desnudas se cimbrean abrazadas Fragancias de diamantes impregnadas Transparencias de anhelos excitantes. Ceñidos corazones palpitantes Ruborosas furias descontroladas Cabalgan con ansias desesperadas Ardientes aventuras delirantes. Sin límite marcado ni frontera A ritmo volcánico en sintonía Fogoso mar de placer erizado. Impetuosa noche ávida y fiera A la estrella que tranquila dormía Un placentero grito ha despertado. © María Pilar

La larga espera

Son las doce. Miro tras la ventana. La plaza solitaria se envuelve en sombras. La noche languidece desde que la crisis obligó a cambiar la iluminación de las farolas. También yo bajo la luz de la lámpara de sobremesa, lo justo para que me acompañe en esta espera. Miro el móvil. El whatsapp anterior no lo ha visto. Llamo. El sonido se pierde como un eco repetitivo hasta desaparecer. Cojo un libro. No me entero de lo que leo. Cuento los minutos… Las 12 y media. ¡Qué larga se hace la espera! La una. Tiemblan los cristales de la ventana. El viento del norte sopla con fuerza. Con estruendo ha desgajado varias ramas de los castaños de indias. Y ella. ¿Dónde está ella? En mis pensamientos la tensión arrecia. Es tan peligrosa la noche para una joven. Tal vez ha perdido el móvil o se lo han robado. ¿Y si algún desconocido la tiene en sus manos? Si lo está pasando mal, si está sufriendo y no tiene quién la ayude. Un minuto, un segundo puede ser clave. Tengo que hacer algo. Busco los teléfonos

Las mentiras del espejo

Hicham Berrada Tenía 13 años y estaba rellenita, no, gorda, esa es la verdad. «Vaca gorda», decía el último mensaje anónimo. Me sentía culpable. ¿Por qué? Pues por todo: por comer, por no ser perfecta... Creía que si adelgazaba me iban a querer. Empecé a dejar de comer. Comenzó mi suplicio. Hablaba lo justo. Ni eso. Buscaba la soledad y me molestaba que alguien interfiriera en mis cosas. Como mi madre que entraba en mi cuarto con cualquier excusa:«Te hago esto, te apetece aquello». Yo le rogaba/exigía: ¡Vete y déjame en paz! Aprendí a mentir. A mis padres de manera compulsiva. Cuando me obligaban a comer me metía los dedos para devolver y los kilos bajaban. Y pensaba que era yo la que controlaba mi vida. Ilusa. Entré en una espiral de miedo y autodestrucción que me introdujo en un mundo paralelo sin lazos de conexión con la realidad. El monstruo que me dominaba me seguía con la mirada, escuchaba su respirar: Demasiado gorda . ¡Qué impotencia de vida! Sin meta, sin final, sin esper

La muñeca diabólica

Éramos una familia feliz hasta que la muñeca diabólica entró en nuestra casa. Mi hermana ya no seguía mis juegos, papá estaba callado y mamá muy preocupada. Sus ojos emitían una luz tan brillante que te cegaba, movía sus articulaciones y decían que hablaba, aunque en esas conversaciones yo solo oía diferentes modulaciones de la voz de mi hermana. Una noche se oyó una pelea nocturna de gatas. A la mañana siguiente la muñeca apareció con un brazo arrancado y la cara arañada. Esto afianzó el dominio que ya tenía sobre mi hermana. Ajada y fea, no pudo deshacerse del influjo de su mirada, la abrazó contra su pecho y no se separaba de ella ni de día ni de noche. Nunca fue consciente de cómo la cambiaba su malévola influencia. Ya no era la niña alegre, compañera de juegos y risas que inundaban la casa. Sus mejillas ya no estaban arreboladas. Era un ser triste y distante que poco a poco enfermaba. Yo las vigilaba de cerca evitando siempre que mis ojos se encontraran con la terrorífica mirada

Cascada de Gujuli o la maldición de una lamia

Con los primeros albores del día, el tren AVE sale escrupulosamente puntual de Atocha. Aquí y allá asientos vacíos y los ocupados parecen estarlo por robots inclinados sobre sus tabletas o sus móviles de alta gama. “¡Cómo ha cambiado el tren en este país!” me digo. “¡Qué inhóspitos y obsoletos han quedado los del pasado!” Como viajo sola, tengo tiempo para soñar con aquellos sábados que en régimen de compañerismo mi padre me llevaba a la cascada de Gujuli. Qué paz se respiraba por el sendero que recorríamos cogidos de la mano entre las hayas. Hasta las ovejas transmitían placidez al pastar por aquellos prados.  El silencio en aquel valle solo era interrumpido por nuestras pisadas sobre la alfombra de hojas caídas y aquel runrún de fondo que iba creciendo. Era el rugir del agua al precipitarse al vacío o tal vez—como me decía mi padre— el llanto desesperado del pastor que fue castigado por la lamia y lo convirtió en cascada. ¡Cómo me gustaba que me contase esas historias antiguas! Im