29 enero 2010

¿Cuál es el símbolo que identifica a tu pueblo?


Los pueblos tienen marcas que los identifican y a la vez los diferencian de los demás.

¿Cuál es el símbolo que identifica a tu pueblo? 

Al mío, su grandiosa iglesia. Es la representación perceptible que lo representa. Está en un alto y para acceder a ella hay que subir una imponente escalera de piedra. 

¿Cuánto tiempo y trabajo costaría levantar esta escalera hace más de cuatro siglos? ¿Cuántos hombres trabajarían en ella? Piedras blancas, brillantes en un principio, a las que el paso del tiempo ha ido dando esa pátina de obra antigua, aunque sólida. ¿Cuántos vientos la han azuzado? ¿Cuántas personas habrán subido y bajado por ella aportando un desgaste con sus pisadas? 
Se ensancha en la base y a medida que se estrecha crece el misterioso silencio que imponen los gigantescos muros sagrados. Las cabezas se agachan, las conciencias se avivan. Los danzantes las bailan cuando todo es fiesta. La parca arrastra peldaño a peldaño el pesado silencio de los que se van para no volver. Alegrías y tristezas suben y bajan por la escalera de la vida. Sus grietas son las cicatrices de tanto dolor que vieron pasar. Son recuerdo y son memoria, a veces, de hechos que quisiéramos silenciar. Asume el sufrimiento como una parte más de su larga vida, sin venirse abajo, sin exigir mimos ni cuidados. Su manera austera de comportarse es fiel reflejo del carácter de ese pueblo que las habita.

Imagen y semejanza de aquellos que las labraron a golpe de cincel y martillo. Imagen y semejanza de la vida. La de todos. Un lugar de paso. Con comienzo y final. Si ponemos mucha atención podremos distinguir en la declamación del viento un eco de reminiscencias. El ruido que hacen los grandes bloques de piedra al ser arrastrados por las mulas desde el monte del pueblo. Los golpes de los canteros que las van dando forma. El claveteo del andamiaje de madera. El chirrido de las poleas movidas por los que trabajan en el muro de contención y el olor del humo de la forja del hierro mezclado con el sudor de los hombres sometidos a tan duro trabajo. Voces de palabras en un idioma como el nuestro, gritos de dolor de los lesionados y el responso en latín del cura ante los caídos. 
 
Enlaza peldaños como reconcilia pasado, presente y futuro. En el pasado, todos los que lucharon por dejarnos un futuro mejor. En el presente, somos deudores para continuar con la tarea. El futuro incierto les pertenece a los que vendrán. 

Ella, impertérrita, permanece. 

23 enero 2010

La noche de los tiempos

El autor, Antonio Muñoz Molina, a través de las 958 páginas del libro, nos lleva a ver, oler, oír y palpar de una manera detallista y minuciosa, como pintor de un gran cuadro del arte flamenco, la sociedad madrileña y por extensión la española de los años 1935 – 36. 

A la par que vamos viviendo la furtiva historia de amor de su protagonista, en una sintonía intercultural, asistimos a la destrucción de personas de una misma cultura. Esto se va incrementando de forma vertiginosa y cruel, donde todo se les va de las manos. De manera insensata, cantando proclamas de victoria y triunfo inflamadas de odio, se lanzan a los abismos del infierno con el consiguiente caos, dolor y muerte que te llega a lo más íntimo.

Después de las cien primeras páginas, el libro me atrapó y no he podido dejar de leerlo, he saboreado el párrafo largo, su discurrir pausado y su cuidada puntuación que yo tanto agradezco. He sentido pisar los escenarios del protagonista aún después de haberlo terminado.

© María Pilar

22 enero 2010

Fábula sobre perros y gatos


Comenzaba un nuevo día alegre y soleado tras una temporada en que las jornadas se habían sucedido grises y húmedas. En aquella ciudad blanca, solo por algún extraño conjuro, brillaba alguna vez una chispa de luz que le hacía parecer grande y hermosa.

Una gata, intrépida y curiosa, salió a la calle feliz, contenta con su juguete nuevo. De pronto, sintió el frío de una sombra que la cubría y se alargaba en una mueca horrible propia de la peor pesadilla. Al levantar la vista, ¡cuál no sería su espanto! Se encontró frente a frente, con dos monstruosas caras de pitbull que prontos a atacar le mostraban sus grandes y feroces dientes. La gata quedó inmóvil, petrificada. Estaba perdida. Movió la cabeza a ambos lados de la calle. Hileras de humanos: hombres y mujeres, con aspecto cadavérico, la observaban con miradas fijas, de ultratumba, sin hacer nada. El montón de despojos en que quedó convertida en un segundo hubiera sido reducido a la nada más absoluta si no fuera porque apareció él. 

Un pastor alemán, de aspecto musculoso y actitud distante, estaba atento a lo que allí ocurría. De un salto, se plantó en la escena sorprendiendo y paralizando la acción que tenía lugar. Luchó a bocado partido e impuso su autoridad. Los pitbulls, tras un amago de resistencia, cedieron en sus acometidas. Un corgi galés, con actitud exaltada, se acercaba y retrocedía animando a los pitbulls con sus ladridos. La acción del pastor alemán lo amedrentó y se retiró con el rabo entre las piernas a su caseta, a la espera de una nueva oportunidad.  

El dueño de los pitbulls observaba con mirada rápida; por sus cortos comentarios, gestos y compostura se apreciaba que estaba animando a sus perros con los que imponía su ley y su respeto y estos le eran fieles defensores a muerte. 

La gata a duras penas pudo incorporarse. Con la piel ajada, sintiéndose abandonada y llorosa, lamió sus heridas. Con la cabeza gacha, derrotada y dolorida, se retiró a su habitáculo cubierto de maleza: arbustos, zarzales y jarales. 
El juguete quedó destrozado en el asfalto.

19 enero 2010

¿Por qué escribes?

“Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras” Truman Capote

¿Por qué escribes? Me pregunta mi hija.  
¿Por qué escribes? Me pregunto yo. 

Porque quiero, me gusta, y siento un impulso interior, una necesidad imperiosa que no me deja tranquila hasta conseguir juntar las palabras con las que liberar mi pensamiento. Por lo tanto, escribo en primer lugar para mí misma, porque me ayuda como efecto catártico a elaborar y expresar reflexiones, a liberar emociones y sentimientos sin la máscara de la ficción, a canalizar mi imaginación y desarrollar mi creatividad, a sorprenderme conmigo misma y transmitir al que me lea mi manera de ver la vida. Así, me voy destapando sin las deliberadas opacidades que con frecuencia se tejen en la conversación oral. 

Son momentos y recuerdos vividos con ilusión y los quiero atrapar, otras veces frustraciones y decepciones que parecen menos al escribirlas y pasan al olvido y sobre todo creación imaginativa a través del relato breve que es lo que pretendo. 

Es verdad que al leerlo posteriormente lo ves como algo inamovible y permanente, parece más rígido que cuando lo escribiste y así queda a disposición del que quiera leerlo. 

El sistema de blog lo veo como una caja en la que guardar creaciones, reflexiones, opiniones, pensamientos, nunca secretos.  Al abrirla y rebuscar entre los recuerdos te ves como en un espejo con una imagen desfigurada por el paso del tiempo, pero entrañable.

17 enero 2010

Día de aniversario

Sí, hoy es nuestro aniversario de bodas. Le digo que no quiero ir a ningún sitio, que me apetece quedarme en casa. Prepararé una comida como a nosotros más nos gusta: entremeses, redondo de ternera asado, puré de patatas, todo ello regado con un buen vino, macedonia de frutas, dulces variados y solo para mí un café negro.

Mientras lo ayudo a poner el mantel, le miro las manos enérgicas, tan suaves cuando rozan mi piel; el perfil de su rostro serio y concentrado en lo que está haciendo para que le quede bien, la frente amplia y despejada, los ojos entrecerrados por la necesidad de gafas, la nariz contundente, la boca de finos labios y besos apasionados… 
En sus actos transmite quietud, aunque dentro de esa quietud bulla una mente inquieta, activa e incansable, que se manifiesta por cómo frunce el entrecejo.

Unos ojos azules como el mar en un día de sol se encuentran con los míos que sienten perderse en el interior de esas aguas. «¿Está todo?», me pregunta. Son estas palabras las que rompen mi magia de observadora para volcarme en la realidad. 

Al levantar la copa de vino para brindar, la suavidad del roce de su mejilla recién afeitada sobre mi rostro me hace cerrar los ojos y aspirar su aroma característico. 

Son estas pequeñas cosas del día a día las que me emocionan.

©María Pilar

15 enero 2010

La italiana Renata

Se llama Renata, estaba cursando segundo de Historia del Arte en la universidad de Florencia. Allí conoció a su novio, Piero, hijo de un industrial de Turín. Lo suyo fue amor a primera vista. Él no pudo resistir sus grandes ojos verdes y su belleza mediterránea. A los dos les gustaba mucho viajar. Un día Piero le comunicó que había solicitado una plaza de Erasmus en una universidad de España, en concreto en la facultad de filología de Vitoria (País Vasco). Animó a Renata para que lo acompañase, aunque ella no tuviera beca, contaban con la suya y sus pingües ingresos familiares.
 
Renata, como era muy inquieta, dedicaba sus horas libres en una ONG por los derechos de los Saharauis, se sentía útil organizando campañas para buscar ayuda para los campamentos de Tinduf. Introdujo a Piero en este mundo para él tan desconocido y al principio se sintió encantado. 

Pronto el visado de Renata caducó y al quedarse en España en situación irregular, pasó a formar parte del grupo de extranjeros sin papeles, vistos con desconfianza muchas veces y muy maltratados a la hora de pedir trabajo. Renata sufría por eso; además, el dinero de sus ahorros se le acababa y empezó a ver en sí misma la cara de la vida dura y cruel de los asistidos en la ONG. Piero cada vez estaba más ocupado con sus temas en la universidad y empezó a no venir a dormir a casa porque se le hacía muy tarde y se quedaba donde unos amigos con los que estaba preparando los trabajos. Hasta que desapareció y no lo volvió a ver. 

Renata le ocultó la situación a su madre, nunca la entendería y quería evitarle el sufrimiento. Encontró trabajo de reponedora en un supermercado de una gran superficie, pero pagar el piso ella sola estaba por encima de sus posibilidades, todo lo que ganaba se lo llevaba el alquiler. Cogía del cubo de la basura de la gran superficie comercial latas de conserva y productos envasados para alimentarse. Eran alimentos buenos, pero los tenían que tirar por algún fallo del empaquetado. 

Un día, nada más llegar a las 6 de la mañana, le llamó la encargada para decirle que no se quitara el abrigo porque quedaba despedida por ladrona, y que diera las gracias por no la denunciarla.

12 enero 2010

La escalera mecánica

Estaba de pie en la escalera mecánica de unos grandes almacenes y no me decidía a dar el paso. Los peldaños, que habían de conducirme a la salida, se precipitaban en su caída y se ocultaban en los abismos de la tierra. Desde arriba, empecé a sentir los rigores del vértigo. Y al vértigo al vacío de otras ocasiones se añadía ahora el de ser atrapada por esa sierra mecánica con su filo dentado. Me quité las gafas para disimular, conté hasta tres, y me lancé a volar.

© María Pilar 

11 enero 2010

Pensamiento rumiante

La salida de la consulta me empequeñece y me aplasta a la vez que la congoja se implanta en mi pecho. Haga lo que haga o esté donde esté siempre mi cabeza está dando vueltas a lo mismo, me siento atrapada y la bola se va acrecentando. Paso como flotando por los asuntos de mi vida diaria. Quiero sacármelo, pero vuelvo al punto de partida una y otra vez. De momento no puedo comentar el hecho con nadie si no quiero mostrarles un torrente de lágrimas que llegaría a inundarme.

Para frenar los pensamientos me pongo a hacer una tortilla de patatas con toda mi concentración y ganas. Al cortar la cebolla lo intuyo, lo percibo y abuso de su inhalación.

—¿Qué te pasa mamá? —me pregunta entristecida mi pequeña.

—Nada, hija, estas cebollas del pueblo son tan auténticas que me hacen llorar.

©María Pilar

10 enero 2010

Imágenes de Vitoria Nevada


La Vitoria verde lleva tres días cubierta por un manto blanco bajo el que yace una peligrosa placa de hielo. Las previsiones han acertado de pleno. Se han reforzado los albergues utilizados para situaciones de emergencia y se aconseja mantener la calefacción de forma permanente para evitar roturas de tubería por el hielo.

Realmente la situación responde a las características del invierno de toda la vida en la ciudad, pero, como los últimos años han sido más suaves, nos pilla desacostumbrados. El paisaje es de foto, el inconveniente es que nos complica bastante la vida. 

Miro a través de los cristales de la ventana y me quedo ensimismada viendo cómo cae la nieve sosegada, aunque perseverante. Los edificios de enfrente se ven difuminados tras una cortina movible de copos. La nieve lo uniforma todo y absorbe hasta los sonidos diarios de la ciudad. Un manto blanco la cubre de silencio y quietud. 

En la plaza los abetos, magnolios y castaños de indias apenas se diferencian. Unos niños, de entre dos y cuatro años, desafiando al frío, se divierten con la nieve. Están bien equipados, aparte de la ropa interior, llevan pantalones de nieve, botas impermeables, polar, chaleco de abrigo, gorro y guantes. Cualquiera diría, al verlos, que parecen paquetes bien envueltos para que regresen a casa tal como han salido. De eso nada. En cuanto pisan la nieve empiezan a moverse a sus anchas. Ulises, el mayor, le enseña a su hermano un juego. El pequeño observa para, en seguida, imitarlo. Después los dos comprueban qué silueta es la que ha quedado mejor marcada en la nieve. 

Un pequeño perro doméstico, travieso y juguetón, corre y corre por la nieve hasta llegar donde están ellos. Los niños lo miran divertidos. Se ha puesto a brincar y hacer acrobacias. Hunde el hocico y, por fin, se revuelca para dejar su silueta. 
Los hermanos contemplan las tres siluetas, sonriendo. 
Sigue nevando.

© María Pilar

08 enero 2010

Vitoria, ciudad verde

Un reciente estudio sobre ciudades ha llegado a la conclusión de que a los vitorianos les falta el orgullo de ciudad. Dice que muy pocos al ser preguntados definen a su ciudad como una ciudad industrial. Es verdad que nunca he oído a un solo vitoriano hablar de su ciudad en ese sentido, para eso ya está la cercana Bilbao; pero cualquiera de ellos reconoce que Vitoria es una ciudad tranquila y verde. 

Los vitorianos elogian y valoran el color de su ciudad, el verde que le dan sus parques y jardines bien distribuidos por todos sus barrios. Presumen de color y con fundamento porque es la ciudad a la vanguardia de España en cuanto a espacios verdes, 26,3 metros cuadrados por habitante.
(La OMS aconseja entre 10 y 15 metros cuadrados por persona)

© María Pilar

06 enero 2010

El Olentzero no está solo

Días antes de Navidad, de paseo por el parque de Salburúa nos lo encontramos. Estaba sentado en el tronco de un chopo, reponiendo fuerzas para la tarea que le esperaba en el reparto de los regalos la noche del 24 de diciembre. Era el Olentzero, figura inconfundible por estas fechas, con su pipa, su boina y su saco repleto de carbón, castañas y regalos. Hombre grueso que vive aislado de la sociedad, dedicado a hacer carbón vegetal en el bosque y cada invierno baja de las montañas a los pueblos. Se cuela por la chimenea de las casas la noche del 24 de diciembre para dejar, junto al abeto iluminado, los regalos que los niños le han pedido.

Otros niños vascos, vecinos de los anteriores, reciben regalos esa misma noche de Papá Noel, regordete e histriónico, vestido de rojo, con barba blanca, botas altas y gorro de armiño.

Días más tarde, el cinco de enero, les toca el turno a los Reyes Magos, con sus carrozas, pajes, brillo y fantasía, no hay niño que se les resista. Vienen cargados de regalos con el fin de demostrar que hay vida después del 25 de diciembre.

Entre el 24 de diciembre y el 5 de enero aparecen tres personajes distintos con una misma función: traer regalos y los niños esperan que todos les traigan algo.

¡Qué locura!

No sé si los padres, procedentes de una tradición donde sólo había Reyes Magos y no tan ricos como estos, llegamos a aclararnos. ¿Y los niños? Pienso que les gusta la Navidad porque son ellos el centro, reciben regalos y no les importa mucho la matrícula de los mismos. Aún así, un niño de muy pocos años te explica perfectamente los regalos que le ha traído el Olentzero en casa de los abuelos, los de los Reyes Magos en su casa, y los de Papá Noel en un conocido centro comercial.

© María Pilar