La salida de la consulta me empequeñece y me aplasta a la vez que la congoja se implanta en mi pecho. Haga lo que haga o esté donde esté siempre mi cabeza está dando vueltas a lo mismo, me siento atrapada y la bola se va acrecentando. Paso como flotando por los asuntos de mi vida diaria. Quiero sacármelo, pero vuelvo al punto de partida una y otra vez. De momento no puedo comentar el hecho con nadie si no quiero mostrarles un torrente de lágrimas que llegaría a inundarme.
Para frenar los pensamientos me pongo a hacer una tortilla de patatas con toda mi concentración y ganas. Al cortar la cebolla lo intuyo, lo percibo y abuso de su inhalación.
—¿Qué te pasa mamá? —me pregunta entristecida mi pequeña.
—Nada, hija, estas cebollas del pueblo son tan auténticas que me hacen llorar.
©María Pilar
Tortilla como terapia, debería estudiarse en la facultad de medicina... imagino a un puñado de estudiantes con bata y estetoscopio batiendo huevos.
ResponderEliminarAhora bien, seguro que ninguno haría una tortilla tan cargada de emoción como la tuya.
Y es que los pensamientos hay que lanzarlos como los huevos de una tortilla, pero no rompiéndolos con cuidado, sino lanzándolos con fuerza para que se estrellen en alguna pared.
Uy,uy,uy! que me estás dando ideas, puedo tener mi primera patente en mi vida.
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