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Mostrando entradas de junio, 2018

Violencia en el baño

Resiste con sus artríticos sonidos esa escalera de la que hoy se ha adueñado el fantasma de la soledad. ¡Ay, si hablase! Vivió su época dorada de besos furtivos y de amores inconfesables de escalera. María, al subir peldaño a peldaño hasta el 3º piso en el que vive sola, la equipara con el fluir de su vida y su memoria. Mentalmente sigue contando los escalones como hacía desde niña, aunque hoy se han vuelto tan pesados que casi no le alcanzan las fuerzas: siete..., diez..., diez más... ya está ante su vivienda. En los momentos que le afloran sentimientos dolorosos que lleva ocultos entre los pliegues del alma, María busca la compañía del agua, percibir como fluye por su piel hace que se sienta bien. Añade al baño sales de lavanda y se sumerge hasta el cuello cerrando los ojos para disfrutar de uno de los pocos placeres que se da en la vida. Cuando más relajada está, oye un ruido apenas perceptible para sus oídos. ¡Están abriendo la puerta de su casa! Las pisadas ya suenan por el

El abuelo

Por detrás de la torre de la iglesia Reloj anclado en el pasado  Fuimos siguiendo sus huellas  Por los senderos cercanos  Cruzamos el arroyo  De él íbamos hablando  Su contar y su hacer  Entre los dos comentábamos  Sienes plateadas, bastón en mano  Como un transeúnte más  Su sombra a nuestro lado  Frente a su casa nueva  Se quedó observando  El tiempo se detuvo  Él pasó de largo

La flor del rododendro

A pesar de mi timidez, no pasaba desapercibido, al menos no tanto como me hubiera gustado. En el colegio dijeron que lo mío se llamaba dislexia. No era buen estudiante. Demasiado lento. Para hacer algo bien tenía que emplear mucho más tiempo que los demás. En consecuencia, fui un chico perdido en los estudios y me convertí en un muchacho problemático. Los compañeros me llamaban el Jumeras, por la cogorza que cogí en los carnavales cuando tenía doce años. La chivata de Teresa, cuya cojera era también centro burlas, quiso hacer méritos a mi costa y corrió la voz de que me había visto en el desfile a la altura de la cafetería Río. Allí me rodearon. Eran los cuatro matones de la clase. Se me acercaron riéndose a carcajadas, empezaron a darme empellones y me arrastraron tras las columnas de la Plaza Nueva. Sentí el impulso de abrirme un hueco y escapar. Forcejeé. Pero mientras unos me sujetaban, otros me tiraban del pelo para que mantuviera la cabeza hacia atrás y tragara a borbollone