Estaba de pie en la escalera mecánica de unos grandes almacenes y no me decidía a dar el paso. Los peldaños, que habían de conducirme a la salida, se precipitaban en su caída y se ocultaban en los abismos de la tierra. Desde arriba, empecé a sentir los rigores del vértigo. Y al vértigo al vacío de otras ocasiones se añadía ahora el de ser atrapada por esa sierra mecánica con su filo dentado. Me quité las gafas para disimular, conté hasta tres, y me lancé a volar.
© María Pilar
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