Proyecto Bradbury:
«Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (2)
Miró a su mujer como si fuera la primera vez que la veía. Tras un momento de perplejidad, le preguntó titubeando, con desasosiego:
—¿Y tú, quién eres?
—Soy aquella joven apasionada por la pintura. El amarillo era mi color, por eso pintaba girasoles como Van Gogh. La que sentía predilección por los atardeceres otoñales y las puestas de sol sobre el pantano. La que te contaba historias, de noche, cuando tendidos de espaldas contemplábamos el cielo estrellado. Esa que no quería joyas y se puso una luciérnaga de anillo que producía en mi dedo destellos de luz. La que se despertaba a tu lado echa un ovillo porque tenía pesadillas. La adolescente con trenzas que compraba libros a un joven librero que vestía traje azul.
—Vaya —le contestó él—. Ha sido verte y sentir como si lleváramos toda la vida juntos.
«Es cuestión de tiempo que coree mi nombre de nuevo», pensó ella con la fuerza tenaz en la que basaba su propia fe momentáneamente agitada. Esa fuerza con la que acumulaba vivencias para cimentar su desmoronado viaje de vida en pareja, mientras, en la mochila escondía las lágrimas inevitables de cada día.
Tiempo era lo que le faltaba al anciano librero.