29 diciembre 2016

Entre amigas

—¡No te lo vas a creer, María!
—Pero, ¿qué te ha pasado?
—Pues la caldera de la calefacción. Esa que puse tan moderna, carísima, último modelo de una marca extranjera famosísima, pues que ha dejado de funcionar justo un día después de acabarse la garantía.
—Ya te digo, que nos las venden programadas, las meten un chip o algo y en cuanto se acaba la garantía, a gastar en arreglos.
—Calla, que he llamado al técnico y cuando ha venido, ha aflojado un tornillo, ha soplado, lo ha vuelto a apretar y me ha dicho: "esto ya está señora, son 150 euros".
—¿150 euros?
—Eso le he dicho yo: "150 euros por soplar, caros vende usted sus soplidos." Y me contesta: "Oiga señora, que hay que saber donde se sopla y para eso hay que ser un buen técnico del sector y además, mire usted la factura. Por ser la primera vez le cobro solo la salida, la mano de obra se la dejo gratis."
—¿La primera vez? ¿Entonces piensa que vas a tener que llamarle más veces? Si te digo yo que ahora todo lo programan para sacarnos las entretelas. Y si tienes suerte y no les llamas, vienen a hacerte la revisión y te dicen que tienes que cambiar el electrodoméstico, que más de diez años no pueden seguir funcionando, que si contaminan, que... rollos que se inventan para enriquecerse a costa del consumidor.
—Se lo he comentado a mi "santo" y va y me dice: "Hay que mover el consumo interno del país para salir de la crisis". ¿Puedes creértelo? Si es que tiene una cachaza que me exaspera.
—Ese santo tuyo será eso, un santo, pero yo no me creo que a base de soplidos se pueda sacar de su sillón a tanto político corrupto, banquero irresponsable, estafadores de cuello duro y malversadores con título nobiliario. Como no cambiemos de mentalidad, vaya futuro que vamos a dejar a nuestros hijos.
© María Pilar
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20 diciembre 2016

Lita Cabellut

La lluvia cae sin cesar desde hace días en la ciudad de Barcelona y los pies descalzos de Lita se hunden en el lodo. El humo de las chimeneas que calientan los hogares se mezcla con la llovizna haciendo más negra la triste vida de la pequeña. La gente va y viene malhumorada bajo el paraguas sin fijarse en sus pequeñas manos amoratadas por el frío que extendidas han de seguir mendigando por las Ramblas y en el mercado de la Boquería. Es un ser invisible para los que pasan, alguien que pertenece al mundo de los olvidados. Niebla sucia y húmeda que le hace toser y se le incrusta en el alma. Niebla que envuelve la mirada de la abuela con un corazón de hielo, la codicia le corroe por dentro y desconfiada le arranca hasta el último céntimo. ¡Ay el día que regrese sin el jornal completo!
Y no es fácil conseguirlo, nunca ha sido fácil la vida de Lita desde que su madre, prostituta, la abandonó al nacer para dejarla con una abuela que la utiliza como moneda de cambio. No conoce el calor de un abrazo, nunca le han dado un beso ni ha sentido el más leve roce de una mano comprensiva, no sabe de palabras como “te quiero”. Es niña de la calle y no se queja. Se sorbe las lágrimas que silenciosas surcan sus mejillas morenas cuando sus ojos negros se quedan absortos ante esos niños que con sus libros, van camino del colegio. A ella se lo ha prohibido su abuela y es lo que más desea.
La vida dickensiana de Lita empezó a cambiar cuando a los ocho años fue internada en un orfanato al fallecer la abuela. Y la suerte, por fin, le dio la cara cuando a los 13 una familia la adoptó y la llevó a visitar el Museo del Prado. Su duende gitano se despertó, levantó las telas negras y grises que le atenazaban por dentro y por primera vez vio la vida en color al descubrir ese medio de expresión visual que lleva a plasmar lo que un artista está sintiendo. ¡Sería pintora! Y con la determinación del carácter propio de una superviviente, era analfabeta y disléxica, luchó por conseguir su sueño.
Su pintura impacta por el desgarro que conlleva. Los perdedores e invisibles de esta sociedad son los que protagonizan sus cuadros. Es la voz de los sin voz. Siempre sus pinturas tienen líneas, grietas, marcas que estorban para apreciar la delicadeza y finura con que pinta a sus personajes. Son esos brochazos que señalan las cicatrices que a cada uno le va dejando la vida. “Pero no creo que mi pintura sea pesimista. Al contrario, intento acariciar con ternura y belleza al feo para convertirlo en terciopelo” decía en una entrevista en El Confidencial.
Hoy, afincada en La Haya, Lita Cabellut es la artista española mejor pagada y uno de los artistas más cotizados del planeta. ¡Pero qué poco conocida es en su tierra!
“La verdad es que no lo entiendo. Mi arte es muy español y yo soy profundamente española. Siempre en todo el mundo me presentan como la pintora española. Pero en mi casa, España, todavía no reconocen mi nombre”.
© María Pilar

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15 diciembre 2016

Fin de Año


La noticia ha aparecido hoy en todos los medios de comunicación. A pesar de que tenía días negros y días rojos en su haber, él todos los había vivido con el mismo afán hasta el último segundo de sus 24 horas, era lo único que verdaderamente se había tomado en serio. Podía decirse que había merecido la pena.  Mientras los días se le pasaban asumiendo horarios que otros habrían rechazado, las actividades siempre le estaban esperando y tenía que darse prisa para que no se le acumulasen. No se dio cuenta que el tren de la vida se le escapaba como un suspiro volando entre las muchas hojas del calendario, y ahora sus manos le temblaban mientras sujetaba la última, la que le avisaba de su cese. Un sudor frío le cubrió el rostro. No había disfrutado. ¡No sabía hacer otra cosa!
Era tarde, tarde para empezar una nueva vida, tarde para aprender a vivir la vida de forma diferente, tarde porque hasta su neurona más profunda estaba entrenada en una sola dirección, era tarde para rebobinar y cambiar tantas cosas que se le habían torcido. La desazón empezó a rumiar su interior. ¡Quedaba tanto por hacer! El abismo se abrió a sus pies. El 2017, brillante, nuevo, con toda una vida por delante, se acercó ilusionado con las esperanzas puestas en la flamante vía por estrenar que le estaba esperando.


"Queridos amigos blogueros: a todos los que lleguéis a este lugar que os encontréis algo de mí es lo que espero: mis deseos de paz y felicidad, con todo mi cariño, es lo que hoy os dejo"

© María Pilar

La sombra del maltratador es alargada

Era joven y bella, de piel delicada y grácil figura; con apellidos importantes de Bilbao y mejores genes. En ellos llevaba la herencia de esas familias que han sido bien alimentadas incluso en épocas de necesidad y que generación tras generación han disfrutado de un estatus que otros no han podido ni soñar. Se la veía tan necesitada de cariño que te daban ganas de envolverla con un abrazo.
Resaltaba en aquel ambiente sórdido del psiquiátrico de las Nieves de Vitoria de largos pasillos y camarillas corridas, como la pequeña flor del Guernica de Picasso. Sus finas manos enrojecidas y las uñas partidas delataban el duro trabajo que le habían adjudicado desde su llegada en las cocinas. El resto del tiempo canalizaba su tensión pintando.
Su mundo coloreado era un misterioso espacio con figuras inconexas, desprotegidas y desamparadas. Expresionismo puro cargado de ira, miedo y desamor.
Sus pinturas merecían estar en una exposición a la vista de los amantes del arte, le decían. Con una sencillez aplastante y ausente de toda amargura contestaba que a ella solo le gustaría regalar una a su madre, pero sin que lo viera su padre porque la primera vez que le regaló un dibujo lo tiró a la papelera hecho un rebujo mientras maldecía: "¡Qué habré hecho yo para merecer esto!"
Sus ojos transparentes parecían oscurecerse y extraviarse en algún lugar de su interior cuando añadía: "Hay imágenes que no se olvidan aunque se intente. Ojalá hubiera un borrador de memoria para eliminar todo lo que nos carcome". Y hablando muy quedo, como para sí misma: "Es muy duro con 7 años salir a la calle y preguntar a la gente donde hay un policía. En la comisaría nadie me hacía caso hasta que uno vio que estaba temblando y meándome encima. Me preguntó qué me pasaba y le contesté que papá estaba matando a mamá".
"Me llevaron con el coche policial a casa. La mirada despiadada de mi padre se me incrustó en el pecho mientras con su simpatía despedía a los policías con disculpas por mi atrevimiento."
"Hábil en el manejo de sus influencias fui yo la que salió de casa para rodar de internado en internado sin que nunca más supiera de ellos. Duele, porque la herida sigue abierta aunque él haya cosido mi boca para comprar mi silencio con un diagnóstico psiquiátrico. Duele y no puedo arrancármelo de dentro."
© María Pilar
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