Empiezan las rebajas.
Al cruzar la calle ante unos grandes almacenes, un cabello corto, muy fino, de color castaño, capta mi atención entre la gente. Se me pierde entre la multitud apresurada que intenta encontrar las mejores gangas. Poco después, una mano de mujer adulta con una alianza de oro en el anular derecho, se atusa el pelo.
La sigo.
Me llega su voz, oigo su risa.
Noto cómo agacha un poco la cabeza para protegerse del viento frío que da de cara. Se sube el cuello del abrigo azul.
Una chispa de emoción me recorre.
¡Es ella!
Llena de entusiasmo agilizo el paso de manera atropellada entre los que me rodean. Tengo tantas ganas de hablar con ella, de sentir su cálido abrazo. Sus manos. Siempre haciendo algo, nunca quietas.
Las imágenes también se atropellan en mi cabeza.
Me veo de niña.
Siento cómo esas manos me hacen las trenzas o me prueban la ropa que me hace nueva. Manos seguras, fuertes, manos de madre que parecen multiplicarse.
Sentir que está ahí, pasar mi mano por la piel tan fina de su cara... Son experiencias tan cálidas, que mi corazón se llena de una oleada de sentimientos.
El cariño se desborda y quiere provocarme el llanto.
"Mamá", grito.
No se vuelve, sigue su camino. Otras personas me miran sorprendidas.
Corro hasta ponerme a su nivel. Estoy a punto de cogerla del brazo cuando... Se gira.
Mi madre se desvanece.
Es una extraña.
Al cruzar la calle ante unos grandes almacenes, un cabello corto, muy fino, de color castaño, capta mi atención entre la gente. Se me pierde entre la multitud apresurada que intenta encontrar las mejores gangas. Poco después, una mano de mujer adulta con una alianza de oro en el anular derecho, se atusa el pelo.
La sigo.
Me llega su voz, oigo su risa.
Noto cómo agacha un poco la cabeza para protegerse del viento frío que da de cara. Se sube el cuello del abrigo azul.
Una chispa de emoción me recorre.
¡Es ella!
Llena de entusiasmo agilizo el paso de manera atropellada entre los que me rodean. Tengo tantas ganas de hablar con ella, de sentir su cálido abrazo. Sus manos. Siempre haciendo algo, nunca quietas.
Las imágenes también se atropellan en mi cabeza.
Me veo de niña.
Siento cómo esas manos me hacen las trenzas o me prueban la ropa que me hace nueva. Manos seguras, fuertes, manos de madre que parecen multiplicarse.
Sentir que está ahí, pasar mi mano por la piel tan fina de su cara... Son experiencias tan cálidas, que mi corazón se llena de una oleada de sentimientos.
El cariño se desborda y quiere provocarme el llanto.
"Mamá", grito.
No se vuelve, sigue su camino. Otras personas me miran sorprendidas.
Corro hasta ponerme a su nivel. Estoy a punto de cogerla del brazo cuando... Se gira.
Mi madre se desvanece.
Es una extraña.
Esos anhelos profundos que parecen corporizarse acicateados por la ausencia de la persona, por los motivos que sean, el más probable es la muerte.
ResponderEliminarUn texto breve, pero con los ingredientes necesarios para atrapar al lector.
Besos, María Pilar.
Si, mi madre siempre fue una extraña
ResponderEliminarBesos
Lo describiste perfectamente como es. Yo ando así desde hace semanas con una voz de la radio que es igual a la de la mía.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Es una pesadilla que todos tenemos!!
ResponderEliminarTengo la suerte de que todavía la tengo, pero aún así me has hecho sentir plenamente identificado con la situación. El cariño de una madre es el sentimiento más puro y desinteresado del ser humano y es lógico añorarlo cuando no lo tienes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me has hecho emocionar hasta las lágrimas con tu relato, mi querida Pilar.
ResponderEliminarVos sabés que perdí a la mía hace pocos días...
Un abrazo fortísimo, amiga querida.
Lau.
Una maravilla de texto. Me hiciste vibrar contigo.
ResponderEliminarMe gusto mucho me conmoviste t e mando un beso y te me cuidas mucho
ResponderEliminarPara pensar,abrazo.
ResponderEliminarPilar, me alegro de volver a leerte, amiga...Tu emotivo y entrañable relato nos llega a todos muy adentro. Las madres permanecen en el corazón y la mente les sigue el rastro por todas partes, porque ellas mismas nos van dejando señales...Cuanto más tiempo pasa más presentes están.
ResponderEliminarTe dejo mi felicitación y mi abrazo siempre.
A mí eso me pasó una vez.
ResponderEliminarY la decepción final todavía la recuerdo.
Besos.
Un relato homenaje a las madres. A las que están y a las que no están. Están.
ResponderEliminarBesos
El espejismo de las emociones...Siempre nos acechan...pero tú le has dado caza.
ResponderEliminar¡Un gran abrazo!
Gracias por pasar por aquí y por dejarme tan generosos comentarios.
ResponderEliminarEl día 13 de agosto cumplía años.
Un día su reloj se paró
Y , liberada del lastre,
permanece joven y sonriente entre nosotros.
¡Inmenso abrazo!
Hola María Pilar,
ResponderEliminarbuenas tardes,
un relato genial,
el momento en el que el deseo y la realidad no van de la mano.
Te deseo una excelente semana
un cálido abrazo
Un estupendo relato con un triste final.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola María Pilar. Yo viví algo muy parecido. Vi a una señora que se parecía mucho, muchísimo a mi madre. Pasé delante de ella montones de veces. La seguí un buen trecho. Yo sabía que mi madre no era, pero el amor que sientes hacia ella, te hace pensar que tal vez sí es ella. Era su doble, y por un momento pensé que ella se hacía presente.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato. El final es triste, pero es la realidad de la vida.
Abrazosssssssss
Ausencia de seres muy amados que ha veces nos guegan pasadas de ensueño
ResponderEliminarGratisimo leerte
Cariños mil lleguen a ti
Con los seres queridos que se nos fueron suele ocurrir, ese vuelco en el corazón que recibes al divisarlos cuando sabes que es imposible. Me conmovió.
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