Días antes de Navidad, de paseo por el parque de Salburúa nos lo encontramos. Estaba sentado en el tronco de un chopo, reponiendo fuerzas para la tarea que le esperaba en el reparto de los regalos la noche del 24 de diciembre. Era el Olentzero, figura inconfundible por estas fechas, con su pipa, su boina y su saco repleto de carbón, castañas y regalos. Hombre grueso que vive aislado de la sociedad, dedicado a hacer carbón vegetal en el bosque y cada invierno baja de las montañas a los pueblos. Se cuela por la chimenea de las casas la noche del 24 de diciembre para dejar, junto al abeto iluminado, los regalos que los niños le han pedido.
Otros niños vascos, vecinos de los anteriores, reciben regalos esa misma noche de Papá Noel, regordete e histriónico, vestido de rojo, con barba blanca, botas altas y gorro de armiño.
Días más tarde, el cinco de enero, les toca el turno a los Reyes Magos, con sus carrozas, pajes, brillo y fantasía, no hay niño que se les resista. Vienen cargados de regalos con el fin de demostrar que hay vida después del 25 de diciembre.
Entre el 24 de diciembre y el 5 de enero aparecen tres personajes distintos con una misma función: traer regalos y los niños esperan que todos les traigan algo.
¡Qué locura!
No sé si los padres, procedentes de una tradición donde sólo había Reyes Magos y no tan ricos como estos, llegamos a aclararnos. ¿Y los niños? Pienso que les gusta la Navidad porque son ellos el centro, reciben regalos y no les importa mucho la matrícula de los mismos. Aún así, un niño de muy pocos años te explica perfectamente los regalos que le ha traído el Olentzero en casa de los abuelos, los de los Reyes Magos en su casa, y los de Papá Noel en un conocido centro comercial.
© María Pilar
Comentarios
Publicar un comentario
Este blog permanece vivo gracias a tus visitas y comentarios. Te agradezco estos momentos especiales que me regalas.