Los pueblos tienen marcas que los identifican y a la vez los diferencian de los demás.
¿Cuál es el símbolo que identifica a tu pueblo?
Al mío, su grandiosa iglesia. Es la representación perceptible que lo representa.
Está en un alto y para acceder a ella hay que subir una imponente escalera de piedra.
¿Cuánto tiempo y trabajo costaría levantar esta escalera hace más de cuatro siglos? ¿Cuántos hombres trabajarían en ella? Piedras blancas, brillantes en un principio, a las que el paso del tiempo ha ido dando esa pátina de obra antigua, aunque sólida. ¿Cuántos vientos la han azuzado? ¿Cuántas personas habrán subido y bajado por ella aportando un desgaste con sus pisadas?
Se ensancha en la base y a medida que se estrecha crece el misterioso silencio que imponen los gigantescos muros sagrados. Las cabezas se agachan, las conciencias se avivan. Los danzantes las bailan cuando todo es fiesta. La parca arrastra peldaño a peldaño el pesado silencio de los que se van para no volver.
Alegrías y tristezas suben y bajan por la escalera de la vida.
Sus grietas son las cicatrices de tanto dolor que vieron pasar. Son recuerdo y son memoria, a veces, de hechos que quisiéramos silenciar. Asume el sufrimiento como una parte más de su larga vida, sin venirse abajo, sin exigir mimos ni cuidados. Su manera austera de comportarse es fiel reflejo del carácter de ese pueblo que las habita.
Imagen y semejanza de aquellos que las labraron a golpe de cincel y martillo. Imagen y semejanza de la vida. La de todos. Un lugar de paso. Con comienzo y final. Si ponemos mucha atención podremos distinguir en la declamación del viento un eco de reminiscencias. El ruido que hacen los grandes bloques de piedra al ser arrastrados por las mulas desde el monte del pueblo. Los golpes de los canteros que las van dando forma. El claveteo del andamiaje de madera. El chirrido de las poleas movidas por los que trabajan en el muro de contención y el olor del humo de la forja del hierro mezclado con el sudor de los hombres sometidos a tan duro trabajo. Voces de palabras en un idioma como el nuestro, gritos de dolor de los lesionados y el responso en latín del cura ante los caídos.
Enlaza peldaños como reconcilia pasado, presente y futuro. En el pasado, todos los que lucharon por dejarnos un futuro mejor. En el presente, somos deudores para continuar con la tarea. El futuro incierto les pertenece a los que vendrán.
Ella, impertérrita, permanece.
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